Ceguera y Afectividad


Fuente: Ceguera y Afectividad

Publicado en la edición online de “Revista Esperanza” en su segunda edición en abril de 2008.”

Sitio web: Revista Esperanza

Autor: Luis Hernández Patiño. Lima, Perú.
Contacto: enfoque21_lhp@yahoo.es

Nota: Este texto se publica bajo las Normas de uso y licencias de KathWare.

Introducción

Hoy quiero compartir con ustedes un texto que sigue siendo tan relevante como cuando se escribió. Publicado en Revista Esperanza, este artículo aborda cómo la ceguera (y, por extensión, la discapacidad) no es un problema individual, sino una construcción social y colectiva. Una construcción diseñada y perpetrada por un sistema que se ocupa de vilipendiarla en muchísimas formas,, incluso como hablamos tiempo atrás, con la discriminación positiva. Pero esta vez es diferente. Porque si bien esta entrada va dirigida a todo aquel que quiera leerla y compartirla, principalmente va dirigida a las propias personas ciegas.

He decidido republicarla aquí porque comprendo que a más de uno nos haría falta reflexionar, analizar y debatir sobre lo expuesto en este texto.

CEGUERA Y AFECTIVIDAD

1. Unas cuantas consideraciones introductorias:

En el entorno de nuestra vida se dan diferentes circunstancias, que son motivadas por la influencia de diversos factores. Aquellas circunstancias van condicionando nuestra afectividad desde su origen.

Entre los factores antes mencionados podríamos hacer una distinción. Por una parte, están los endógenos, es decir los que operan en el organismo de los seres, y por otro lado, los exógenos, o sea los que actúan desde afuera del ser humano hacia él.

¿Existirá alguna relación entre esos dos tipos de factores?

Por supuesto que sí, y para demostrarlo un solo botón es suficiente. Veamos el maridaje entre la pobreza y la ceguera:

La pobreza se puede casi respirar en el ambiente externo. La ceguera por su parte daría la impresión de limitarse a los aspectos sensoriales de quienes la padecen, pero ambas se conectan, como resultado de la interrelación que se da entre ciertas deficiencias condicionadas en el ámbito orgánico del cuerpo humano, y algunos componentes negativos del entorno exterior, que en concreto tienen que ver con lo económico.

Algunas veces he oído decir cosas como que ser ciego no sería muy diferente de estar gordo o flaco, de ser alto o bajo. También he escuchado afirmar a los amantes de la autoayuda, con una gran emoción, que uno mismo se pone condiciones negativas en su vida, y que por tanto esas condiciones pueden ser superadas por uno mismo. ¡Y realmente qué lindo sería que así fuera!

De ser tal el caso, también yo empezaría a hablar, cantar, gritar, gemir, llorar, transpirar de tanta emoción y entusiasmo junto. Repetiría a los cuatro vientos aquello de que la inclusión está en mi capacidad de decidirme a ser incluido.

Pero, por experiencia propia podemos constatar día a día, paso a paso, que simplemente nada de eso se ajusta a la realidad, y digo esto, porque quiero dejar constancia que tengo amigas y amigos ciegos, que al igual que yo no están dispuestos a pasarse la vida engañándose a ellos mismos, sumergidos en mitos y leyendas. El camino hacia nuestra superación no va por el lado del autoengaño.

La ceguera va mucho más allá de ser un simple motivo de ciertos problemitas que habrían de manifestarse en una forma suave, simple, casi imperceptible. No, absolutamente no. No, porque no conforme con haber causado estragos y trastornos incluso orgánicos en nuestro interior, la ceguera extiende su ámbito de influencia negativa desde adentro hacia afuera de nosotros, y en su propósito de poner más obstáculos en nuestro ya complicado camino, opera en las diversas esferas en las que los ciegos tratamos de entablar relaciones con la gente, con el propósito de encontrar satisfacción a nuestras necesidades.

Cuando hablo de esferas, me estoy refiriendo a la económica, a la social, a la tecnológica, a la informativa, siguiendo la idea que Alvin Toffler plantea en su libro La Tercera Ola. La ceguera actúa en todas esas esferas, sin dar un solo instante de tregua.

