La profe piola

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En el tiempo que llevo como docente, siempre fui la profe piola. Sí, esa que se junta a tomar unos mates con los chicos de la secundaria, la que les cuenta historias, con la que se puede hablar de películas, de música, series; la que, a los chiquitos de primaria, les lleva paquetes de galletitas para que todos compartan en el recreo. La que les inventa juegos, les cuenta cuentos… Pero, últimamente siento que ya no solo no quiero seguir siendo piola, si no que además, tampoco sé si quiero continuar siendo profe.

Todo comenzó antes del inicio del ciclo lectivo, el año pasado. Empecé teniendo problemas para ver de lejos. Fui al oftalmólogo, y me diagnosticó una enfermedad degenerativa de la vista. Me dijo que, con el paso del tiempo, iría perdiendo la visión de a poco, hasta quedarme totalmente ciega. Al principio me lo tomé bien, hasta con humor. Y le puse toda la voluntad que pude, para que el proceso, se me haga lo más llevadero posible. Claro que, los primeros tiempos no notaba tanto la diferencia. Pero desde mitad de año, la cosa se complicó, y tuve que solicitar ayuda para aprender como manejarme en la vida. Desde orientación y movilidad para usar el bastón, hasta los lectores de pantalla y el sistema braille. A pesar de todo esto, la escuela primaria en donde trabajaba, le puso toda la buena onda, para que yo pueda seguir dando clases, con la mayor facilidad posible. Hasta qué, un día, todo aquello que temía, empezó a hacerse realidad.

Ya habíamos hecho varias excursiones con los nenes de tercer grado. Conseguir que nos dejen ir fuera de la ciudad, es extremadamente difícil, porque estamos lejos de todo, pero sí podíamos hacer pequeños paseítos. En uno de esos paseos, uno de los nenes salió corriendo, se cayó y se lastimó. No fue nada grave, pero la madre obvio, puso el grito en el cielo, por la forma en la que la escuela, y especialmente yo, cuidábamos a su hijo. Dijo que… No era por discriminarme, pero una maestra que viera bien, podría haber alcanzado a su nene, y no le habría pasado nada. No sé si fue mi culpa o no. Es cierto que, cuando estaba intentando alcanzarlo, en un momento dejé de verlo y ya no supe qué hacer. Pero quienes vieron lo que pasó, dijeron que de todos modos no lo hubiese alcanzado. Claro, son todas suposiciones. La realidad, era que había una maestra que se estaba quedando ciega, un nene que se había lastimado y que era revoltoso como todos los nenes, y una mamá muy enojada. Decidí dejar ese curso, para que la cosa no pase a mayores. Desde la escuela, me siguieron ayudando mucho. Me dijeron de dar clases en la secundaria, que ahí seguro me iba a ir mejor, porque los chicos eran más grandes, y más entendidos. Pero… No siempre las cosas son como uno cree.

Durante las vacaciones, me puse bien las pilas con todo lo que representaba este nuevo mundo de la ceguera. Lo que más me costaba era la computadora. Es re difícil acostumbrarse a usarla solo con el teclado, y encima con un tipo que te está taladrando los oídos todo el tiempo. En el celular es un poco más fácil, más intuitivo. Pero de todos modos, cuesta. También empecé a recorrer los lugares por los que ando usualmente. Desde hacer los mandados, hasta recorrer la escuela para memorizarme como llegar de un lugar a otro, y sobre todo, el salón donde me iba a tocar dar clases. Al momento de escribir esto, mi ceguera todavía no es total. Puedo ver a las personas y las cosas de cerca, y las letras si están en un tamaño más grande. Pero de todos modos, como sabía que tenía mucho que aprender, preferí adelantarme. De día, uso el bastón verde para quienes tienen disminución visual, y de noche, sí o sí tengo que usar el blanco, porque ya no veo nada. Todo esto viene al caso, de lo que voy a relatar a continuación.

