Entre algunos de los tipos de virus informáticos más conocidos se encuentran los Malware, Spyware, Adware y Ransomware. A continuación, les presentamos un nuevo tipo: el Kathware. A través de cuentos, canciones, historias, y otros tipos de contenidos literarios, y entre realidades, fantasías, sueños, y el enorme poder de la imaginación, este nuevo tipo de virus trastoca los discos rígidos de las mentes que se atreven a mirar más allá, utilizando el lenguaje de programación más poderoso de todos: La Palabra.
Categoría: Cuentos y relatos
Historias que llegan a lo profundo. Ciertas o no, fantásticas o no, la idea es que te transporte aunque sea por un ratito a otro lugar. Para que conozcas realidades muy distintas. Llenas de fantasía, o quizás no tanto. Esta nueva categoría engloba todos los cuentos del blog.
Una palabra, no dice nada. Y al mismo tiempo, esconde un microcuento. ¡Buenas de nuevo! Acá, continuamos con esta serie de microcuentos, mientras que parafraseamos al cantautor cubano Carlos Varela. En esta oportunidad, en algunos casos fueron palabras que se me venían a la mente, así, de la nada. En otros, palabras que pedí que me sugirieran tanto en la lista de difusión del blog por whatsapp, como por redes sociales. ¿Te gustaría participar? ¿Tenés tus propios microcuentos para subir? ¡No dudes en compartirlos en las redes! Y bueno, añadir que, si bien los comparto en estados de whatsapp e historias de redes sociales, y obvio, en twitter, la mejor red social del mundo, y sin duda la única de microblogging que realmente vale la pena, lo que ocurre, es que, a menos que tengan una reacción o algo así, olvido fijarme quien los vio. Así que en realidad, no sé si esto de darle difusión así, está funcionando. Pero en fin, nada de eso importa, ya que, sea como sea, sí van a quedar subidos al blog, para que estén disponibles para todos mis lectores. Sin más que decir por el momento, acá empezamos.
Una palabra
Calle. Sabía que tenía que cruzar la calle. Esperó a que el semáforo cambiara, y lo hizo. Y del otro lado, se encontró nada más y nada menos, que con una versión distinta de sí misma. Parecida hasta en el más mínimo detalle. Pero tan diferente, como el agua y el aceite.
Dulce. “qué dulce sos”, le dijo él. Dicen que ciertos tipos de veneno, también lo son”, le respondió ella. Se le acercó, y mientras lo besaba, lo apuñaló con una tijera en el cuello. Continuaba sonriendo como loca horas después, cuando la encontraron junto a su cadáver.
Lluvia. Siempre que salía a caminar, lo hacía bajo la lluvia. Le traía paz, calma, tranquilidad. Curaba así, todas sus penas y males. Pero un día, al tiempo de haber salido, dejó de llover. Y ella, dejó de caminar, para empezar a correr. Esta vez, bajo el cálido sol.
Piedra. “Las personas se van para que otras lleguen a nuestras vidas. No es tan difícil soltar, dejar ir. Casi nunca veo a la misma persona 2 veces”, le dijo. “Qué fácil es para alguien que tiene el corazón de piedra”. Le respondió la joven, mirando de frente a la estatua.
Cama. Se despertó a las 3 de la mañana. A las 5, ya estaba cansada de dar vueltas en la cama. Se levantó, se preparó un café, y decidió empezar el día más temprano. Lo que no sabía, era que era el último día de su vida. Quizás sabiéndolo, podría haber dormido un poco más.
Pogo. Y después del pogo más grande de su vida, comprendió que la verdadera felicidad, estaba en disfrutar con todo su ser, de los buenos momentos. Porque cada uno de ellos, era único e irrepetible.
Cómplice. “Necesito un cómplice”. Dijo ella. “Para qué? Para enterrar un cadáver”? Le preguntó su amiga. “No, se me da mejor la cocina que la jardinería. Mejor lo cortamos, lo metemos en el congelador, y mañana tenemos carne para hacer empanadas”.
Asesina. La asesina miró con desprecio el cadáver frente a ella. Su última víctima. Ojalá le pagaran más por matar a personas importantes. Debería exigir un poco más. Al fin y al cabo, el trabajo sucio, lo hacía ella. Le pegó con una ramita que encontró, y se fue.
Flor. Pensó en llevarle una flor, en hacérsela llegar de alguna forma. Con una amiga? Entendería el mensaje? Al final, desistió. A veces, la primavera es para todos. A veces, solo para algunos. Y llegó a la conclusión, de que era ella misma, quien debía florecer.
Lentes. Sus lentes eran especiales. Con ellos podía ver el pasado, y el futuro. Todo aquello que había acontecido, e iba a acontecer. Pero no podía ver el presente. Y eso, no le permitía tener conciencia del mundo que la rodeaba.
Olas. Se encontraba sentada en la playa, frente al mar. Las olas golpeaban con fuerza la orilla. El sonido la relajaba, la tranquilizaba. Le producía una calma absoluta. Y solo así, pudo encontrar la paz que tanto necesitaba.
Interdependencia. A cientos de kilómetros de distancia, reían al mismo tiempo. Lloraban al mismo tiempo. Miraban al mismo tiempo el amanecer. Un día, sucedió que se encontraron. Y comprendieron que la interdependencia que sentían, no estaba en sus mentes. Sino, en sus almas.
Existencia. Caminó hacia el borde del precipicio. Vio su reflejo en el agua, y fue consciente por primera vez, de su propia existencia. De su pasado, presente y futuro. Y comprendió que a pesar de todo, aún tenía mucho por qué vivir.
Universo. Después de haber recorrido todo el universo, de haber atravesado cientos de miles de planetas con su nave espacial, se dio cuenta de lo realmente pequeñita que era. Pero a su vez, cuan grande había sido para todos aquellos que la habían conocido.
Placeres. Se sentó en un almohadón en el piso, con el plato de comida sobre las piernas, y su álbum favorito sonando en el parlantito bluetooth que tenía. “Comer y escuchar música, son los mejores placeres de la vida”. Se dijo. Y sonrió realmente feliz.
Agradecimiento. Él, sabía que su vida se apagaba. Rodeando la cama del hospital, todos sus hijos y nietos, le hacían compañía. abarcándolos a todos con la mirada, les dijo: “Al final, lo mejor que me llevo de esta vida, es el agradecimiento que siento, por haberla vivido”.
Amor. “Qué día”! Se dijo, mientras regresaba a su casa. Se había peleado con su pareja, y sus padres le habían gritado por no seguir la carrera que ellos querían. Pero entró, y su perrita la recibió saltando de alegría. Y entendió que allí, estaba el amor que tanto necesitaba.
Cisne. Soñó que era un cisne. En su sueño, el cisne alzaba el vuelo con majestuosidad. Pero al instante, una flecha le atravesaba el corazón, y caía en picada hacia el agua. El arquero, era el propio cupido. Y comprendió que conocería el amor, el mismo día de su muerte.
Abrazo. Estaban marchando juntas. Eran grandes amigas. Pero fue en el abrazo que le dio, así, de la nada, cuando comprendió la razón por la que estaban ahí. Y el peso de sus historias, de quienes les habían precedido, se hizo presente en toda su extensión. Orgullo 2022.
Quieto. “Quedate quieto”! Le dijo la madre a su hijo. “No ves que si no no puedo cortarte el pelo”? “Ah, el pelo? Yo pensaba que lo que me estabas queriendo cortar, eran las orejas”. Le respondió él.
Colecciones. En su vida, había tenido colecciones de muchas cosas. De monedas, de bolitas, hasta de figuritas. Pero la que más apreciaba, era la de verdaderos buenos amigos.
Luna. Siempre había adorado a la Luna. era su guía, su musa, su diosa. Su verdadera y gran inspiración. Hasta que un día, conoció a una persona tan maravillosa y especial, que la dejó de lado. Esta, al sentirse desplazada, la mató. Y le dijo “Tu amor será mío, o no será de nadie.
Hasta acá llegamos por ahora. ¡Espero les haya gustado! Como siempre, no duden en seguirme en las redes sociales, y en compartir los cuentitos. ¡Saluditos, y hasta la próxima entrada!
‘Hace rato que no me paso por acá. Y es que, si bien, tendría muchas cosas de las que hablar, ya que mi vida ha dado giros vertiginosos en los últimos tiempos, y sé, los seguirá dando en los tiempos que se vienen, en esta oportunidad, decidí traerles otra cosa. Algo relacionado pura y exclusivamente, con la literatura. Y es que, por un lado, hay temas de los que aún, prefiero no hablar. En segundo lugar, hay otros de los que tal vez, no hable nunca, porque, bueno, hay cosas que prefiero guardarme para mí. Y en tercer lugar, una de las cosas que me habían pasado con estos giros que ha dado mi vida, era perderle las ganas a escribir. Bueno, para ser más específica, no a escribir exactamente, si no, a encontrar algo que quisiera, o pudiera publicar. En muchos aspectos, un blog puede hacer las veces de un diario personal. Pero no siempre, ni en todas las circunstancias. Es por eso que, me resulta más cómodo al menos por ahora, empezar con algo diferente. Por ejemplo, tengo un gran proyecto que aún debo continuar y terminar, y del que, en cuanto pueda van a tener más noticias, entre otras cosillas que se vienen. Pero en fin, a lo que vinimos. Hace unos días, para intentar retomarle ese gustito a la escritura, y obtener la inspiración de nuevo para finalizar ese proyecto e iniciar otros, decidí empezar de a poquito. Un objetivo a la vez, un pasito a la vez. Y así, de a poco, ir saliendo adelante. Es por eso que, la pregunta que me surgió después, fue el como. Hasta que la oportunidad, se presentó.
Un escritor propuso un desafío en twitter. Escribir 20 microcuentos, con 20 palabras distintas, que sus seguidores, entre los que me encuentro, propusimos. Él, publicó su hilo, con sus 20 microcuentos. 2 días después, agarré la computadora, y empecé a escribir los míos, con esas 20 palabras. Me gustó la iniciativa, por varias razones. La primera, el género de los microcuentos, era algo en lo que yo, no había incursionado. La segunda, me iba a servir para volver a usar la imaginación, empezando con textos pequeños, y volver, como digo, a retomarle el gustito a escribir. La tercera, bueno, me sirvió para encontrar una nueva forma, de darle vida al blog. Es así, como en esta oportunidad, les dejo, en primer lugar, el hilo de twitter con mis 20 microcuentos. En segundo lugar, los invito a seguirme en twitter o seguirme en instagram como dragonmoon1522, y seguir la página del blog en facebook como kathwareblog, que es donde van a encontrar los próximos que vaya escribiendo. Porque, estos 20, van a ser apenas los primeros. A medida que vaya escribiendo y publicando más en las redes sociales, que es donde primero están saliendo, voy a ir agregándolos al blog, en nuevas entradas, ya, bajo esta nueva etiqueta. Es decir, se acaba de inaugurar, una nueva sección en el blog. Como siempre, espero que les guste. Ah, me olvidaba. Por último, les dejo acá abajo, claro está, esos cuentitos que salieron en twitter, y que ahora están disponibles para todos mis lectores. No olviden suscribirse por mail si lo desean, para no perderse las nuevas entradas. Y… Algo más. Si les gustaría participar del desafío, pueden citar el tweet del escritor original, y escribir los suyos en sus propios perfiles. Además, pueden dejarlos en los comentarios del blog, así nos seguimos mutuamente, y nos damos publicidad a nuestros escritos. ¿Qué les parece?
Desafío
1. Calibre. “la única forma de tomar el control de tu vida, es matándote”, le dijo. Tomó la calibre 22 en sus manos, y disparó. Ella cayó muerta al instante. Su reflejo salió de dentro del espejo, y se apropió de su identidad. Pero ya no sería la misma de antes.
2. Sanción. Estaba confundida. Lo único que había hecho, era prestar dinero a sus compañeritos, para que estos después se lo devuelvan en varios pagos, y con intereses. Pero le pidieron que devuelva todo, y pida disculpas. No entendía por qué le correspondía esa sanción.
3. esternocleidomastoideo. “Yo sé quien es. Decime una palabra que contenga la misma cantidad de letras que la edad de la persona a la que amás, y te dejo vivir. ¡”Esternocleidomastoideo”! Gritó. Y la otra, después de meditarlo unos instantes, bajó el arma.
4. Sangre. Siempre se había sentido diferente. Rara, como si no encajara en este mundo. Sus padres la cuidaban y la protegían de todo mal. Pero no fue hasta que se cortó sin querer en la escuela, que lo comprendió. Su sangre, era azul. Siempre había sido una reina.
5. Ventana. Ya nada tenía sentido. La vida se había convertido en un pozo sin fondo desde que ella se había ido. Así que decidió arrojarse por la ventana. Pero aconteció que, al estar cayendo, unas hermosas alas se desplegaron al costado de su cuerpo. Y al fin, pudo volar sola.
6. Grada. Las gradas estaban repletas de animales de todo tipo. desde insectos, hasta aves y mamíferos. Incluso los peces tenían un lugar propio. Era la primera vez, que iban a contemplar a los humanos haciendo piruetas para ellos. Al fin, habían recuperado el mundo.
7. Frenesí. Estaban solas, desnudas, disfrutando del agua caliente en la bañera del departamento de una de ellas. El frenesí que sentían, la pasión que les desbordaba por los poros, era incontrolable. Y no pudieron contenerse más. SE amaron como si no existiera un mañana.
8. Piruleta. Se encontraban en el recreo de la escuela. Ella era la nueva, y era extranjera. “He! me convidás?” Le preguntó una nena. “Y por qué? Esta piruleta es mía”. “qué? Acá se dice paleta, no piruleta”. Y así, empezaron a aprender, una de la cultura de la otra.
9. Patata. En el recreo, Ariadna vio a su compañerita, y le preguntó: “Oye, yo te convidé mi piruleta el otro día, recuerdas? Me convidarías tus patatas”? “claro! Pero acá, se dice papas, no patatas”. Es duro adaptarse a un nuevo país, aunque el idioma sea el mismo, pensó ella.
10. Anarquista. “Podrán matarme a mí, pero mis ideas jamás morirán”. Gritó el joven anarquista antes de ser acribillado a balazos por el estado opresor. No lo sabía en ese momento. Pero años después, él habría sido quien sembraría las bases para la revolución.