2. Retrocediendo en el tiempo:

Viene a mi mente la conversación que hace algún tiempo sostuve con otro amigo que tampoco ve. Empezamos a tocar el tema de lo referente a nuestra ubicación en el marco de la civilización presente, con todo lo que ello implica, y él me planteó que según su opinión los ciegos de hoy estaríamos en una condición algo parecida a la de aquellas mujeres, que en el siglo XIX luchaban por la consagración y reconocimiento de sus derechos.

La conversación con mi amigo podría pasar por algo anecdótico, pero la cito porque más allá de su opinión sí es importante que nos ubiquemos en el contexto actual, desde una perspectiva histórica. Así podremos entender nuestra situación como colectivo.

En el primer capítulo de su Manifiesto Comunista, al hablar del proletariado ante el desarrollo de la tecnología, Marx se refería a las mujeres y de paso a los niños como la fuerza de trabajo sin fuerza. Claro; podría decirse que eso fue escrito hace dos siglos, y sin embargo, hoy se me ocurre una pequeña interrogante:

¿Cuál será la situación de los ciegos telefonistas, que ante el avance tecnológico, poco a poco van siendo remplazados en sus puestos por las centrales telefónicas, cada vez más sofisticadas, las cuales le permiten a uno marcar el anexo deseado desde la casa?

Cuando se desencadenó el proceso de industrialización, La Burguesía se constituyó en la clase dominante de las nuevas fuerzas productivas, y una gran cantidad de habitantes del campo se volcó a las ciudades. Las instalaciones y facilidades de estas fueron desbordadas, y de ese modo fueron apareciendo los tugurios, así como las barreadas.

La ceguera no se opuso, ni fue un obstáculo frente a las olas migratorias. Sin embargo, ya en las ciudades sometió a los ciegos a nuevas formas de exclusión.

Los ciegos no lograron liberarse ni del estigma, ni de la postergación. Estas migraron del campo con ellos.

En el marco de las nuevas relaciones burguesas, los ciegos no hubieran podido convertirse, y de hecho no se convirtieron en propietarios de medios de producción, pero tampoco lograron engrosar las filas del proletariado, y al respecto podría ensayarse dos explicaciones:

Una primera, está relacionada con la necesidad de contar con la vista, para poder desempeñar el tipo de trabajos que entonces se requería.

Una segunda, basada en que por encima de los cambios producidos tanto en la base económica, como en la superestructura de la sociedad, los ciegos han sido y siguen siendo vistos, como una colectividad capaz de producir solamente pena, lástima, antes que valor de uso y cambio.

El desarrollo de la esfera tecnológica, que correspondía a la civilización industrial, fue dando lugar a la aparición de medios y artefactos realmente maravillosos, como el radio a transistores y la grabadora de cassette. Me refiero a tales artefactos, por lo que estos han significado para mí y para los ciegos en general, pero también los menciono para aprovechar de plantear la siguiente pregunta:

¿Acaso se pensó en nosotros al momento de inventar aquellos artefactos?

Simplemente, no. En la medida en la que la ceguera no nos permitió ocupar un lugar natural en la esfera económica, porque no fuimos capaces de producir al igual que cualquier obrero u obrera, los ciegos históricamente no logramos significar mucho para la civilización industrial.

Permanecimos flotando en la esfera social. Entre nosotros, algunos contaron con la suerte o el privilegio de gozar del apoyo estatal; otros fueron sobreprotegidos por la solvencia de sus familias, pero no pocos se quedaron viviendo en el abandono, en la mendicidad, y hasta hoy la situación de los ciegos sigue siendo casi la misma.