Era el primer día de clases. Pasé por preceptoría. La preceptora me dijo que, ya había hablado con los chicos, y que me había dejado la lista con los nombres de los alumnos en un tamaño de letra que yo iba a poder leer sin problemas.

—Puede que entren alumnos nuevos en los próximos días, así que no la tomes como la lista definitiva. Cualquier cosa, te voy a ir dejando listas nuevas, hasta que hayan ingresado todos.

—Está bien, no hay problema. Muchas gracias.

—No, de nada, no es ninguna molestia.

La saludé, y me dirigí al salón. Al abrir la puerta, todos los chicos estaban hablando. Pero se quedaron callados cuando entré. Fui hacia el escritorio, dejé mis pertenencias, y me senté en la silla, para tomar lista.

—Bueno, antes que nada buenos días, yo voy a ser su nueva profesora. Espero podamos llevarnos bien, y tener un lindo año. La preceptora ya les habló de mí. Sé que hay cosas que se nos van a complicar, pero creo que si trabajamos todos juntos, y cada uno ponemos de nuestra parte, tal vez podamos pasar el año sin mayores complicaciones. Voy a pasar a tomarles lista. ¿No sé si alguien tiene alguna pregunta?

Todos se quedan en silencio.

—¿No? Bueno, entonces empecemos. A ver…

Tomo la hoja que se encuentra sobre el escritorio, y comienzo a intentar leerla. La letra parece demasiado chica. Le había mostrado más o menos a la preceptora como tenía que ser, pero todos podemos cometer errores, y es la primera vez que le toca hacer esto, así que, puede haberse equivocado. Me esfuerzo un poco más, y logro entender qué dice…

—¿MELTROZO, DÉBORA? —Grito, mientras todos comienzan a reírse—. ¿Está Débora Meltrozo?

Continúan riéndose, esta vez a carcajadas.

—¡Aaah! ¿Muuuy graciosos, no? Burlándose de la profe nueva. ¿Bueno, a ver, donde está la verdadera lista?

Un alumno me la alcanza, y esta vez sí, puedo leer los nombres sin problemas. El día continúa sin sobresaltos. Todos parecen prestar atención a la clase. Decidí empezar con un repaso general en lengua y matemáticas, para ver qué recordaban del año pasado. Al final del día, les pedí las hojas con las tareas, y terminamos la clase.

Cuando estuve en mi casa, empecé a revisar las tareas. Agrandaba la letra con una lupa, y, como no tenía la lista definitiva, les asigné un número a cada alumno, dependiendo del lugar en donde estuviesen sentados. Es decir, el número uno es el de la fila de adelante cerca de mi escritorio, el número dos el que está al lado, y así hasta el fondo. Como, si estoy lejos no veo sus caras, y es poco el tiempo en el que estoy cerca, tenía que encontrar una forma de identificarlos sin mirarlos, y sin saber todavía como se llama cada uno. Sé que en algún momento, iba a empezar a asociar sus voces con sus nombres, y con ese número que les asigné. Pero ese momento, distaba de estar cerca.

Segundo día. Repetí la misma secuencia con la preceptora, y me dirigí al salón. Tomé la lista, y comencé a intentar leer, nuevamente.

—¿MELTROZO, ROSA? —Comenzaron a reírse nuevamente—. ¿Aaah, ella es la hermana, no? Muy graciosos, otra vez el mismo chistecito. Bueno, está bien. ¿La verdadera lista, dónde está?

Me la alcanzaron, y pude continuar con la clase.

—No pude terminar de corregir sus tareas, así que me van a tener que esperar hasta mañana. Los métodos que estoy tratando de utilizar, son efectivos por ahora, pero las cosas cuestan un poco más. En fin, empecemos con la clase de hoy.