11. Amor. Desde detrás de la puerta, ella le dijo: “Juro que el amor que te tengo es tan grande, que sería capaz de cometer cualquier locura con tal de que volvieras a mí”. Pero del otro lado, la otra le contestó: “Lo siento. No puedo amarte así como lo querés”.
12. Alma. “Sería capaz de venderte mi alma con tal de pasar una última noche con vos. El intercambio, es justo. Tu cuerpo una noche, y mi alma es tuya, por todo el resto de la eternidad”. “Y, no preferirías vendérsela al diablo”? “Eso estoy haciendo. Sé que sos vos”.
13. Campurriana. “Ya sé, ya sé”! Le dijo Cristina. “Sos campurriana, no”? “Sí”! Le contestó Ariadna. “Como sabés”? “Porque estuve investigando. Sos de Cantabria, en España”. Ambas comenzaron a charlar cada vez más seguido, y a pesar de sus diferencias, se hicieron grandes amigas.
14. Trapecio. “Tengo 2 problemas que ustedes pueden resolver, porque hacen referencia a una misma cosa. Adivinan qué es?”. Les dijo la joven, a los 2 hombres que estaban frente a ella. Estos se miraron y negaron con la cabeza. “Al trapecio”. eran un doctor, y un matemático.
15. Escatológico. “Te cuento un chiste?” “A ver, dale”. “Qué le dijo el pedo al culo? Dejame salir! Que acá hace mucho calor”! “Qué chiste horrible. Y además, tenés un humor escatológico”. “Y eso qué quiere decir”? “Que tenés un humor de mierda”.
16. Desatino. “qué hiciste”! Le gritó su esposa a laureano. “Vender todas nuestras cosas!” “Pero por qué? La casa está vacía! No tenemos nada”! “Porque me dijo una página de internet, que me voy a morir mañana”! “He? Esto es un desatino! Y yo”? “Tranqui! Vos te vas a morir hoy”!
17. Pelo. “No puede ser que justo cuando me dispongo a escribir un microcuento sobre el pelo, pasen una publicidad sobre un shampoo. Alexa, google, Siri, seguras que no me leen la mente”? Les preguntó a los asistentes. Pero estos, ya estaban pensando en la siguiente palabra.
18. Arrebol. “El arrebol de tus mejillas, es tan hermoso como el sol al amanecer”. Le dijo él para conquistarla. “Y los granos de la tuya, tan feos como clavarse una astilla de vidrio en el pie”. Le contestó ella.
19. Retrete. “Donde están mis llaves”? Le preguntó la mujer a su hijo. “Las tiré por el retrete, mami”. “Por qué”? “Porque así no podés ir a trabajar, y te quedás en casa a pasar más tiempo conmigo”. Bueno, no importa, pensó ella. Voy a llamar al cerrajero, total, me gusta mucho.
20. Mandril. Él sabía de los hombres lobo. Pero un hombre mandril? Se preguntaba si era el único en su tipo, o si había más. Va, no importa, se dijo. Miró a la luna llena, y se transformó en el animal que tanto anhelaba ser. Su furia salvaje, salió al fin a la luz.
Fin. Hasta acá llegamos, al menos por ahora. Espero que algo de esto guste. Había palabras de las que no conocía su significado. De nuevo, aclaro que es la primera vez que hago un reto de este estilo, y que algo puede fallar. Cualquier error, es por mi tendencia a confundir la C, con la S, o la B con la V. No porque no sepa, si no que… A veces me da como una nube mental y no me sale con qué letra va una palabra. Un saludito enorme. ¡Hasta prontito!
Bajo esta categoría, como ya saben, nos encontramos escritos de otros autores, que deciden compartirlos aquí. En esta oportunidad, les traigo un escrito de Morena Pereira (en instagram)una música y escritora que tiene mucho para decir, no solo a través de su voz, si no también, como en este caso, de sus letras. Sin más que añadir de mi parte, la introducción, queda a cargo de ella misma.
Introducción
Este pequeño cuento surge de 2 lugares muy especiales. Una canción como el primero, donde empecé a dibujar sus primeros trazos y líneas. Comenzaron con un personaje muy similar, al cual su autora, Joni mitchell llamaba Michael from mountains, o Michael de las montañas. Narraba un personaje mágico que podía hacer muchas cosas, y siempre cuidarte y mantenerte seguro. En ese instante por mi mente empecé a escribir las primeras líneas, cuando aún solo tenía su forma, pero no su nombre. El nombre surgió una noche como tantas en las que escribía, en otro cuento que hasta ahora no terminé y cumple ya 2 años. Cierto día, conocí a otra persona que llevaba el nombre de mi personaje mágico. sí, era kathy. Mientras hablábamos, le conté sobre un ejercicio en el cual me había salido este cuento. un ejercicio en el que escuchaba una canción o ponía atención sobre algo concreto y dejaba que mi mente me dejara a imaginar, describir, trazar y dibujar a un personaje entre letras. Conecté las casualidades, y decidí que quería mostrárselo. Aún no estaba escrito en un papel, ni en ningún lado. Así que me tomé esto como una oportunidad de materializarlo y llegar así a la parte final de su creación. No dejo de pensar que el universo es tan especial que aveces materializa alguna parte de lo que nosotros hayamos escrito. Nos encuentra con ese destinatario que podría recibir nuestras cartas o cuentos ocultos, o que nos hace por fin volcarlos en un papel dejando atrás el miedo a ser leídos. Ella me hizo volcar por fin a mi querida kate en un papel. Y quizás porque compartían algo. Su nombre, aunque escrito distinto. Y esa capacidad de cambiar los pensamientos en un segundo con reflexiones, charlas o un mágico viaje. Así les dejo este humilde cuento, titulado Katerine, y también una pequeña introdución, que podemos escuchar después del cuento o mientras lo leemos, para viajar un poquito más adonde nos quiera llevar.
Katerine me llamó un día en mis pensamientos. Se apareció como una pintura frente a mis ojos. Me contó que venía de las pinturas y los colores. Que se había dibujado en la silueta de quien no se sentía propia, y entonces apareció. Me preguntó si quería conocer un jardín donde iba al final de los días. No tenía mucho que hacer, así que asentí con decisión. Mi mente trabajaba sin descanso mientras ella señala un tren que nos llevará a nuestro destino. Al subir, las estaciones son miles, de vivos colores y con gente que viene y va, que se despide y se reconcilia, que nos miran curiosos, preguntándose adónde iremos esta vez.
Al bajar, me enseña un sitio que se me antoja tranquilidad y paz absoluta. Está lleno de flores, con la luz del sol que me toca sin dañarme y el césped en el suelo, que me invita a relajarme, a no pensar. O a pensar en lo que ella me enseñe, me cuente, adonde quiera llevarme. Me siento. Toco el suelo. Me recuesto, suspiro y pienso. Ella Se mueve ligera mientras cruza el inmenso lugar, que parece no acabar. Mientras sonríe y me mira, No puedes dejar de mirarla, a ella y al lugar. Todo contrasta perfectamente, y podría cambiarlo si ella quisiera. Su magia me alivia la pesadez de mis pensamientos, como si de pronto todo volviera a comenzar.
—Podrías quedarte aquí para siempre, o regresar en cuanto quisieras, —me dice.
Le gusta que le digan kate. Y se me dibuja con las manos, como si nunca quisiera desaparecer y quisiera asegurar su existencia continua, que sus silencios no la minimicen, que sus suspiros no la saquen de donde está, y que pueda adaptarse a todo, para quedarse donde siempre quiere estar.
Es misteriosa y enigmática, es una mezcla que no puedo dejar de observar. Una mezcla que desde el primer momento me llama a seguirla, a conversar, y a querer entender lo que hasta ahora no entendí. Me ha enseñado que las casualidades son, y que en el momento que menos me lo espero todo puede cambiar, puedo viajar, y puedo pensar y hacer.
Se despidió de mí después de varias horas cerrando el gran espacio con una puerta que cubrió todo de oscuridad. Me dio su mano, me guió lentamente hasta donde la piel vuelve a sentirse y la respiración vuelve a llegar, y me recordó que en un segundo todo puede cambiar.
Kate me ha invitado a conocerla. Conocer su mundo, sin conocer quién era. Encontrar su magia, sin haber encontrado la mía. Sentir que todo vuelve a comenzar, o que simplemente,sigue más ligero y recobrando su intensidad.
Sabes que si te acercas a ella algo jamás volverá a ser igual. Tu mente se abrirá, y a un viaje te podrá llevar. Sabrás quién es, pero nunca de dónde viene. Tus recuerdos la guardarán y la llamarán, para que nunca sepas de dónde vino, adónde fue, adónde te llevó.
Sabes que en el fondo vas a guardarte un secreto. El secreto que Katherine dejó. Antes de desaparecer, en la última oscuridad, En el último delgado hilo que constituyó con su voz.
Hace mucho que no nos aparecemos por aquí. Y es que, la vida nos lleva a veces por otros derroteros, que no somos capaces siquiera de imaginar. Por supuesto, que dejar de escribir, nunca. Pero, existen ocasiones en las que dirigimos esta escritura, a un objetivo en particular, y tan personal, que se hace difícil elegir qué compartir y qué no. Además, bueno, a principios de año, había iniciado con un proyecto bastante ambicioso, que no pude finalizar por el momento, pero que sé, lo haré en un futuro cercano, y del cual, en algún momento tendrán noticias. En fin, a pesar de todo esto, cada vez que volvemos al ruedo, lo hacemos de una forma poco convencional. Y esta, no va a ser la excepción.
Es la primera vez que una entrada se encuentra bajo 2 categorías. “Soñando despierta”. Las historias que se escapan de mi mente, de lo más profundo de mi imaginación. Y “otros autores”. Porque, es la primera vez también, en la que escribo y publico una entrada en conjunto, con una colaboradora que, en esta oportunidad, prefiere permanecer de forma anónima. En fin, de parte de ella y mía, les dejamos este pequeño cuentito infantil, que hicimos con tanto cariño, para ustedes. Esperamos lo disfruten.
La Pajarita y la Mariposa
Cuentan que en un hermoso valle, oculto entre montañas, se encontraba una pobre y solitaria mariposa. Hace mucho había abandonado el mundo exterior, en cuanto abandonó su crisálida de oruga. Desde entonces, decidió refugiarse en una pequeña casita que se había construido para sí misma. Donde nadie podía entrar. Donde tenía la absoluta tranquilidad de que estaría segura. En ese pequeño rinconcito, guardaba todo lo que no quería que nadie conociera de ella. Lo bueno, y lo malo. Su fortuna, y sus desgracias. Sus tristezas, y alegrías. Había quienes, momentáneamente, lograban entrar a esa casita. Pero solo por un tiempo, y para conocer apenas una parte de ella. Solo lo que ella quería mostrar. Y a quienes quería mostrárselo. Había quienes pensaban o sentían que la conocían. Que con solo hablar con ella, podían saber lo que iba a hacer o pensar al momento siguiente. Pero estaban equivocados. Porque sí, en algunas cosas esta mariposa era tan clara y transparente como el agua. Pero en ocasiones, tan impenetrable como un muro de concreto. Y fue así, en esta solitaria casita, como empezó a alejarse cada vez más de sus sueños y sus ideas. Día a día, comenzó a dejar de apasionarse por todo aquello en lo que creía. Aún así, en el fondo de su corazón quedaba algo de ese todo que ella era, de su esencia, sueños y alegrías. Era lo que la llevaba día a día a seguir adelante. A luchar por algunas cosas, aunque dejara de lado otras. A intentar entender el por qué de todo, aunque luego no supiera bien qué hacer con aquello. Pero en realidad, su vida en esa pequeña casita de aquel gran valle, distaba mucho de ser tan segura y tranquila, como ella creía. Y es que, a veces se desataban enormes tormentas y tempestades que amenazaban con destruirlo todo. Era en esos momentos en los que la pobre mariposa no sabía qué hacer. Intentaba proteger su casita de todo daño. Arreglarla al día siguiente, pintarla de vivos colores que el agua y viento luego arrastraban o dejarla secarse por los rayos del sol, cuando este salía. Pero muchas veces era imposible. Aveces parecía que tendría que reparar las grietas y rupturas que quedaban para siempre, y su vida no tendría otras aventuras.
Fue en uno de esos días en los que aconteció, lo que les contaré a continuación.
Estaba anocheciendo en el valle cuando la mariposa, después de limpiar y ordenar la casita, se puso a mirar por una de las ventanas. Ahí fue cuando se percató de que en el horizonte se vislumbraban enormes nubarrones. Comenzó a preocuparse. Una nueva tormenta se acercaba. Tendría que hacer hasta lo imposible para que su hogar sufriera el menor daño posible. Se puso a trabar puertas y ventanas por las cuales el viento rugía, con fuerza y furia. Estaba por hacer lo propio con la puerta principal, cuando escuchó un par de suaves golpes en la misma.
—¿Quien es? —Preguntó la mariposa extrañada de que alguien llegara a visitarla a esas horas.
Una temblorosa voz respondió desde el otro lado de la puerta:
—Soy una pajarita. Necesito refugio de la tormenta que se acerca. Estoy lejos de mi nido, y no podré volar para volver a tiempo. ¿Me podrías ayudar?
La mariposa observó la puerta dubitativa unos momentos, antes de abrir. Al final, decidió que no era la primera vez que daba cobijo a viajeros casuales. Claro que no fueron pocas, las veces en las que se había arrepentido de haberlo hecho. Los viajeros tomaban su comida, sus hojitas con las que arreglaba la casita o sus cosas sin permiso, o simplemente se iban sin agradecerle su ayuda. Esperaba esta no fuese una de esas visitas…
Al abrir, al otro lado, una pajarita con un moño rojo en la cabeza, similar al que ella tenía, la miraba sonriente. “Debe ser buena señal”, se dijo, apartándose para que pasara. Cerró la puerta, y la invitó a sentarse.
—¡Se viene fuerte esta tormenta! —Comentó la mariposa para sacar tema de conversación.
—Sí, el viento es amenazante. Gracias a que me abrieras la puerta no va a arrastrarme hacia a saber qué lugar frío y oscuro…
—¡-Entraste justo a tiempo! Creo que va a empezar a llover, —comentó la mariposa, al tiempo que se oían truenos y las ventanas se iluminaron con un rayo.
—Sí. Pero a veces, las tormentas no están solo afuera. A veces, están en nuestro interior. Y son las más difíciles de combatir. Porque las llevamos con nosotras mismas. —Le dijo la pajarita, después de un suspiro.
La mariposa quedó pensativa unos momentos, mientras notó la mirada de su visitante que recorría la casita de arriba a abajo,, observando los objetos que había allí.
—¿Sabés qué? ¡Tenés unas alas muy bonitas! —Añadió.
—¡Ho! ¡Muchas gracias! —LE respondió esta, mientras se ponía a revolotear a su alrededor, sintiéndose halagada.
Ambas sonrieron, y comenzaron a charlar. La mariposa le contó que al principio, era una pequeña oruga, a la que pocos entendían. Que luego se convirtió en una crisálida, y que debía permanecer escondida porque tenía miedo de que la vieran. Sentía mucha vergüenza de sí misma, hasta que finalmente se convirtió en la mariposa que ahora era. Aún sentía miedo de muchas cosas, pero aprendió a tener la fuerza y la voluntad suficiente para enfrentarlas. La pajarita, le contó que no era fácil vivir en un nido de pájaros donde de todos, era la más pequeña. Hace poco lo había dejado, y aunque se estaba construyendo el suyo propio, las cosas tomaban tiempo. Y que a medida que este pasaba, se sentía cada vez más frustrada al no poder lograr sus objetivos como lo deseaba. Se sentía perdida, aveces agotada, y aveces sólo un poco cansada. Algunos días salía a caminar por ahí, pero al volver, perdía el rumbo a casa. Otras veces, dejaba el nido y al regresar las hormigas habían devorado su comida, le habían quitado su manta favorita o encontraba algún transeúnte queriendo entrar. Aveces no quería volver. Aveces ese sueño de un nido para ella sola parecía imposible.
La mariposa le contó que, aunque se sentía libre en algunas cosas, se sentía prisionera de otras. Aún existían quienes la juzgaban, diciéndole que ella nunca iba a ser como las demás. Y, aunque intentaba que eso no le afectara, a veces, no era posible. Continuaron hablando toda la noche, mientras la tormenta se hacía sentir allá afuera, contra las puertas y ventanas de la pequeña casita. Pero dentro del lugar parecía haberse calmado la tormenta que ambas sentían en su interior, dejando una sensación de calma absoluta. No importaban los golpes que a veces daban las ventanas por el viento, o el temblor del suelo por los truenos, o el golpeteo incesante de la lluvia contra el techo. La mariposa parecía haberse olvidado de los problemas. Y la pajarita también.
En un momento, mientras las horas transcurrían entre charlas y charlas, la pajarita se quedó en silencio. Hasta que después de unos instantes, le dijo:
—Tengo que decirte algo, aunque tenga un poco de miedo. Pero si Ya empecé, ahora voy a terminar. Sos una mariposa muy bonita, y especial. Siento una tranquilidad muy linda cuando estoy cerca tuyo.
—¿En serio? —Le preguntó la mariposa, que sonreía—. Bueno, a mí también me pasa lo mismo. Es como si la tormenta no hubiese estado presente. Pero yo sí no me hubiese animado a decírtelo. Soy una mariposa un poco más tímida. Y creí que estas cosas, ya no eran para mí. Pero si a las 2 nos pasa lo mismo, entonces creo que está bien.
Al día siguiente la tormenta había cesado. Y a ellas, les tocaba la hora de despedirse. La mariposa debía reconstruir su casita de los daños de la tormenta, que notó al salir de la misma. Y la pajarita, terminar de construir la suya. Así fue, como quedaron en volver a verse nuevamente. Pero, sin saber cuando llegaría ese momento, decidieron mantenerse en contacto por otros medios. Sí, así es. Las palomas mensajeras andaban durante todo el día de adentro a fuera del valle, llevando mensaje tras mensaje entre ellas. Y empezaron a conocerse y descubrirse, un poco más cada vez. Fue en esos ires y venires que se dio la oportunidad para que puedan verse otra vez. La pajarita tenía una hermosa voz, y un canto melodioso que cautivaba los oídos de la mariposa, cada vez que la escuchaba. ¡Twiii twiii! Cantaba la pajarita al ir acercándose a la casa de la mariposa. Y esta salía corriendo a recibirla. Una vez juntas, charlaban, seguían contándose sus vidas, y recorriendo el valle de un lado al otro, de principio a fin. Después de algunas visitas, ningún rincón había quedado sin que ellas lo exploraran. Aún así, faltaban más cosas que debían aprender la una de la otra.
En una de esas visitas, se encontraban sentadas sobre la rama de un árbol. En eso, la mariposa comenzó a elevarse en el aire, con gran majestuosidad. La pajarita intentó ir tras ella. Pero la mariposa se elevaba cada vez más, y la pajarita quedaba cada vez más rezagada. Hasta que la mariposa bajó nuevamente a su altura, y vio que su compañera estaba triste.
—¿¿qué pasa, pajarita? —Le preguntó.
—Lo que pasa es que, aunque soy una pajarita, tengo miedo a volar alto. Cuando era chiquita, fui muy alto, perdí el equilibrio de mis alas, y me caí. Desde entonces, ya no puedo hacerlo. Por eso tampoco pude volver volando el día que me refugiaste en tu casita. Por eso a veces el viento me lleva, y yo no puedo volver. Pero quisiera saber lo que se siente volar así de alto, como vos. Saber qué se siente controlar tu vuelo, estar en libertad entre las nubes. ¡Debe sentirse maravilloso! ¿Me contarías cómo es?
La mariposa la miró consternada, sin saber qué hacer al principio.
Pensativa, le dijo:
—En vez de contártelo, podría mostrártelo. Voy a ayudarte, sólo confiá en mí. –
Luego, con mucha delicadeza, la tomó entre sus patitas, y comenzó a acariciarla con sus alas, mientras ella se tranquilizaba y se vislumbraba una sonrisa en su carita. Después, mientras la sujetaba suavemente, empezó a elevarse con ella en el aire. La pajarita, se sintió segura y confiada. Y se dejó llevar. Finalmente, la mariposa la soltó y la pajarita desplegó sus alas, que sintió agitarse con el viento. Sabía que mientras la mariposa estuviera allí, nada podría pasar. Y si volvía a caerse, ella la podría salvar, mientras la ayudaba a volver a intentar. Empezó a impulsarse, a sentirse viva, libre. Una sensación de satisfacción la invadió, mientras aprendía a ir y venir.
La mariposa se situaba debajo de ella a cada movimiento que hacía, por si esta se caía. Pero esto no ocurrió. Ambas continuaron subiendo más y más hacia las alturas. Hasta pasar las copas de los árboles. Hasta llegar a las propias nubes. Hasta atravesar el propio firmamento. La pajarita se sentía literalmente en las nubes. Sentía que había cumplido, gracias a la mariposa, uno de sus mayores sueños.
Después de un rato de volar y volar en lo alto, decidieron bajar. Ambas se encontraban extasiadas, sonrientes. Y fue la primera vez, en la que sintieron que todo lo que estaban viviendo, era especial. La mariposa, al igual que ella, se sentía aún entre las nubes que acababan de dejar.
—¡Lo lograste, pajarita! —Le dijo la mariposa—. Yo te ayudé, pero fuiste vos quien tuvo la fuerza de voluntad para volar. Y ahora, comienza una nueva etapa para vos. Una etapa en la que empezarás a ser una pequeña pajarita libre.
Se abrazaron con sus alas. Se sonrieron, y lloraron juntas de emoción. Luego, se despidieron, prometiendo volver a verse nuevamente.
Cada encuentro era diferente. A pesar de que había cosas que se repetían, cada encuentro entre ellas, era único. Siempre seguían conociéndose. Charlando cada vez de temas más y más variados, hasta contarse muchas cosas de sus vidas. En uno de esos encuentros, la pajarita le dijo a la mariposa:
—¿Sabés? ¡Mi nido al fin está terminado! Por fin encontré otro árbol donde construirlo. Con paciencia fui llevando mis ramitas, una por una, para construirlo una vez más, y lo logré. A este árbol no suben más hormigas que me saquen mi comida. Es más, tengo algunas buenas vecinas. En este árbol los habitantes son mucho más amables. Está en un bosque muy lindo y silencioso, por donde me gusta volar y cantar. Es mi nueva casa, para mí sola y muy segura. Podrías venir cuando quieras, como yo vengo siempre a tu valle. Podemos dar paseos por el bosque que ¡seguro te va a encantar!
La mariposa dijo que iría, pero los días pasaban, y la pajarita no tenía noticias suyas. Fue así, como decidió ir a ver qué le sucedía. Al hablar con ella, esta le dijo lo siguiente:
—Lo que pasa, es que así como vos tenías miedo de volar alto, yo tengo miedo de volar lejos. Desde que llegué acá, casi no he salido del valle. Y nunca para recorrer grandes distancias. Menos para meterme en un bosque…
—Bueno, mi nido no queda tan lejos en realidad. Pero no te preocupes. Así como vos me ayudaste a mí, yo también quiero ayudarte a vos. A veces, cuando nos acostumbramos a algo, parece tan cómodo que nos cuesta salir de ahí. Me parece que eso es lo que te pasa. Verás que en otros valles no hay tantas tormentas y tempestades como acá, Y que podés vivir tranquila, sin tener que reconstruir tu casa cada día.
La pajarita echó a volar, y la mariposa, aunque al principio un poco escéptica, fue tras ella. Al llegar a la entrada del valle, esta última se detuvo.
—no puedo, pajarita. ¿Y si hay más peligros? ¿Y si nos perdemos? ¿Y si algo nos pasa?
—El mundo entero está lleno de peligros, mariposa. Es cuestión de tener la valentía suficiente para enfrentarlos. Y sé que vos la tenés, aunque ahora mismo no lo creas. Solo seguime. Ya me sé el camino,y te voy a acompañar en todo momento. no te vas a perder. Te lo prometo. —Decía la pajarita estirando las alas hacia la mariposa.
Ambas salieron del valle. Atravesaron un pequeño río, y una vasta y hermosa llanura,hasta divisar el bosque donde ahora vivía la pajarita. Ella entró, hizo señas a su compañera para que la siguiera entre frondosos árboles de hermosas copas donde otros pajaritos cantaban alegremente, y mariposas de distintos colores revoloteaban.
Llegaron sonrientes al nido de la pajarita. Allí se abrazaron, y comprendieron, que habían dado un pasito más. Desde entonces, ambas comenzaron a encontrarse en el nido de la pajarita, y desde allí, a recorrer los paisajes, hasta donde podían, yendo cada vez más lejos, y enfrentando cada vez más desafíos. Grandes tormentas, vientos y tempestades. El ardiente sol, y el árido desierto. Los picos helados de los glaciares, y de las altas montañas. Los anchos lagos, ríos y mares.
Un día, la mariposa se dio cuenta de todo lo que ambas habían logrado. Cuan lejos y cuan alto habían llegado.
—¿lo ves? —le dijo la pajarita—. Era cuestión de tomar valor, y enfrentarse a cada desafío, de a uno por vez. Vos, sos mi pequeña mariposa valiente. Porque también lograste superar tus miedos. Con mucha paciencia y siendo perseverante.
Fue así, como ambas entendieron que habían llegado a la vida de la otra, para acompañarse, ayudarse y animarse a luchar contra todo lo que se les presente, juntas.
La mariposa al fin logró salir del valle de las tormentas, para construirse una nueva casa en un lugar muchísimo más tranquilo, donde estaría mejor y sería finalmente libre.
La pajarita hizo aún más lindo su nido, en el que podía vivir sin presiones ni miedos de ningún tipo.
Y comprendieron así, que cada una lograba que la otra se convirtiera en una versión cada vez mejor de sí misma. En seres libres, valientes y fuertes.
Dicen que las brujas no existen. Pero que las hay, las hay. Y es verdad. Hay toda clase de brujas. Buenas, malas, y más o menos. Algunas usan el poder de la magia negra. Otras, la blanca. Otras, la roja. Algunas usan el poder de la madre naturaleza. Otras el del sol, y otras, el de la luna. Es de estas últimas, de las que voy a hablarles. Hace mucho mucho tiempo, fui una de las hechiceras de la luna. Usábamos el poder de nuestra amada diosa, para ayudar a los demás niños. Sí, y es que, nosotras, también éramos niñas.
No cualquiera puede ser una hechicera de la luna. Hay que cumplir con algunas reglas. Esto hace que, los demás, no sepan que existimos. Porque incluso hoy en día, nos tienen miedo a las brujas. La gente siempre le teme a lo que no conoce. Y esta, es otra de esas cosas que las personas o no saben, o no entienden.
Lo principal, es mantenernos en secreto. Que solo los niños nos conozcan, para poder ayudarlos. La segunda regla, es que no puede haber más de 3 hechiceras por escuela. Casi siempre son 2, pero en escuelas muy grandes, es necesario que haya una más. La tercera, es que tenemos que tener entre 8 y 12 años. Esta es la edad en la que mejor podemos cumplir con nuestra misión. La cuarta, es saber leer y escribir. Así podemos leer los deseos de los niños, y escribir nuestras respuestas. La quinta, es que podemos ser hechiceras, sí y solo si, otra hechicera nos da el poder. Una nena tiene un mes lunar desde el día de su cumpleaños número 12, para darle el poder a la siguiente. Se hace dibujando una luna en un papel, y escribiendo las reglas. Luego, se deja el papel, dentro de la mochila de la elegida. Es la propia luna, quien elige a las brujas, y quien le dice a la niña, en qué mochila debe dejarlo. Lo mejor, es hacerlo durante el recreo, para que nadie se dé cuenta. Cuando la otra niña lo encuentra, tiene que aceptar el poder, bajo la luz de la luna llena. Así, ya es suyo, y se le saca a la primera niña.
Capaz que haya alguna que no lo acepte. Es una gran responsabilidad cumplir con todo lo que se necesita para ser una buena bruja. En ese caso, la segunda niña tiene que romper el papel, y la luna, elegirá a otra. La propia diosa luna, es quien se comunica con la primera niña, para decirle que el poder fue rechazado. Lo hace a través de los sueños. Si el papel cae en manos equivocadas, o la segunda niña no lo quiere romper, este se pone en blanco, para que el poder de la luna, siga permaneciendo en secreto.