Estuvieron mucho más dispersos. Los escuchaba murmurar, susurrar, pasarse cosas los unos a los otros… Al final, terminamos la clase, de nuevo tomé sus tareas usando la misma numeración para tratar de saber quién era quien, y me llevé las hojas a casa. Terminé de corregir lo del día anterior, y empecé con ese. Empecé a encontrar cosas muy extrañas. Los nombres que me dieron cuando se los preguntaba, no coincidían ni con los de la primer tarea, ni con los de la segunda. Entonces, tomé como base los de la primera, ya que supuse que luego me habían empezado a mentir. Creo que por lo menos pude identificar al chico nuevo que entró el segundo día. No sé si no le dijeron de la bromita, o si no quiso participar. Pero la verdad, es que ya me estaba dejando de parecer gracioso. La segunda tarea, era todo prácticamente un desastre. Dibujos obscenos, insultos, cosas entremezcladas… Encima, tuve que revisar todo sí o sí, no podía dejar las cosas al azar, o decir a dedo que todos quisieron hacerlo mal. Pero una vez terminé, exactamente eso, era lo que había pasado. Y todavía, me faltaba solucionar el problema de la lista, si no quería encontrarme con alguna otra parienta de las señoritas de estas dos primeras clases. Lo que hice, fue copiar la lista entera de nombres, en braille. Y, si la preceptora me decía que había algún otro alumno nuevo, lo agregaría al final. Si no, continuaría con mi lista.

Al día siguiente, hablé con la preceptora, y me quedé un ratito más comparando la lista con ella. No quise comentarle nada de las situaciones que me habían ocurrido con los chicos. No quería que se los rete. No creo que lo hayan hecho porque sean malos, si no que les habrá parecido divertido. Fui al salón, tomé la lista del escritorio, hice de cuenta que iba a leerla, y la hice un bollito, y la tiré a la basura. Se quedaron impresionados.

—¿Profe, se enojó? Acá está la verdadera lista, tome. —Me dijo uno de ellos.

—No, no se preocupen. Yo tengo mi propia lista.

Saqué las hojas en braille, y comencé a leerlas. Todavía me cuesta mucho, no leo tan rápido, por lo que me tomó bastante tiempo. Pero con práctica, sabía que podía lograrlo. Quedaron aún más impresionados. Pero eso, no era todo lo que les tenía preparado…

—Atención chicos, acá están sus tareas. Para cada uno, la ordené de la siguiente forma. Están abrochadas con ganchitos. Tarea del primer día, corrección. Tarea del segundo día, corrección. Y al final, a cada uno le pegué un cartelito con su nombre, para que, tanto ustedes como yo, sepamos quienes son. Porque me parece que se les olvida a veces… ¿No? En fin, si alguno no se acuerda de como se llama, podemos preguntar en preceptoría, o mejor todavía, llamar a sus padres. Tal vez ellos sepan los nombres que les pusieron…

Algunos días después, llegó un golpe de suerte, una oportunidad de que todos nos relajemos un poco. Siempre se suelen hacer solicitudes de viajes a lugares que están en la capital. Pero, debido a que estamos lejos, como mencioné más arriba, esas solicitudes a veces no se aprueban, o la aprobación llega demasiado tarde. Y este fue el caso. La directora me informó que el curso del año anterior, había hecho una solicitud para ir al museo de ciencias naturales. Pero que esta aprobación no había llegado si no hasta ahora. Desventajas de vivir, en el interior de la provincia. Así fue, como mis alumnos y yo, nos ganamos un viaje al museo. Tuvimos varias dudas de como nos íbamos a organizar. El viaje era largo, y la cantidad de horas que íbamos a estar ahí, era equivalente a las que teníamos de ida y vuelta. Un desastre. Pero bueno, como dicen, a caballo regalado…