Ellas, tampoco deben conocerse entre sí, o si se conocen, ninguna debe saber que su amiga o compañerita es bruja. Para esto, otra de las reglas, es que antes de comunicarse, tienen que elegir un nombre y una forma. Puede ser un animal que les guste, una niña diferente a ellas, o hasta un árbol, una planta o una flor. La comunicación, también es a través de sus sueños, por lo que ninguna sabe como es la otra, ni su nombre, ni la escuela a la que van. Solo se diferencian por ciudades, que se reúnen una vez por semana, y países, que se reúnen una vez por mes. También, hay una reunión anual, en la que se reúnen todas las brujitas. Sí, ya se imaginarán cuando es. Entre la noche del 31 de octubre, y la mañana del primero de noviembre. Claro que no todas las brujas pueden estar al mismo tiempo, porque cuando en unos países es de día, en otros, es de noche.
Pero en fin, llegó la hora de lo más importante. Hablar de nuestros poderes. De como y en qué, podemos las hechiceras de la luna, ayudar a los niños. Primero, se deja un papel en cada grado de primaria. En este papel dice que hay niñas que hacen magia, y que pueden ayudar a cualquier niño que lo necesite. Para pedir nuestra ayuda, tienen que dejar un papel con su deseo, y un dibujito de la luna, en un lugar que está también escrito ahí. Es diferente para cada escuela. A veces es la puerta del baño de las nenas, a veces la de algún salón, a veces algún rincón al que normalmente, no llegan las maestras y las porteras para encontrarlo. También dice que los más grandes, tienen que contarles a los más chiquitos, que no saben leer. Pero claro, no podíamos ayudar con todo. Al fin y al cabo, éramos niñas. Y no teníamos el mismo poder que una bruja adulta. Los ayudábamos a encontrar cosas perdidas, a hacer “trampita” en las tareas para los que iban muy mal, a hacerles desaparecer cuadernos, libros, tizas, lapiceras y demás cosas a los maestros, para que sea difícil para ellos, darles tantas tareas a los chicos. ¿qué, acaso alguien pensó que éramos brujitas buenas? Nosotras pensábamos que sí, claro. ¿Como no íbamos a serlo? Ayudábamos a los niños, a librarse de los malvados adultos, que solo querían que estudien más y más. También, esto pasaba con los padres. Si un nene tenía malas notas en el boletín, o no quería estudiar en su casa, las hojas podían aparecer como completas, sí, por arte de magia, o la tarea podía desaparecer. Si la tele se apagaba a las 10, a las 10 y media, cuando los adultos dormían, estaba prendida de nuevo. Se caía el plato de sopa para los que no les gustaba, aparecían los juguetes que sus padres les sacaban para castigarlos, y así, muchísimas cosas más.
¿Y como llegué yo a todo esto? Bueno, pasó por una situación especial. Para conceder un deseo, los niños tenían que escribirlo en un papel, como ya dije, y dejarlo en un lugar que les decíamos. Cualquiera de las brujas de la escuela, podía ir a buscarlo. Para no cruzarse, un día, una iba cuando empezaba el último recreo. Y al día siguiente, esa misma iba cuando terminaba. O sea. Las 2 iban el mismo día, solo que una cuando empezaba, y la otra cuando terminaba. Si alguna no podía ir, la otra agarraba los deseos. Y al otro día, lo mismo pero al revés. La que antes fue cuando empezaba el recreo, ahora le tocaba ir cuando terminaba.
Una vez, un niño dejó un papel escrito en algo que ninguna de las brujitas que estaban en ese momento, pudo entender. El deseo, estaba escrito en braille. El braille es un sistema para leer y escribir hecho con puntitos en una hoja, que usan las personas ciegas. En fin, sin saber qué otra cosa hacer, una de ellas consultó a la luna en sus sueños, sobre qué podía hacer con ese deseo, ya que ella no sabía leer braille. Ahí descubrió, que ninguna de las otras sabía tampoco. Entonces, la luna le dijo que, había llegado la hora de traer a una nueva brujita. Una que supiera braille. Pero se encontraron con un nuevo problema. ¿Cómo iban a hacer para que le llegue el papel con las reglas y el dibujo? Una de ellas, tuvo una idea. Grabar en un casete las reglas, y describir como era el dibujo. Después, dejarían el casete en la mochila de la nueva, y ella lo entendería cuando lo escuche. Fue así, como me llegó ese casete, y me convertí yo también, siendo ciega, en una hechicera de la luna. Solo que, en mi caso, ninguna tuvo que perder el poder, para que yo lo tenga. Y sí. Cuando hay reglas, también, hay excepciones. Y esta, fue una de ellas.
Desde ese momento, empezamos a sumar más niños y escuelas. Y se empezaron a sumar más deseos. Como al principio fui la única bruja ciega, leía los deseos que pedían los niños ciegos, a las otras brujitas. Para pasarnos los deseos, una tenía que leerlos, hasta memorizarlos. Para las niñas que veían, era más difícil. Porque tenían que acordarse de como estaban escritos los puntitos en las hojas en braille, para reflejarlos iguales en sus sueños, y así, yo podría leerlos. En cuanto a las respuestas, casi siempre respondíamos con un “tu deseo se hizo realidad”. Pero a veces, aunque lo intentábamos, el poder no era suficiente para concederlo. En el sueño, yo escribía la respuesta, y la niña que veía, tenía que recordarla cuando se despertaba, para tratar de hacer lo mismo con lo que tuviera a mano. Un lápiz y una hoja, o uno de esos punzones que están en todas las casas, que son de madera y alargados. Además, quedamos en que yo iba a ir a buscar los deseos, pero solo iba a agarrar, los que estuvieran en braille, si había. Si no, no agarraba ninguno. Porque si agarraba los que están en tinta, obviamente, no los iba a poder leer.
Sobre los deseos, algunas veces, habían muchos que eran difíciles de cumplir. Y necesitábamos usar las reuniones por mes, para poder hacer la magia que se necesitaba para esos deseos. Un perrito lastimado, un gatito que no quería comer, un pajarito con el ala rota. Sí, teníamos el poder para eso. Pero no siempre se podía usar. Es mucha energía, y quedábamos muy cansadas. ¿Porque, de algún lado salía la energía, no? La luna nos daba la magia, pero la energía que hacía que esa magia funcione, salía de nosotras. A veces no nos queríamos despertar para ir a la escuela, hacíamos fiaca para ir a desayunar… Por eso dije que, es una gran responsabilidad ser una hechicera de la luna.
Otra cosa, es que no podemos saber así nomás si un deseo se puede hacer realidad o no, hasta que no lo intentamos, o lo consultamos con la diosa Luna. Si no se puede, les pedimos disculpas, y les decimos que no fue posible cumplir su deseo. Si no es algo muy urgente, les decimos que lo vamos a intentar más adelante. Ese más adelante, es cuando nos juntamos las brujitas de todo el país, una vez por mes, o cuando nos juntamos muchas más, una vez por año. Claro que no puedo hablar de esos deseos tan importantes. Porque estaría diciendo más de lo que la diosa nos deja contar. Dije que todo esto es un secreto, ya sé. Pero en realidad, no nos prohíbe contarlo. Lo único de lo que realmente nos prohíbe hablar, es de aquello que es tan pero tan increíble, que solo el poder de la magia puede lograr. Y de eso se tratan esos deseos que tuvimos que hacer realidad entre muchas.
Es justo en este momento, en el que seguro se están preguntando, por qué cuento todo esto, y por qué trato de contarlo para que los chicos, también lo entiendan. Por varias razones. La primera, es que quiero que cada vez más y más niños, conozcan la magia. Que haya cada vez más hechiceras. Yo creo que si se lo piden en sus sueños, la luna se los tiene que conceder. La segunda, es que quisiera reunir a las brujitas que conocí durante los 2 años que yo estuve. A mí ya me eligieron de grande, por lo que fui bruja entre los 10 y los 12. Si en la fecha en la que publico esto estoy cumpliendo 33 años, bueno, es cuestión de hacer cuentas. Si fuiste hechicera de la luna en esos años, escribime. Me gustaría saber si podemos tener un nuevo poder, ahora como adultas. Y así ayudar a más personas. Si sos hechicera de la luna ahora, no te preocupes. Podés escribirme también, para contarme tus aventuras. Te prometo que no se las voy a contar a nadie. En verdad, quisiera contactar a la mayor cantidad de hechiceras que pueda, de todas las generaciones, para armar un gran aquelarre de la luna. Y, bueno… Para los padres, si ven a sus hijas con mucha fiaca, cansadas, sin ganas de despertarse, puede que sea maña o capricho. Pero también, puede que sean, las actuales hechiceras de la luna. Déjenlas hacer su trabajo. No los van a molestar mucho. o, al menos, eso espero.
Mi mejor amigo es distinto a todos los demás. Lo conocí cuando era muy pero muy chiquitita. Ni siquiera sabía escribir. Pero había otras cosas que sí sabía hacer. Sabía jugar. Sí, como todos los nenes. Y a mi mejor amigo, le gustaba mucho jugar. Pero antes de contar como era, voy a contar como lo conocí.
Siempre fui hija única. Nunca tuve un hermanito. Vivíamos lejos de la ciudad y del resto de mi familia, por lo que tampoco tenía ni primos, ni amigos. Nunca me ‘invitaban a cumpleaños, ni fiestas. No iba al jardín, porque quedaba lejos, y mis papás no podían llevarme. Siempre me decían que iba a ir a la escuela en primer grado, pero no sabía cuanto faltaba para eso. Me llamo Maia. Y esta es la historia de, como estando tan sola en el mundo, conocí a mi mejor amigo Tronco.
Vivía en una casa grande. Atrás, tenía un patio lindo y bastante largo y ancho. Al medio, estaba toda la casa, y adelante otro patio un poco más chico, que era el que llevaba al portón. Siempre que salía a jugar, llevaba mi juego de palitas y animalitos para rellenarlos de tierra, y hacer moldes. Con jarras y vasos, hacía enormes castillos. Y con ramas y palos, poderosos soldados enemigos, venían a atacarlos, para robarse todos sus tesoros. Enormes dragones, con sus poderosas princesas en sus lomos, los defendían con todas sus fuerzas, hasta que lograban derrotarlos, y así mantener a salvo el reino, y a todos sus habitantes. Pero un día, algo en el juego cambió. Algo, se volvió realidad.
Fue uno de esos días en los que nuevamente, el reino de Maia, iba a correr peligro por el poderoso ataque de los soldados malvados. Pero al salir por la puerta, algo encontré en el patio. Y la verdad, no lo podía creer. Cuando lo vi por primera vez, era del tamaño de un gato. Pero muy diferente a ellos. Claro que pude reconocerlo al instante. A pesar de su tamaño, lo supe ni bien lo vi. Es obvio. Después de tantos libritos para colorear, tantas películas de disney, era imposible no darme cuenta que, lo que tenía frente a mis ojos, era un bebé dragón. Sí, un verdadero dragón, en el patio de mi casa. Realmente, fue maravilloso. Me quedé paralizada durante unos instantes sin saber qué hacer, hasta que reaccioné, y pude cerrar la puerta detrás de mí, para que mis padres no lo vieran. Sabía que no lo entenderían. Para ellos, nada de esto podría ser real. Los juegos eran juegos, los cuentos solo eso, y no existía otra explicación. Pero para mí, si la magia existía en las películas y en los libros, no había razón alguna, para que no existiese en la vida real. Y así fue como, aunque al principio me sorprendí, después, lo tomé como algo natural. Y comencé a intentar hablar con él.
—¿Cómo te llamás? —Le pregunté. Me respondió con algunos gruñidos, por lo que pensé que todavía no sabía hablar, y que seguro, yo iba a tener que enseñarle.
Lo que pensé después, es que tenía que esconderlo de mis padres. ¿Pero cómo? ¿Dónde? Se me ocurrió que podía hacerlo en el patio del fondo de mi casa. Así que entré, me fijé que mis padres no estén en el pasillo, lo metí en una caja de zapatos, y lo llevé allá. Traté de tener el mayor cuidado posible, para que no se asuste. Una vez ahí, lo solté, y lo dejé andar.
Hablé con ellos para que me dejaran limpiar ese patio todos los días, así, no tendría la necesidad de contarles mi “pequeño secretito”. Y lo digo entre comillas, porque lo de pequeño, no tardaría mucho en cambiar…
Jugaba con él todos los días. Ahora, sí tenía un dragón de verdad para que defienda mi reino, de los malvados invasores. Poco a poco, le fui enseñando a hablar, y a jugar. Claro que aprendí muchísimo sobre los dragones durante todo ese tiempo. Él aprendía todo, repitiendo lo que yo hacía. Y lo hacía muy rápido. Al final, fui yo la que tuve que ir adaptándome a su ritmo, en lugar de él al mío. Desde la mañana, hasta la noche, me la pasaba todo el día con él. No sé realmente qué comía ni dónde, pero cuando le llevaba las sobras de mi comida, se las devoraba. Aunque en realidad, las cosas no eran tan fáciles. De hecho, iban poniéndose cada vez, más difíciles.
A la semana, era del tamaño de un perro. Al mes, de un caballo. Yo ya no sabía qué inventar, para que mis padres no vayan al patio, y lo vieran. Así, le dije a él, que se vaya, cada vez que ellos querían venir a ver qué estaba haciendo yo. Y así lo hizo. Pero eso, no era lo único. Los rugidos, el movimiento de sus alas, su voz tan fuerte al hablar… Trataba de que juguemos haciendo el menor ruido posible, pero no siempre podíamos. Yo les decía que estaba jugando, nada más. Y por suerte nunca me dijeron nada. Me pregunto ahora, si alguna vez lo habrán visto. Y por el miedo a que los tomen por locos, no habrán dicho nada. Capaz, que ni siquiera lo comentaron entre ellos, no lo sé. Pero un día, me contaron que se había prendido fuego un campo cerca de casa. Y me dio muchísimo miedo que mi dragón, haya tenido algo que ver con eso. Todo eso me asustaba mucho. Pero no sabía en realidad, qué podía hacer.
Su nombre
Un tiempo después, lo vi tan pero tan grande, que decidí que había llegado la hora de ponerle un nombre. Y, como su cuerpo era ya tan grueso como el tronco de un árbol, decidí ponerle, Tronco. Una vez le dije como se iba a llamar, se puso muy pero muy contento. Y empezaron así, nuestras grandes aventuras.
Para ese momento, yo ya podía subirme a su lomo, y claro, él ya podía volar. Entonces, se me ocurrió una genial idea. Los fines de semana, cuando mis padres no trabajaban y se tiraban a dormir la siesta, salíamos a recorrer todo el mundo. ¿Te imaginás? ¡Recorrer el mundo en un dragón! Pasábamos por enormes selvas y bosques, por grandes y altísimas montañas, por los enormes océanos. Recorriendo mares, ríos, lagos, y todo tipo de maravillosos paisajes. Hasta pasamos por los desiertos, y por ciudades llenas de gente, que nos miraban maravilladas. ¿Seré la única niña del mundo, con un verdadero dragón en su casa? Me preguntaba cada noche, antes de irme a dormir. Y aunque no sabía la respuesta, sabía que al día siguiente, él iba a estar ahí, esperándome. Como todos los días. Para jugar, para volar, para emprender nuevas aventuras, para aprender siempre, algo nuevo. Para saber que, aunque siempre había estado sola, ahora tenía un compañero con quien compartir muchísimas cosas.
La colonia
Un día, mis padres me dijeron algo que, realmente me sorprendió mucho. Al fin, iba a tener otros compañeritos. Me iban a llevar, a una colonia de verano. Era una pileta gigante, en la que había muchos nenes de mi edad, con los que iba a poder jugar. Ellos pensaron que así, yo ya no iba a estar más sola. Lo que no sabían, era que yo ya tenía un amigo. Pero tampoco se los podía contar, así que les hice caso, y tuve que ir. Me dijeron que la colonia iba a ser todos los días. Y yo dije… Huuuy… ¿Cómo iba a hacer para poder jugar con tronco entonces?
Empecé a ir a la semana siguiente, y Tronco comenzó a ponerse triste. Cada vez que lo veía, estaba más y más desanimado. Yo no tenía tiempo para jugar con él, y él, obviamente se aburría jugando solito. Me divertía mucho en la pileta con los chicos, y todos charlábamos y jugábamos todo el tiempo. Nadie me creía que tenía un dragón. Y es algo que me enojaba mucho. ¿Cómo no podían creerme? Hasta que un día, decidí demostrarles a todos, que yo tenía razón. Pero además, sería una gran idea, porque al fin, tambiÉn iba a poder volver a jugar con él.
Le dije a tronco, que nos siguiera desde lejos, a mis papás y a mí. Y que fuera a la pileta, cuando los chicos y yo, estemos ahí. Entonces, todos sabrían, que yo nunca había mentido. Y yo podría hacer que juegue con todos nosotros. Pero, no me había dado cuenta, que algo más estaba pasando. Que ya no era solo que no tuviéramos tiempo para jugar. Que había llegado el momento menos esperado.
Nuestra despedida
Era un día hermoso y soleado. Mis padres me llevaron temprano, porque además de la pileta, siempre había desayuno. Y por llegar tarde, a veces me lo perdía. Ese día, casi que llegué antes que todos. Desayunamos, y un ratito más tarde, llegó la hora de meternos a la pileta. Un tiempo después de que estábamos jugando, me decidí a llamarlo. Empecé a gritar su nombre muy muy fuerte, mientras miraba hacia arriba. Y entonces, tronco hizo su gran aparición.
Al principio, todos se quedaron quietos, mirándolo. Parecía como una gran y enorme sombra en el cielo. Hasta que bajó. Los nenes empezaron de a poco a correrse de su camino, para dejarle espacio. Pero al final, empezaron a escaparse, y a salir de la pileta lo más rápido que pudieron, asustados. Él, se posó sobre el agua al frente mío, y se quedó ahí, sin moverse. Y claro, no era raro que también le sorprendiera ver tantos niños juntos. Al fin, me Habló, y me dijo lo que para mí, fueron las palabras más difíciles de escuchar:
—Pequeña Maia. Sé que pasamos bonitos momentos. Sé que me querés muchísimo, y yo a vos también. Pero lamentablemente, no podemos seguir jugando juntos. Ahora, vos ya tenés amigos de tu edad con quienes jugar, y yo también necesito ir con amigos de mi especie. Quiero que sepas, que siempre que pienses en mí, voy a estar en tu corazón. Y que vas a poder contar conmigo, cada vez que me necesites. En tus sueños, en tu imaginación, voy a estar ahí para acompañarte. Pero ahora, cada uno tiene que seguir su camino. —Me subió a su lomo, y volamos por encima de la pileta por última vez. Me bajó despacio al agua, y se elevó hacia el cielo. Lo despedí agitando las manos, y gritándole muy fuerte:
—¡Adióóóóóóóóóóós!
Entendí, con sus palabras, Que había llegado la hora de que ambos empecemos, una nueva etapa de nuestras vidas. Entendí, que ambos, habíamos crecido. Pero que esto, no iba a ser para siempre. Que él iba a seguir visitándome en mis sueños. Algo qué, muchos años después, hasta el día de hoy, sigue pasando. Sigo encontrándolo en mis sueños cada vez que necesito un consejo, cada vez que necesito viajar y volar lejos del mundo que me rodea. Cada vez, que necesito un amigo. Pero de esos amigos que no se encuentran tan a menudo. Aquellos amigos con los que compartimos juegos, sueños, risas, sin que las diferencias nos dividan. Sin que importe si él es un dragón, y yo una niña. Y solo importen, las ganas de jugar y divertirse. Ojalá y todos los niños, puedan tener un amigo así. Un amigo, como mi mejor amigo Tronco.
Creo que puedo decir, que esta historia, está inspirada en hechos reales. Ya que, en su mayoría, todo lo que aquí cuento, ocurrió tal y como lo describo. Aún así, seguro que hay algunas cosas que tal vez mi mamá pueda corregir, no lo sé todo con exactitud. Para escribir esto, hubo cosas que le pregunté, pero otras decidí dejarlas a mi imaginación, y por supuesto, a la de ustedes. Espero la disfruten.
Dicen que los monstruos siempre aparecen en la oscuridad. Debajo de las camas, del otro lado de la ventana o de la pared, en los sótanos o lugares pequeños y oscuros de la casa. Pero a veces, no es así. A veces, aparecen a plena luz del día. Y es que en realidad, los monstruos, no existen. Pero en nuestra infancia, en nuestra imaginación, les damos el carácter de entidad. Y es así, como los hacemos reales. Como hacemos que cobren vida. Como logramos tenerles miedo, y hasta si nos sentimos lo suficientemente valientes, atrevernos a enfrentarlos. Esta, es una historia de un monstruo. Pero es uno muy distinto, a los cuales están acostumbrados.
La casa en la que viví durante mi infancia, era grande. Bastante grande. El patio solo, tenía unos 30 metros de largo. Y para atrás, estaba toda la casa. Tenía una pared de ladrillos de un lado, y una de chapa del otro. No sé si voy a poder explicar bien la distribución de todo el contenido del patio. Lo tengo bien claro y nítido en mi imaginación, pero es difícil pasarlo a palabras, para que se hagan una representación real del plano. Y es que, si no logro que lleguen a comprender esto, lograr que entiendan la historia en su totalidad, va a ser muy difícil. Pero bueno, voy a hacer lo posible.
Cuando salías de la casa propiamente, te encontrabas en el medio. A tu derecha, a unos 2 metros, había unas rosas junto a la pared. Más adelante, había una galería que tenía 3 columnas de material del lado izquierdo, y un techo. Entre la segunda y tercer columna, había rosas también. Salías de la galería, y a 5 metros, había un árbol de durazno chiquito. Y por último, nada hasta el final. Al medio, siguiendo derecho desde la puerta, no había absolutamente nada. Ibas directo al portón. Mientras que hacia la izquierda, teníamos, casi a la altura de la entrada de la galería, la pileta, luego, había unos 3 metros más hacia algo de lo que voy a hablar más adelante, y después de eso, no había nada más hasta el final nuevamente. A veces los vecinos traían autos que dejaban en ese espacio libre de la izquierda, porque en sus casas no tenían espacio. Pero bueno, no siempre era así.
La bicicleta
Yo, a los 7 años, en mi primer bicicleta con rueditas.
Tenía unos 7 años cuando llegó. La época de todos mis primos, mi hermano y yo, andando en triciclos, hace rato se había terminado. Recuerdo que fue un regalo de reyes. No se dan ni idea la alegría que teníamos. Era impresionante. Por fin, una bicicleta. Claro que al principio, la usábamos con las clásicas rueditas. Hay pocos niños que logran tener la valentía de animarse a usarla sin rueditas de una. Y definitivamente, no pertenecíamos a ese selecto grupo. Pero en fin, empezamos a andar. De a poco, con cuidado. En mi caso, muchas veces despacio, para no chocarme con los obstáculos que sabía que estaban. Y así, fuimos aprendiendo, hasta que llegó un día, en el que solo eso, se volvió aburrido.
El primero que lo intentó y lo logró, sin tantas dificultades, fue mi hermano. Claro que le costó, como a todo el mundo. Pero no tanto, como sabía que me iba a costar a mí. Así es, decidimos sacarle las rueditas, e intentarlo al fin, sin ellas. Él lo había logrado. Y ahora, era mi turno. En lo personal, quise dejar pasar algunos días antes de animarme. Sabía que iba a ser muy difícil, y hasta, para qué mentir, tenía miedo de nunca poder hacerlo. Pero dentro de mí, sabía que lo tenía que intentar. Que al menos, tenía que ver, si iba a poder por fin andar sin rueditas o no.
Nadie de mi familia se opuso en ningún momento a que lo hiciera. Entonces, decidí empezar de a poquito. Sosteniéndome con la mano izquierda de la pileta, y poniendo la mano derecha sobre el manubrio, y los 2 pies sobre los pedales, me iba dando impulso hacia adelante. Primero se me caía el pie, era como algo automático. Como si no quisiera estar ahí sin ningún tipo de sostén, y se bajara solo. Eso hacía que me raspe las piernas. Y eso dolía. Pero no iba a ser el único dolor que me cause esa gran proeza. Al fin, un tiempo después, y con algunos raspones más, empecé a andar sin ayuda. Iba hacia el final del patio, pero ahí paraba, y volvía. Porque todavía, no me animaba a doblar. Hasta que comprendí que el patio era grande, y que iba a tener el suficiente espacio para dar la vuelta, y volver por el centro del patio nuevamente. Al llegar a la parte entre la pileta, la galería y la casa, era muy distinto. El espacio era chico, y sabía que no iba a ser nada fácil. Pero claro, no iba a rendirme. Ya había llegado hasta ahí, y tenía que dar el paso siguiente.
El gran obstáculo con el que tuve que enfrentarme al doblar cerca de la puerta de la casa, fueron las rosas que estaban contra la pared derecha. Mi idea era llegar, doblar a la izquierda, luego a la izquierda otra vez, y entrar por la galería. Es decir, en realidad era algo así como un giro continuo. Porque se supone, que no tenía que doblar 2 veces, si no solo una, y continuar doblando hasta esa entrada, y andar por un nuevo camino. Pero nada, eso. Sí. Doblé una vez, y no doblé lo suficientemente rápido como para no chocarme con ellas. Así que, digamos que quedé a medio doblar, y me clavé algunas espinas en el hombro. Todavía recuerdo a mi mamá sacándomelas, mientras yo lloraba, pero a la vez no movía ni un pelo, porque sabía que iba a ser peor. Cuando eso pasó, continué. Esta vez, sí pude conseguirlo, y al fin entraba a la galería, la pasaba derecho, subía por una montañita de tierra, y salía hasta el centro del patio, para no chocarme con el arbolito de duraznos. Llegaba hasta cerca del portón, daba la vuelta, y me dirigía de nuevo hasta la puerta de la casa, para empezar otra vez desde el principio.
Pero los obstáculos, seguían existiendo. Mi objetivo final, era poder andar por todo el patio, sin chocarme con absolutamente nada de lo que había. Y en este sentido, el paso siguiente, era pasar por entre las columnas de la galería. Y claro, era de suponer. Las rosas entre la segunda y la tercera. No saben cómo me quedó la panza. Toda llena de rayitas. En cierta forma era divertido tocarlas. Era como cuando hacemos un montón de rayas con puntitos en una hoja en braille. Y, aunque las rosas de la pared quedaron durante muchísimo tiempo, por más que le haya pesado a mi abuela, las de la galería, sí tuvieron que desaparecer, para que yo continúe con mis avances.
Con el paso del tiempo, fui mejorando, y muchísimo. Ya podía andar por casi todo el patio. Incluso, cuando mi hermanita menor fue creciendo, la subía a upa en la bici, y la llevaba a ella también. Como se me hacía complicado pedalear y manejar con ella arriba, me iba indicando cuando tenía que doblar. Aún así, no era tan difícil. Ya no me chocaba con las rosas, podía entrar por la galería y salir, y hasta incluso pasar por el costado de la pileta. Sé que no lo mencioné antes, pero había una zanja a un metro de la pileta, hacia la izquierda, antes de la chapa que marcaba el otro límite de la casa. Claro que, aún me faltaba lo más importante, trascendental, y dificultoso de todo. Enfrentarme al gran monstruo, del centro del patio.
El monstruo
Recuerdo que sucedió un típico día de verano. El sol resplandeciente, me hacía compañía, como en tantos otros días en los que me disponía a andar en bici. Sí, así es. Era uno de esos días maravillosos, en los que iba a disfrutar de mi deporte favorito. Empecé, y mi idea era como siempre, continuar hasta el final del patio, y volver. Pero esta vez, algo fue diferente. Llegué al centro, y me detuve. “No sé si voy a poder hacerlo. Tengo miedo de golpearme, de caerme a la zanja, de lastimarme peor que nunca…” me quedé pensativa unos largos minutos. Era la mayor de todas las cosas que había emprendido jamás con la bicicleta. Las dudas me asaltaban por doquier. ¿Sería finalmente, capaz de hacerlo?
Estaba en la parte izquierda del patio, y a unos 3 o 4 metros adelante de la pileta. A solo unos 50 o 60 centímetros de la zanja, no mucho más. Pero era tan grande, que daba sombra desde un poco después de la pileta, hasta el final del patio, pasando por todo el centro, por supuesto. Sí. Mi monstruo, era un árbol. Más específicamente, un pino. Lo habían plantado cuando mi papá nació, y para esa altura, era tan alto, que yo no llegaba ni siquiera a tocar las ramas más bajas. Solo podía tocar el tronco. Y ni hablar de la copa. Jamás vi la copa de un árbol, más que en algunos dibujos en relieve. Es por eso, que cuando intentaba dibujarlos yo, solo lo hacía con ramas, porque era lo que conocía. Pero volviendo a aquel pino, la copa, no solo no podía imaginarla, si no que sabía que siempre iba a ser inalcanzable. Exacto. De seguro ya lo imaginan. Yo tenía que enfrentarme a ese gigante. Yo tenía que dar la vuelta alrededor de él. Pasar por el espacio que quedaba, entre el tronco del árbol, y la zanja.