Debido al escaso personal que tenemos en la escuela, no se me pudo asignar un acompañante. Pero se les habló a los chicos para que me ayuden, y me acompañen en el museo, en caso de que lo necesite. También, habían especificado a través del ministerio de educación, que íbamos a hacer la visita, y que había una persona con discapacidad. En fin, el día acordado nos reunimos bien temprano en la plaza central de la ciudad con los alumnos, y emprendimos viaje. Para la media mañana, teníamos unos alfajorcitos. Llevamos termos con agua caliente, y para tomar mate, café o té. Todo iba bastante bien, hasta que llegamos. Nos presentamos en la entrada del museo, di el nombre de la escuela y de donde veníamos, pero nos dijeron que no estábamos en la lista de escuelas que iban a visitarlo ese día…

—No, lamentablemente no, no están. Y mucho menos tenemos especificado que usted tenía una discapacidad. Le pedimos mil disculpas, pero no podemos ayudarla.

—¿Pero, y ahora que hacemos? No podemos volvernos. Vinimos de muy lejos. Pagamos el micro, llenamos todos los papeles. Le pido por favor que trate de darnos una solución.

—Está bien, déjeme ver qué puedo hacer. Espérenme un momento acá por favor.

La verdad, no se me ocurrió qué pudo haber pasado. Evidentemente hubo una falta de entendimiento entre el ministerio, la escuela, el museo… Nos quedamos en la entrada un rato, hasta que volvió, y nos dijo:

—Bueno, podemos dejarlos pasar, pero no vamos a poder asignarle un guía o acompañante. Le pedimos mil disculpas. No sabemos de quién fue el error, pero es lo único que podemos hacer.

—Está bien, no hay drama, yo me arreglo con los chicos.

—Bueno, pueden pasar. Acá les dejo un mapa del museo para que puedan circular por el mismo sin problemas. —Estiré la mano para agarrarlo, pero ya se lo había dado a la alumna que me hacía de guía.

Ingresamos, y comenzamos a recorrerlo. Había tratado de investigar todo lo que encontré sobre el museo, y sobre lo que presentaba en sus distintas secciones y muestras, para poder ir dándoles una clase, aunque sea resumida. Pero claro, yo contaba con que íbamos a tener guía, y no fue así. Y el echo de no tener un acompañante o asistente, complicaba las cosas todavía más. A medida que pasábamos por las distintas secciones, fui notando que se dispersaban. A veces se alejaban un poco de mí, y ya no podía verlos. El alumno que me acompañaba de repente era otro. Muchos no prestaban atención, o estaban con los celulares, o hablaban y se reían. Mientras intentaba dar la clase, me caían bollitos de papel en la nuca, y al darme vuelta, evidentemente no había nadie. Intenté llamarles la atención, pero claro, era muy difícil si no podía ver en donde, y qué estaba haciendo cada uno.

Así las cosas, llegamos al fin a una de las secciones más conocidas del museo; la de los dinosaurios. Todos se quedaron callados. Empezaron a prestar atención. Pude empezar a explicar todo lo que sabía, todo lo que había estudiado. Logré llegarles con un tema que, al parecer realmente les interesaba. Estaba impresionada. Jamás me había sucedido esto con este curso. Sentía que, tal vez, a partir de ahí, las cosas podrían empezar a cambiar.

—¿Disculpame, estás estudiando? —Me dijo una señora mientras me tocaba suavemente el hombro para no asustarme.

—¿Quién, yo?

—Sí… Bueno, lo que pasa es que te vi solita acá, y como estás con el bastón y hablando, no sé si estás estudiando o estás perdida.

—Ah… Sí… estoy estudiando, pero ya terminé. ¿Podría acompañarme a la salida por favor?

—sí claro, no hay problema, yo te llevo, quedate tranquila. Tenés que venir con alguien, no tenés que andar solita. ¿Vos andás solita para todos lados? No deberías, con lo peligroso que está todo. ¿No tenés quién te acompañe? ¿Te espera alguien afuera?

—No se preocupe, usted déjeme en los escalones de la salida, que yo ahí me arreglo.

—¿Segura? Bueno, si vos lo decís, está bien.