Soy consciente de que, imaginar un monstruo como lo imaginaba yo, es difícil. ¿Cómo puede, un tierno y lindo árbol ser un monstruo? Pero si lo ven desde mi punto de vista, como algo gigante, inalcanzable, casi intocable, y con el poder de cubrirte tan majestuosamente con su sombra, así, parece más sencillo. Y es así como lo veía, como lo sentía. Con una presencia tan imponente, tan poderosa, que me resultaba difícil el pensar siquiera, en enfrentarme a él. Pero una vez me decidí, sabía que ya no había vuelta atrás.
Mi idea era regresar a la puerta de la casa, y empezar desde ahí. Una vez en el centro del patio, debía ir girando hacia la izquierda hasta rodear el árbol, pasando por entre este y la zanja, y continuar girando hasta salir por entre el árbol y la pileta otra vez, hasta el patio. Ahí decidiría si, iría hacia la derecha, a la puerta de la casa, o a la izquierda, al portón que daba a la calle. Pero como vengo contando, las cosas no siempre salían desde el principio como yo quería. Creo que esta premisa, incluso puede aplicarse a la vida. Pero en fin, esta vez, no solo no fue la exceppción, si no que además, el costo que tuve que pagar, fue muy alto…
Como venía diciendo, empecé desde la entrada de la casa. Al llegar al centro, doblé a la izquierda, y… Sí. Me di de frente con el tronco del “monstruo”. Me caí, y me puse a llorar. Me sangraba la nariz y la boca. Cuando me llevaron al médico, me dijeron que uno de los dientes permanentes, de arriba adelante, se me había roto de raíz. La operación para extraerlo, y reemplazarlo por una prótesis, era muy riesgosa. Por lo que iba a quedar ahí, muerto, para siempre. Así es. Esta vez, mi proeza con la bicicleta, me había costado nada más ni nada menos, que un diente. La marca visible, de aquella incursión alrededor del pino. Una marca, que quedaría por el resto de mi vida. Y si creen que eso me detuvo, están realmente muy equivocados.
Volví a pararme en el centro. Esta vez, lo miré con furia. Con una furia enorme, con una ira casi incontrolable. Le reclamaba, con la cabeza apuntando hacia arriba, como mirando directamente a sus ramas, a su copa. “mirá lo que me hiciste. Si te pensás que te vas a salir con la tuya, estás muy equivocado. Voy a pasar por ese espacio entre vos y la zanja, por donde apenas entra la bicicleta, así como lo hace mi hermano, aunque pierda todos los dientes de la boca. Espero me hayas entendido. Porque no lo voy a volver a repetir. Lo voy a intentar de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, hasta que me salga”. Y así lo hice. Pero esta vez, con una táctica diferente.
Era otro de esos días de verano. El sol iluminaba todo el resto del patio, en donde él no llegaba, claro está. Empecé andando desde la puerta de la casa. A medida que incrementaba la velocidad, el viento se empezaba a sentir. Un viento cálido y frío a la vez. Un viento que intentaba llevarme hacia atrás, aunque yo quisiera ir hacia adelante. Entré bajo el campo que cubría su sombra. Llegué hasta el centro del patio, pero seguí, sin doblar, ni detenerme. Casi cuando estaba llegando al portón, di la vuelta hacia la izquierda. De a poco, fui doblando la bici, inclinándola hacia la derecha, porque quería entrar desde ahí, directamente a ese pequeño espacio, entre el monstruo y la zanja. Y esta vez, lo logré. Pasé derecho por ese costado, continué entre la pileta y la zanja, y llegué de nuevo al principio. Doblé a la izquierda, y volví a empezar. En esta ocasión, entré por la galería. Subí la montañita de tierra, y doblé a la izquierda, para salir al centro. La incliné un poquito a la derecha, para no chocar al árbol de frente nuevamente, y fui directo para doblar a la izquierda, y al fin, rodear el árbol, pasando entre él y la zanja.
Continué así durante horas. Dando vueltas y vueltas alrededor del patio. Atravesando la galería, la montañita, el centro, todo el espacio libre, rodeando el árbol, la pileta, y volviendo a empezar. A veces, por entre las columnas de la galería. A veces, por el medio del patio. A veces, rodeando el árbol ni bien salía al centro. Y siempre, con el resplandeciente sol y el viento cálido por un lado, y la enorme sombra y el viento frío por el otro. Y es esa imagen con la que decido quedarme. Con ese andar constante, con ese bucle infinito de la bicicleta. Y es que hoy, muchos años después, tal vez, y solo tal vez, estoy contando esta historia para abrir una pequeña ventanita al pasado. Para decirte a vos, que estás andando en esa bicicleta sin parar: “La vida va a ponerte muchos obstáculos. Va a golpearte, y seguro te va a lastimar. Van a aparecer muchos monstruos a los que vas a tener que enfrentarte. Probablemente, te dejen marcas permanentes, difíciles, o hasta imposibles de sanar. Vas a caerte muchísimas veces, y hasta te va a ser difícil levantarte. Pero no importa. Hacelo. Sí. Levantate igual, y seguí andando. Un paso a la vez, un objetivo a la vez, superando un obstáculo, y recién después, yendo al siguiente. Porque no importa que nunca toques la copa de un árbol. No importa que no llegues siquiera a tocar una rama. Importa estirar los brazos, y nunca dejar de intentarlo. Hasta donde sea que llegues. Logres lo que logres, recordá que siempre que te caíste, te levantaste, te volviste a subir a la bicicleta, y seguiste tu camino. Sé, que ahora no vas a entender todo esto que te estoy diciendo. Pero la verdad, me encantaría, y me haría muy feliz, que realmente lo entendieras algún día”.
Del baúl de los recuerdos. Este es un cuentito que escribí allá por el año 2009, para un concurso. En su momento, no lo gané. Claro que no es raro que no lo haya ganado. Si leyeran el texto original, verían que hay enormes errores que deberían haber sido corregidos antes de presentarlo. Incluso faltas de ortografía que son imperdonables. Aún así, como me gusta la historia, al encontrarlo en el galpón digital que tengo en un disco externo, decidí modificarlo, arreglarlo lo mejor posible, y compartirlo por aquí. De todos modos, si ven cosas que están donde no deberían, o algún error que se me haya pasado por alto, sepan disculparme. Hice lo mejor que pude. Fue una de las pocas veces en las que incursioné en el género de la literatura de terror. Lo que pasa es que cuando leo algo, ya sea propio o ageno, me comprometo tanto con los personajes, que, bueno… no sé como decir esto. Mis propios textos me dan miedo. Sí, así es. Recuerdo una vez en primaria que estaba escribiendo un cuento de terror en mi pieza, y me asusté tanto, que salí corriendo. En fin, dejé de escribir cosas de terror, por esta razón. Pero quizás, si alguien me manda un mensajito y me cuenta una historia linda antes de irme a dormir, lo retome…
El Sepulcro
Si algún día lo encuentran, seguro se preguntarán quien soy y como llegué aquí… Bueno, mi nombre es Analía. Todo comenzó el primero de enero del año 2009. Ya habían empezado las vacaciones, sí, mis ansiadas vacaciones. Después de las fiestas, habíamos decidido ir a pasarlas a la estancia de mi tía en el campo. Al llegar, me encontré con mi prima Alicia, a la que no veía desde que las 2 teníamos 3 años; algo extraño había pasado en aquella época, pero no recordaba que era. En fin, ahora, pasados 11 años, era una alegría enorme para mi haberme rencontrado con ella después de tanto tiempo. Cuando nos instalamos mis padres y yo, Alicia me dijo que tenía unas personas para presentarme, y yo pensé: “¡Que bueno! ¡Seguro vamos a conocer chicos!” Pero no, me había equivocado. Eran 2 amigas de ella, de la misma edad que nosotras.
—Ella es Estefanía. —Me dijo—. Y ella Karina.
—Mucho gusto. —Les dije.
—Igualmente —respondieron.
—Bueno, recuerden que hoy a las 9 tenemos que realizar nuestra reunión de todos los meses —dijo mi prima.
—¿Una reunión? —pregunté.
—Sí. Y vos, estás invitada a participar. Se trata de una reunión, que hacemos cada primero de mes, en la que contamos historias que no llevan a ningún lado.
—¿Como las que cuentan nuestros abuelos?
—No, se llaman así porque nunca nos movemos de nuestros lugares, siempre permanecemos sentadas aunque no lo parezca. Por supuesto, todas estas historias son de terror.
Después de eso las chicas se fueron. Y yo, me quedé pensando en que no me gustaban las historias de terror. Pero, que si les decía eso, iba a quedar como una miedosa, así que decidí que participaría de todos modos.
A eso de las 8:30, las chicas llegaron.
—¿Analía, estás lista? —Me preguntó mi prima.
—No, esperá que me estoy maquillando y arreglando un poco el pelo.
—¿Que está qué? —preguntó Karina.
—¡Es una nenita de ciudad! —dijo Estefanía.
—Qué te pasa? Te voy a romper la cara.
—Dale, que tiene razón, no vamos a ir a conquistar chicos, así que apurate. —Me dijo mi prima.
Ya eran las 9. Habíamos llegado a un lugar casi desolado. Se veían algunos árboles a lo lejos, pero no se veían cerca ni casas, ni nada. Para llegar allí tuvimos que ir a caballo. Por supuesto que yo no sabía montar, pero ellas sí, y me llevaron. El lugar no parecía tan lejos de la casa, pero aún así, al verlo en su totalidad, es como si nadie fuese por allí tan seguido.
—Bueno, ya es hora. —dijo mi prima.
—Esperá. —interrumpió Karina—. ¿Qué tal si es verdad lo que cuentan?
—¿Vamos, de verdad te vas a creer eso? —dijo Estefanía.
—¿Y la chica de hace 11 años? —preguntó Karina.
—Esas son mentiras, no tuvo nada que ver con esto. —Contestó Estefanía.
—¿De qué están hablando? —pregunté.
—¿Ves esto? —Me preguntó mi prima, mientras sacaba una especie de taza de barro, con unos extraños dibujos y una escritura en ella—. Esto forma parte de una extraña tradición, la cual, nosotras estamos siguiendo. Acá adentro se va a encender una vela, esa vela permanecerá encendida exactamente hasta las 12 de la noche. En ese lapso, una de nosotras debe empezar a contar una historia que se le vaya ocurriendo en la que todas seamos las protagonistas, y las demás deben continuarla hasta que en un momento de la historia, todas nos separemos y cada una siga su propio camino. Tenemos que estar sentadas en círculo, así como estamos ahora. A las 12, las historias deberían terminar, y todas tendríamos que estar acá.
—¿Por qué tendríamos?
—Bueno, eso es lo que se sabe oficialmente de la leyenda. Pero, extraoficialmente se dice que…
—Que si las integrantes son más de 3, una de todas, desaparece. —La interrumpió Karina—. Y yo no quiero que me pase a mi, ni a nadie lo que le pasó a aquella chica.
—Te dije que no tuvo nada que ver con esto, a esa chica la secuestraron —dijo Estefanía.
—¿Ha sí? ¿Y por qué no pidieron rescate?
—Insisto. ¿De que chica están hablando?
—Yo le cuento, —dijo mi prima—. No creo que te acuerdes porque éramos muy chicas. Pero hace exactamente 11 años, se armó un gran lío en todo el pueblo porque una chica había desaparecido. Y se decía, que ese día, estuvo haciendo una reunión similar a esta junto a 3 chicas más. Se dice que, después de que la historia terminó, ella ya no estaba.
—¿Pero desaparecen? ¿Así como así? ¿Y, adonde van?
—Al sepulcro —dijo Estefanía—. Es lo que dice en la taza: “El sepulcro”. Dicen que ese lugar realmente existe, y que no está muy lejos de acá. Es más, tal vez, esté justo, debajo de nosotras. Pero la policía buscó por todas partes, y nunca encontró nada.
—Ya fue, sea como sea, yo me voy a la mierda. Tengo muchas cosas que quiero hacer, muchos chicos a quienes conocer, jodas a las que ir, lugares a los que ir a bailar, y todas las pelotudeces que se me ocurran. Ustedes quédense con su historia de fantasmas, a mí no me importa.
—Yo también quisiera irme —dijo Karina—. Pero ya no podemos. La vela, ya está encendida.
—¿Y quién mierda la encendió?
—Se encendió sola —dijo Estefanía—. Eso quiere decir, que quiere que empecemos. Primero vos Alicia, porque vos trajiste a la cuarta integrante.
—Cuenta la historia, que en una casa muy muy grande, vivían 4 hermanas que todas las noches, escuchaban ruidos extraños provenientes del sótano. Cuando les preguntaban a sus padres que había ahí, ellos les decían que no les importaba y que nunca se acercaran. Una noche, sus padres se habían ido a una fiesta, así que Alicia, Karina, Estefanía y Analía, habían decidido investigar qué eran esos ruidos. Al decir yo los nombres en ese orden, especifiqué en qué momento va a continuar la historia, y a separarse asimismo cada una en caso de que quiera hacerlo. Las 4 comenzaron a bajar la escalera, y comenzaron también, a ponerse un poco nerviosas. Cuando llegaron abajo, comenzaron a caminar por un pasillo angosto pero bastante largo. A lo lejos, se escuchaban voces que no se entendían, y pasos que se acercaban cada vez más. Al terminar ese pasillo, encontraron un segundo que estaba hacia la izquierda. Este pasillo era un poco más ancho, y estaba completamente oscuro. Las paredes, crujían tanto, que parecía que se iban a romper en cualquier momento. Por suerte, habían llevado linternas para ver mejor. —Luego siguió Karina.
—Continuaron por ese pasillo. Para estas alturas, estaban completamente aterrorizadas. Mientras caminaban, decidieron no separarse y permanecer juntas para poder protegerse y que nada les pase. Una vez finalizado este, se encontraron con un tercero que esta vez, iba hacia la derecha, y que iba en subida. Algo que no podía ser, porque de ser así, estarían volviendo hacia arriba y no habían encontrado ningún otro pasillo alternativo. Comenzaron a caminar nuevamente. El mismo, tenía unas manchas rojas como de sangre a los costados. Los ruidos ahora eran confusos, ya no se sabía de donde venían. Si de atrás, o de adelante. Si de arriba, o de abajo. Si de entre las paredes de los costados… Iban tratando de mirar hacia todos lados por si algo extraño sucedía. Lo que todos los pasillos tenían, eran telarañas, y una especie de musgo, como si nadie los hubiese limpiado en años. Al finalizar, encontraron un pequeño pasadizo que giraba hacia la derecha, y luego, un cuarto pasillo más, el cual, no iba ni en subida ni en bajada. Continuaron caminando, y comenzaron a ver que a la distancia, se veía una luz. —Siguió Estefanía.
—Las 4 se pusieron contentas ya que, por fin habían podido ver algo de luz, entre tanta oscuridad. Así, continuaron esperanzadas, pensando en que pronto, terminaría todo esto. Y prometiendo que, nunca más, iban a desobedecer a sus padres. Pero de repente, algo extraño sucedió. Empezaron a sentir como si algo las rodeara, como una especie de energía negativa o algo así, que iba ingresando de a poco en sus cuerpos. Además, veían que la luz poco a poco se iba desvaneciendo. Y que las paredes, se iban haciendo cada vez más angostas. Ahora estaban aterrorizadas nuevamente. Y veían a su alrededor, sombras como pintadas en las paredes. Como si alguien hubiese dejado los dibujos más grotescos del mundo para ellas, y como si estos se movieran hacia un lado y hacia otro, y se agrandaran y achicaran constantemente… Al llegar al final, se encontraron con que no solo no había luz, si no que después, habían 2 pasillos para seguir. Y decidieron separarse en 2 grupos, prometiendo que si algo raro llegaba a pasar, volverían por el camino por el que se fueron. Y además, que se encontrarían en una hora de vuelta arriba las 4. —Seguí yo.
—Así, Estefanía y Karina se fueron por un lado, y Alicia y Analía se fueron por otro. Las 2 últimas, caminaban pensando en que esperaban que nada les pase ni a ellas, ni a sus hermanas. Pero de repente, las linternas se apagaron, y ahora tenían que ir tanteando lo que se encontraba a su alrededor, en la más absoluta oscuridad. Caminaban abrazadas, asustadas, con mucho miedo de lo que podría llegar a pasarles. Una vez terminaron, de nuevo vieron que había 2 caminos posibles. Y decidieron solo llegar al final de cada uno por separado y volver, sin importar lo que pase, ni lo que haya. Yo, Analía, fui por el derecho. Iba despacio, muy despacio, y con muchísimo miedo. Cuando por fin estaba terminando, y decidí volver, vi que este no tenía salida, y que había algo escrito en la pared. Me acerqué un poco para leerlo, y de pronto, así de la nada, mi linterna se encendió. Y lo vi claramente: “El Sepulcro”. El piso se abrió, y yo caí hacia abajo, cerrándose aquella tapa en mi cabeza y quedándome yo atrapada aquí.
Ahora, sabiendo que ya nadie podrá encontrarme, y en mis últimos momentos de vida, escribo esto con una navaja que siempre llevaba conmigo. Así, quedando tallado en la piedra, y esperando que no se borre con el paso del tiempo, están los que fueron los últimos acontecimientos de mi vida. Acá, entre tantos esqueletos de tantas chicas desaparecidas, espero encuentren el mío. Aunque he decidido permanecer un poco más retirada de las demás, junto a lo que estoy escribiendo. Bueno, ya me voy despidiendo, ya casi no puedo respirar. Díganle a mi familia, que la quise mucho. ADIÓS.
Querido diario. Estoy re aburrida. Ya estoy cansada de estar encerrada en mi casa. Me cansé de jugar con el celu, de ver la tele, de pelear con papá y mamá, y también con mi hermano. Extraño mucho a mis tíos, mis primos, mis abuelos, a las seños, y a todos mis compañeritos de clase. Ya no tengo nada que hacer. Intenté de todo, pero con todo me aburro.
Mi abuela me dijo que, si cierro los ojos y cuento hasta 10, puedo ir al lugar que yo quiera. No importa donde sea ese lugar. Ni como yo me lo imagine. Solo tengo que contar, y cuando termine, voy a estar ahí. Lo voy a intentar, espero que funcione. ¡1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10!
Ahora, estoy en una plaza. Es re linda, y está llena de nenes y nenas como yo, que solo quieren jugar afuera. Hay un sol re grandote. No hay ni una sola nube en el cielo. Miro para todos lados, y elijo un juego.
Primero, voy corriendo al sube y baja. Me subo, y me siento a esperar. Se acerca una nena, y nos ponemos a jugar las 2 juntas. Sube, baja. Sube, baja. Después de un rato, nos bajamos, nos juntamos con 2 nenes, y vamos a la calesita. Nos ponemos a girar y girar, hasta que empezamos a marearnos. Nos bajamos, y nos vamos los 4 a las hamacas. Es re lindo sentir como el viento nos vuela el pelo. Nos bajamos, nos juntamos con más nenes, y corremos hacia el tobogán, a ver quién llega primero y se tira. Los demás, nos vamos tirando en fila. Y por último, nos sentamos alrededor del arenero, y nos ponemos a hacer un castillo todos juntos, cada uno haciendo un pedacito. Al final, nos paramos, y nos damos todos un abrazo gigante, prometiendo que nos vamos a ver la próxima vez.
Vuelvo a abrir los ojos. Estoy en casa otra vez. Al final, mi abuela tenía razón. ¡Me divertí mucho! ¡Y ni siquiera salí de mi casa! Me gustaría que todos pudieran hacer eso. Así, ningún nene se sentiría solo, y todos tendríamos alguien con quien jugar, aunque sea un ratito.
El auto va cada vez más despacio, hasta detenerse por completo. El ruido del motor, que antes me acompañaba, ahora me permite comprender la quietud y el enorme silencio de este inhóspito lugar. Ni aves, ni viento, ni nada. Solo un enorme silencio. El chofer, quien no me dirigió la palabra en todo el camino, solo se limita a indicarme que me baje. Abro la puerta, y lo hago. Inmediatamente, este arranca el auto, y se va. Quedo parada sola frente al que parece ser un enorme edificio. Me dirijo hacia el portón de entrada, el cual se encuentra cerrado de tal forma que pareciera no tener ningún resquicio ni filtración de luz alguna. Camino hacia un lado y hacia el otro recorriéndolo. El mismo, se encuentra flanqueado por 2 paredones de enormes dimensiones. Busco con mis manos en él, la cuerda de una enorme y vieja campana, que sé que tiene que estar por algún lugar. Antes de encontrarla, paso mis manos por unas letras de metal grandes que, leyéndolas dicen: “Te damos la malvenida a La Prisión de las Almas Rotas”.
Luego de un tiempo, logro encontrarla. Tiro de la cuerda 3 veces, como se me indicó. Unos minutos después, una traba se quita desde adentro, y este se abre de forma muy lenta y pesada. Al abrirse, una persona corpulenta y de gran tamaño, toma mi mano con demasiada fuerza, y la coloca en su hombro.
—Vamos. Te están esperando. —Me dice mientras me lleva hacia el interior del edificio.
Caminamos por un pasillo largo, con luces y pequeñas claraboyas esporádicas. Las paredes parecen viejas, vacías, descascaradas. Voy recoriéndolas con la mano que tengo libre. No se oye nada a ninguno de los lados, aparte de nuestros propios pasos. Después de un rato, al fin, nos detenemos, y él toca a una puerta que se encuentra hacia el costado izquierdo con 3 golpes secos. Esta se abre desde dentro, y entramos. Me guía hacia una silla, y sin decir nada, sale, y cierra la puerta de tras de sí.
Una mujer, carraspea suavemente.
—Hola, mucho gusto. ¿Katherine, verdad? Te estaba esperando.
—Sí. ¿Cómo lo sabe?
—¡Jha! La Muerte me habló de vos. Me dijo que estabas buscando nuevos rumbos… ¿Qué tan cierto es eso? ¿Te va mal en el trabajo?
—No, no en el trabajo, si no en sí… En la vida, diría yo… ¿Por otro lado, La Muerte? ¿Anda por acá?
—Sí, claro. Tiene mucho trabajo acá. No te digo que más que en tu mundo, pero lo tiene. Tenemos grandes negocios con ella.
—¿Y usted es?
—Tranquila, tuteame. ¿Parecemos casi de la misma edad, no te parece? Cada persona que viene me pone un nombre distinto. No tengo uno en realidad. Solo soy la administradora de este lugar. ¿Cómo te gustaría llamarme?
—No sé… Dejame pensar… ¿Annabelle?
—Excelente. ¿Puedo saber por qué?
—Claro, es una alusión a la muñeca. No a la de las películas, si no a la original. Es muy bonita, y cualquiera pensaría por su apariencia, que es buena…
—Pero en realidad, es un demonio. ¿Estoy en lo cierto?
—Sí, así es.
—Me parece fantástico, maravilloso. Hasta suena lindo. Katherine y Annabelle. Desde ahora, amigas inseparables. ¿Qué te parece?
—¿Vos decís?
—¡Sí! Yo creo que sí. ¿Vos no?
—No lo sé, pasa que confié tanto en las personas y me traicionaron tantas veces, que ahora me cuesta volver a confiar…
—Bueno, ya veremos. Creo que podés confiar en mí. Ya vas a ver. Vamos a ser grandes amigas. La confianza, es algo que debe ganarse con el tiempo, y yo estoy dispuesta a ganarme la tuya. Pero por ahora, vamos a lo nuestro. Voy a pasar a explicarte qué es realmente este lugar, y como funciona. Una vez cuentes con toda la información, vos decidís si querés quedarte a trabajar acá o no. En fin, comencemos.
Ambas nos levantamos. Me acerco a ella y la tomo del hombro, y antes de abrir la puerta, me dice:
—Como seguro te habrás dado cuenta, esta es mi oficina. Desde acá administro todo el lugar. Quienes entran, quienes salen, por qué, cuanto tiempo llevan acá, cuanto, aproximadamente, les falta para salir, si van a volver o no, y demás cuestiones referentes a los reclusos, e incluso al personal que aquí se desempeña. En fin, empecemos con lo realmente interesante, a lo que viniste.
Abre la puerta y salimos. Continuamos por el pasillo largo, el cual tiene a su vez pequeñas salitas similares a la que acabamos de dejar.
—Estas son las oficinas de los distintos tipos de personal. Están las salas de los enfermeros, cocineros, personal de limpieza… Algunos están divididos en varias salas. Sé que te sonará rara la estructura, pero bueno, se hizo así. Al principio, no se pensaba que hubiese tantas… “Almas rotas”.
—¿Por qué el cartel dice “te damos la malvenida”? Pensaba que por más tétrico que fuese un lugar, siempre se daba la bienvenida. De hecho, hasta el infierno es así. ¿No?
—Sí, así es. Es que en realidad, esto es como una especie de infierno. Pero uno personal, y a la vez, colectivo. Es decir, el sufrimiento se comparte con todos aquellos que, pasan por lo mismo que una. Ya lo vas a entender mejor, pero acá no tenés al diablo torturándote, porque acá, la tortura forma parte de una misma. Entonces, una no puede ser bienvenida, en un lugar donde sabe que tiene que enfrentarse consigo misma, con sus propios temores e inseguridades.
Las salas finalizan. Un enorme espacio se nos presenta justo en frente. Personas abren y cierran puertas todo el tiempo, van y vienen. Hablan, murmuran, susurran…
—¡ATENCIÓN, ATENCIÓN POR FAVOR! —Grita ella, mientras todos se quedan en silencio—. Ella es Katherine. Voy a estar mostrándole el lugar, el funcionamiento de las instalaciones, los distintos pabellones, Etc. Si vemos que luego del recorrido está capacitada, comenzará a trabajar con ustedes. Recuerden que las torturas son solo para los reclusos. No pueden aplicarse al personal, a menos que este quede prisionero nuevamente. ¿Entendido?
No responden, pero ella da por sentado que la escucharon, porque continuamos caminando, y vuelve el abrir y cerrar de puertas.
—Bueno, esta es, la prisión de las Almas Rotas, como ya sabés. Acá, vienen a parar todas aquellas almas de quienes no son felices. Están separadas por pabellones, de acuerdo a su tipo de infelicidad. Algunas, quisieron ser artistas. Otras, profesionales de alguna carrera en particular. Otras, se encuentran presas de sus trabajos, de sus relaciones de pareja, Etc. A veces, están prisioneras de alguien más, o bueno, eso es lo que creen. Porque siempre, están prisioneras de sí mismas, de su entorno, de sus circunstancias de vida… Es difícil determinar cual es el pabellón que le corresponde a cada una. Porque a veces, están prisioneras de varias cosas a la vez. Claro está, que el sistema de poder y dominación actual, ayuda mucho, diría que es casi determinante. Hay personas que lo que hacen toda su vida, es solo trabajar. Y estuvieron prisioneras de sus trabajos, sufriendo infelices, porque no pudieron cumplir sueños, proyectos, anhelos. Esas, son las almas rotas. Quienes por alguna razón, ya sea personal, o que tenga que ver con sus vidas en particular, como te digo, no logran ser felices. Pero también, aquellas a las que, otras personas lastiman. Es decir, a quienes se les hiere el alma, de tal forma que pierden la capacidad de encontrar su propio camino. Quienes son traicionadas por una pareja, un familiar, o un amigo. Quienes sufren el desprecio de alguien que quieren, y a quien consideraban importante. Esas personas, también, tienen el alma rota. Hay muchas formas de romper un alma, y muchas formas de sanarla. Lamentablemente, no voy a decirte cuales son, porque si lo hiciera, se me terminaría el negocio. En fin, vamos a recorrer algunos pabellones. ¿Tenés alguna pregunta hasta ahora?
—No, supongo que no. Cualquier cosa, te voy avisando.
Caminamos hacia una de las puertas, la cual abre. Hace un ruido como de casa antigua. Me recuerda mucho a las películas de terror.
—Cada pabellón, está separado por salas individuales. Y por cada sala, hay a veces una sola, o más celdas. Voy a darte un ejemplo, para que lo entiendas.
Vamos por un pasillo, el cual está flanqueado por muchas puertas tanto a un lado como al otro. Abre una de ellas, e ingresamos.