Llegamos, me dejó ahí, me dio más consejos de seguridad, y se fue. Me fijé la hora, y faltaba todavía media hora para que salgamos. Lo que creo que sucedió, fue que, despacito, calladitos y haciendo el menor ruido posible, se fueron del sector, mientras yo estaba hablando.

Quince minutos después, llegó el chofer del micro. Le expliqué la situación, esta vez sí, ya no pude ocultarlo. Me dijo que subiera, y me quedara tranquila. Que él iba a fijarse que todos salgan y suban al micro. Y así lo hizo. Un rato después, arrancamos. Me senté al fondo, y sin decir ni una palabra a nadie, comencé a escribir estas líneas que están leyendo ahora. Por último, cuando faltaba poco para llegar, me levanté de mi asiento, fui hacia el frente, y les dije lo siguiente:

—Saben chicos, cuando yo tenía su edad, no hace tanto tiempo tampoco, no se me cruzaba ni por casualidad por la cabeza, que iba a quedar ciega. Ni en lo más profundo de mi mente, me lo hubiese imaginado. Pero hace un tiempo, me encontré con esta realidad. Y, aunque intento enfrentarlo y sobrellevarlo de la mejor forma posible, entiendo que no todo depende de mí, como les dije el primer día. Las personas con discapacidad, somos capaces de hacer muchísimas cosas. Pero entendemos también, que para muchas otras, necesitamos ayuda. Esa ayuda, no precisamente tiene que venir de ustedes, claro que no. Pero si hubiesen facilitado un poco las cosas, este viaje, no habría sido en vano. Porque tienen que aprender a reconocer dos cosas. Primero, es el sacrificio que, tanto sus padres como la propia escuela, hacen para que ustedes puedan viajar, y conocer lugares y obtener conocimientos y experiencias que, de otra forma no podrían. Y segundo, que, discriminar y burlarse de alguien, ya sea por su discapacidad, o por cualquier otra razón, no está bueno. Porque así como se burlan de mí, tal vez, el día de mañana, aunque espero que no, puede que alguien más se burle de ustedes. El respeto, la comprensión, el entendimiento hacia el otro, es lo que va a hacer un mundo un poco más justo para todos, incluso para ustedes. No sé si voy a poder seguir dándoles clases. Pero espero, que esto que les digo, les sirva de algo. Espero que aprendan a respetar a los demás, pero también, y más importante todavía, a respetarse a sí mismos. Que entiendan que, cada pequeña acción, cada palabra, tiene valor, y que tiene consecuencias en las personas. Y que estas consecuencias, pueden ser tanto positivas, como negativas. Y el decidir como nos comportamos frente a los demás, y a las distintas situaciones que nos tocan vivir, depende exclusivamente de cada uno de nosotros. Muchas gracias.

3 comentarios sobre “La profe piola

  1. Un relato increíble, me hiciste estar en cada espacio, escuchar cada ruido, poder ver incluso los gestos.
    Una narración maravillosa y llena de alma.
    Gracias por esta increíble entrada.
    Me hice una cuenta para seguirte y poder comentar.
    Gracias Kathy
    🌹

  2. Una estrategia fácil para distinguir un papel: hacerle una cruz o dos con la abrochadora o usar una aujereadora… Como te imaginarás, tampoco veo un pomo. Cómo te fue (o a la persona que escribe el texto) durante la pandemia y las clases virtuales? Saludos.
    Paula Maciel

    1. Hola! Es un texto ficticio. De hecho, como lo indica la categoría del principio del mismo, está basado en un sueño. Sí, así es. Soñé eso y lo escribí. Tengo resto visual, pero nunca tuve el suficiente para ver todo lo que esta profe bio. Pero no sé, los sueños, son así… De todos modos, es una buena idea para una posible segunda parte, el tema de como le hubiese ido a esta profe, en el contexto de pandemia… Me dejaste pensando… Gracias!

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