—A nuestra izquierda, tenemos el escritorio del guardiacárcel. En el medio, el método de tortura utilizado. y hacia ambos lados, después del escritorio claro, las celdas de los prisioneros relacionados con este método de tortura. Por ejemplo, en el centro, tenemos en esta ocasión, instrumentos musicales. Y a los lados, las celdas de quienes quisieron o quieren ser músicos, y no pudieron, ni pueden. Ellos ven los instrumentos, pueden estirar sus brazos para tocarlos, pero no llegan. Están todo el tiempo intentando abrir la celda, incluso hasta lastimándose para hacerlo. Pero es imposible. No llegan, nunca van a llegar. Y eso, les deja el alma rota.
Salimos de esa sala, e ingresamos a otra bastante similar a la anterior.
—Acá, hay otro tipo de artistas; Pintores. Es un caso similar al anterior. Tienen cerca suyo acuarelas, pinceles, telas, y demás. Pero también, tienen colgados en las paredes, los cuadros de los pintores más famosos del mundo. Así, pueden ver un éxito que jamás van a poder alcanzar. Claro que, muchos pintores, como escritores también, pueden expresarse en papeles, para sí mismos. Es una especie de forma de escape. Porque, los prisioneros, también aquí, pueden escaparse. Y pronto, entenderás, y tal vez recordarás, que es posible. Salgamos de este pabellón, y pasemos a otro distinto.
Regresamos al enorme salón principal, en donde cientos de puertas se abren y cierran todo el tiempo.
—Como entenderás, hay muchísimos pabellones, y dentro de los mismos, muchísimas salas y celdas. Por supuesto, que recorrerlos todos en poco tiempo, te sería imposible. Claro está, que no te alcanzaría una vida para hacerlo. Pero, sí voy a hacerte pasar por algunos más, que pueden ser significativos para vos.
Nos dirigimos nuevamente hacia otra puerta. La atravesamos, recorremos el pabellón, hasta entrar a una de las salas con las distintas celdas. Todo este trayecto, transcurre en silencio. No me dice absolutamente nada. Toma mi mano, y la lleva lentamente hacia lo que parece ser un perchero, que se encuentra en el centro. Me suelta, y empiezo a recorrerlo con ambas manos. Tiene varias perchas, y cada una de ellas tiene un modelo distinto de vestido para niñas. Los hay bordados, de distinto tipos de telas, más largos, más cortos. Soleritas, con cierres en la espalda, etc. Hay tantos como podría imaginar, o incluso más. La fila, parece interminable. Toma mi mano nuevamente, y la dirige hacia nuestra derecha. Tomo la mano de una niña pequeña, por entre los barrotes de la celda. Se encuentra nerviosa. Sus manos tiemblan sin cesar. No para de sollozar. Parece muy angustiada.
—¿Hay muchos vestidos ahí verdad? ¡No me mientas! Sé que están ahí, yo lo sé, los toqué antes. No puedo verlos, pero los toqué. ¿Por favor, podés pasarme aunque sea uno? ¡Te lo suplico! Aunque sea solo uno, para ponérmelo un ratito, y después lo volvemos a dejar ahí. Solo un ratito… ¡Lo necesito! ¿Por qué les cuesta tanto entenderlo?
Continúo sosteniendo las manos temblorosas de la niña. Me aprieta las mías con fuerza, y llora más fuerte aún. Pongo una de mis manos sobre su cabeza, e intento tranquilizarla. Intento conectarme con ella, con sus emociones, sus sentimientos. Pero de repente, un recuerdo viene a mí…
Soy una niña, aunque no tan pequeña. Tendré unos 12 o 13 años aproximadamente. Me encuentro sentada y desnuda sobre un piso áspero y frío. Extiendo mis manos hacia adelante. Toco los barrotes de una celda. Sí, me encuentro encerrada. No sé hace cuanto tiempo, no sé cuando me dejarían salir. Escucho un ruido del lado de afuera. El guardia se levanta, camina hacia la puerta que está a mi izquierda, la abre, sale, y la cierra de tras de él. Sé que esta es mi oportunidad. Sé que no tengo mucho tiempo. Tengo que hacerlo. Estuve preparándome para este momento. Me levanto, y me acerco a la reja. Siento la adrenalina fluir en mi interior. Es como un río intentando llegar hacia el mar. Como un volcán a punto de hacer erupción. Lo calculé todo. Cuando se va, a qué hora vuelve, cuantas veces lo hace por día y por semana. Cuanto tiempo está fuera. Y al fin, encontré el momento perfecto.
Comienzo a tirar de la reja hacia adentro. Sé que no es cuestión de fuerza física, no, no aquí. Es cuestión de fuerza de voluntad. No importa tu aspecto físico, ni cuanto hayas entrenado. No sirve ningún otro método de escape que haya sido utilizado en las cárceles convencionales. Solo la fuerza de voluntad, puede abrir estas celdas. Continúo tirando. Sí, realmente quiero salir. Ya no quiero estar aquí prisionera. Quiero ser libre. Sé que esta vez, voy a lograrlo. Creo en mí. Realmente creo en mí.
Continúo tirando cada vez con más fuerza, hasta que al fin se abre. Caigo sentada en el suelo. Me levanto y salgo. Me acerco al perchero. Toco los vestidos, uno por uno. Tengo tiempo, pero no tanto. Trato de fijarme en los detalles, pero no demasiado. El perchero se mueve hacia atrás un poquito. Ahora lo entiendo. Tiene ruedas. Eso explica como lo acercaban para que los toque, y cuando quería agarrar uno, lo alejaban nuevamente. Es uno de sus tantos métodos de tortura. Elijo uno. Me lo pongo, y voy hacia la puerta de mi derecha. Sé que esta lleva hacia el patio en donde están los que tienen derecho a salidas transitorias. Una vez ahí, mi fuerza de voluntad, tiene que permitirme abrir el portón hacia la salida definitiva. La abro, y empiezo a correr. Corro cada vez más rápido, lo más rápido que puedo. El pasillo por el que voy es muy largo, parece interminable. Las alarmas empiezan a sonar. “¡Mierda! ¿Como se habrán dado cuenta tan pronto? Creí que tenía más tiempo. Ya es tarde para lamentarme. Ya me escapé, no voy a volver. No voy a rendirme”.
Los altavoces anuncian que la interna número tanto tanto tanto se escapó de la celda, y que su captura inmediata es imprescindible, y será recompensada. Yo continúo corriendo. Oigo que corren a lo lejos a mis espaldas. Se van acercando cada vez más. Ahora sí tengo miedo. ¿Lo lograré? ¿Realmente podré escaparme? No puedo flaquear ahora. Tengo que seguir. ¿Pero me pregunto, cuando llegaré a la puerta? Y ahí, me la choco de frente. Caigo hacia atrás. Me sangra la nariz, y me quedo aturdida unos segundos por el impacto. Me voy recuperando. Soy consciente de nuevo de todo. Están cerca, ya casi me alcanzan. Me levanto, abro la puerta, salgo al patio, y la cierro con fuerza detrás de mí. Un enorme y brillante sol me recibe. Se me encandilan los ojos, y sé que estoy perdiendo tiempo valioso. Comienzo a correr de nuevo hacia adelante por el enorme patio. Puedo ver a lo lejos la sombra del gran portón de salida. Voy a gran velocidad. Las competencias de atletismo, tienen que haberme servido de algo más que para ganar medallas. Y entonces, cuando estoy a punto de llegar a la salida hacia la libertad, unas manos me detienen y me sujetan.
—¡La tengo! —Grita la persona que logra atraparme.
—¡Nooo! ¡Suéltenme! ¡Estaba tan cerca! Continúo gritando, llorando, pataleando e insultando con todas mis fuerzas, hasta que por fin, soy llevada a la celda, y encerrada nuevamente.
—No es el momento, no todavía. Falta mucho para que puedas salir de aquí, pequeña. —Me dice una voz que sé, volveré a escuchar en el futuro…
Vuelvo al presente. Suelto a la niña, y me pongo frente a Annabelle.
—Sí, ya estuviste acá. ¿Ahora lo recordás, no?
La miro con furia. Intento tomar el perchero y acercarlo a la niña. Ella intenta detenerme. La empujo. Mi fuerza de voluntad es más grande que la suya. Lo suelta, y se lo acerco. La niña empieza a tocar con alegría todos y cada uno de los vestidos. Mantengo a Annabelle a raya, la cual comienza a gritar pidiendo refuerzos a sus guardias. No me importa. Se que no puede, que ahora no va a poder conmigo. No con esto.
—Vos quedate tranquila. Elegí el que quieras. Yo te voy a proteger, —Le digo a la niña. Toma uno, lo pasa por entre los barrotes, y la reja se abre como por arte de magia. La niña sale caminando. se dirije hacia la puerta que se encuentra a su derecha, y sale por la misma.
—¡Muchas gracias! ¡Soy libre, gracias, soy libre! —Me grita desde la puerta todavía abierta.
—Sí, lo sos. Disfrutalo. Tratá de ser feliz, ahora que podés serlo desde pequeña. No permitas que nada ni nadie te quite la libertad que muchas de nosotras, no pudimos tener a tu edad.
—¡Sí! ¡Lo voy a hacer! ¡Gracias de nuevo! ¡Adiós! —Se despide, cerrando la puerta detrás de sí.
—¿Ves lo que hiciste? —Me dice Annabelle.
—Sí, le di la libertad a una niña trans. Vos lo sabés bien. Cada vez son menos los niños que vienen aquí por esta razón.
—Sí, pero eso no te da derecho a liberarla.
—¿Por qué? Solo estaba un poco insegura, nada más. Ahora va a poder encontrar toda la contención y el apoyo que yo, en su momento, no pude tener. Que ninguna de nosotras pudo tener.
—Está bien. Ganaste esta vez. Pero esto, se termina acá. Vamos al último pabellón. Y esta vez, de castigo, vas a entrar sola.
Me deja en la entrada del mismo.
—La sala, es la tercera puerta a la izquierda. Voy a estar cerca tuyo igual, así que no te preocupes tanto…
Camino, y empiezo a contar las puertas. 1, 2, 3. La abro, y entro. Me dirijo hacia la izquierda. El clásico escritorio del guardia, el cual se encuentra vacío. Ahora voy hacia el centro. “¿Y esto que es?” Recorro con mis manos lo que parece ser una estatua de una persona sentada. Tiene el pelo ondulado, tiene puesto un vestido, y una cadenita en el cuello. En los pies, unas sandalias. “No entiendo nada. ¿Qué representará esto?” Voy hacia la derecha, y encuentro la reja de una celda, la cual se encuentra abierta. Entro, y… esta se cierra detrás de mí.
—¡Hey! ¿Qué pasa? ¿Qué es esto?
—Bueno, como verás, estás prisionera. Yo… Lo siento mucho, la verdad.
—¿Lo sentís mucho? ¿Enserio? ¿De verdad? ¡No te creo nada! ¿Me podés explicar por favor qué está pasando?
—Sí, primero tranquilizate. Vos no sos así. Yo te voy a explicar, pero quedate tranquila.
—¿Que me tranquilice? ¿Que yo no soy así? ¡Evidentemente no me conocés! Sí, yo soy tranquila, pero cuando me enojo, cuando realmente me enojo, estallo. Y cuando estallo, no hay quién me calme. ¡Me traicionaste! ¿Qué pasó con lo de amigas inseparables? ¿Con lo de “vamos a ser grandes amigas”? ¡Me mentiste! ¡Confié en vos, y me mentiste! ¡Sacame de acá!
—Sabés que eso no depende de mí. Eso depende pura y exclusivamente de vos, de tu fuerza de voluntad. Yo, no puedo sacarte. Yo soy solo una administradora, te lo dije.
—¡Callate! ¡Sos una mentirosa! Tengo derecho a salidas transitorias, aunque sea al patio.
—Bueno, eso sería si llevaras un tiempo acá… Por favor, ya estuviste, ya sabés como funciona.
—¡Exijo la libertad condicional!
—Lo siento, eso no es posible, eso es solo después del juicio. Y… Para tu juicio, falta tiempo todavía. Recién entraste prisionera de nuevo.
—¡Exijo un abogado entonces!
—Estás exigiendo mucho, y ni siquiera te pusiste a reflexionar de por qué estás acá. ¿Por qué no te sentás y charlamos con calma?
—No. Nada, no quiero escuchar nada. Solo sé que me traicionaste. Que me mentiste. Que confié en vos, y traicionaste esa confianza. Dijiste que el personal podía quedar prisionero. Pero yo ni siquiera soy parte de tu personal todavía. ¿Por qué estoy acá entonces? ¡Necesito una explicación!
—No, yo no te traicioné. Te pido por favor que me escuches, y me entiendas. Te merecés una explicación, y voy a dártela, pero solo si te calmás. No podemos hablar si me seguís gritando.
—Está bien, está bien. Explicame. Me voy a tranquilizar. Pero espero que tu explicación me convenza.
—Este pabellón, y esta sala, son bastante particulares. Voy a acercarte la estatua que acabás de ver, para que lo entiendas mejor. ¿Por qué no la recorrés bien con las manos?
Lo hago. Lentamente. su cabello, su vestido, su rostro, sus sandalias, la cadenita en su cuello… Sin un orden específico. Solo la recorro…
—¿Soy… yo?
—Sí. Así es. En este pabellón, se encuentran aquellas personas prisioneras de sí mismas. Sí, de sí mismas y de nadie más. ¿Por qué estás acá? Esta vez, es por una causa diferente. Ahora, estás prisionera de tu angustia. De tus dudas, de tus miedos, de tu incertidumbre, de tus inseguridades. De todo aquello que no te permite crecer, que no te permite continuar, soltar, salir del pozo en el que te encontrás. Lamentablemente, no solo no estás preparada para este trabajo, si no que además, estás prisionera de vos misma. Por eso la estatua. Es una estatua tuya, que te va a recordar, hasta el momento en que salgas, la razón por la que entraste. Y en tu caso, ya que no podés verla, vas a poder tocarla. Hablaste de un abogado. Bueno, en este caso, podés representarte a vos misma. Pero además, vos también vas a ser tu propia jueza. Sí, vos vas a decidir cuando vas a salir. Pero para eso, tenés que estar lista, y enfrentar al resto del jurado. Y ahora, evidentemente no lo estás. Muchas personas van a testificar a tu favor, van a venir a hablarte, a aconsejarte, a tratar de que hagas lo mejor para tu vida, en el transcurso de los tiempos que vienen. Pero la decisión final, es tuya. Claro está, que yo soy la parte acusadora. Voy a estar ahí, para decirle al público y al jurado, por qué no tenés que salir de acá. En fin, hasta acá llegamos. No puedo seguir más tiempo con vos, lo siento. Adiós. Nos vemos en el juicio.