No fueron pocos los que siguieron aferrados a la música, y a propósito de aquello, sería muy interesante estudiar la relación entre el mencionado arte y la ceguera. Sin embargo, al hablar de esto, es indispensable aclarar que dicha relación no se produce porque todos los ciegos fuésemos unos tremendos músicos, porque todos tuviésemos un oído maravilloso, puro, mágico, limpio, o porque en nuestro interior habría la capacidad de transmitir energías positivas, energías de luz, traídas por nosotros desde otras dimensiones en las que no habría que ver con los ojos. No, lo que entonces ocurría, y sigue ocurriendo, es que para nosotros la música ha sido y continúa siendo uno de esos pocos aliados con los que contamos, cuando queremos ser tomados en cuenta por la gente para ganarnos la vida.

3. Yo me pregunto:

¿Cómo podría haber afectado el devenir histórico en nuestra afectividad?

¿Cómo nos sentimos en medio de la situación en la que estamos?

Cualquier persona que ve podría preguntarnos sobre nuestras sensaciones, y yo pienso que sería nuestro deber tratar de dar respuesta a tan legítima interrogante. En vez de quejarnos porque la gente no nos conoce, démosle a la gente todo el conocimiento que podamos acerca de nosotros, de nuestros sentimientos, sin esconder lo crudo de nuestra realidad, porque solo eso nos permitirá reforzar lo bueno y corregir lo malo que pudiese haber en nuestras relaciones con los habitantes del mundo visual.

Ya que estamos hablando de afectividad, me gustaría dejar muy claramente establecido que los problemas de tipo afectivo no se dan solamente y en forma exclusiva en las personas ciegas. En su libro Meditaciones Peruanas, Víctor Andrés Belaúnde hablaba de pobreza sentimental, como uno de los rasgos de la psicología nacional.

Las condiciones objetivas de la realidad son duras para con todos por supuesto, pero no podemos negar que la falta de vista hace que la dureza de tales condiciones cobre un carácter muy peculiar, muy singular en el entorno de los ciegos. El hecho de no ver nos cierra la posibilidad de desarrollar, de un modo natural, una energía afectiva de carácter positivo, capaz de empujarnos a enfrentarnos a nuestra problemática en una forma coherente.

La gente desarrolla aquella energía afectiva en forma espontánea, es decir viendo. Al respecto, pongamos un ejemplo, partiendo de dos escenas para ilustrar esta idea:

En la primera, una señora va caminando por el parque con su hijito de cinco años, y de pronto el niño ve que dos pajaritos están uniendo sus piquitos como si se estuvieran dando un romántico beso. Al ver eso con sus propios ojos, el niño experimenta la sensación de ternura, y entonces tiene un motivo de estimulación afectiva, que bien puede traducirse en un tema concreto de conversación, en el cual él puede volcar toda su emoción al momento de hablar acerca de algo que nadie le ha tenido que tratar de contar.

En cambio, en la segunda escena el niño ciego va al mismo parque, pero no está en contacto con su entorno, y al no ver escenas como la antes descrita no tiene como conseguir que su afectividad se desarrolle en una forma espontánea.

En el caso de quienes han perdido la vista ya de grandes, la cosa es distinta. Yo pienso que al respecto se podría hablar de un trauma afectivo, porque definitivamente, por reiterativo que parezca, la falta o pérdida de la visión no es cualquier cosa. No es tan simple como cuando a uno se le cae un botón de la camisa.

Por eso, sin pretender adelantar conclusiones, quisiera decir que los ciegos necesitamos que se nos someta a una especie de gimnasia afectiva, de manera urgente, para estar en forma emocional. En lo que se refiere a quienes nacieron sin ver, esa gimnasia que en el fondo se refiere a la estimulación debe comenzar desde la misma cuna, y en cuanto a los que pierden la vista, la rehabilitación y el apoyo afectivo deben darse de inmediato.

Observemos las consecuencias de aquella falta de afectividad, mediante algunas tendencias de conducta que a mí me parece poder notar en nuestro colectivo. Es cierto que cada ciego es un ser individual, irrepetible, pero también es verdad que por contradicción, entre nosotros hay no pocas cosas que nos identifican.

Nuestra inercia:

En términos colectivos, los ciegos andamos como el humo, sin un rumbo definitivo. No conseguimos organizarnos institucionalmente, en una forma ordenada, efectiva y eficiente, para alcanzar si quiera un objetivo concreto, por mínimo que este fuese, para beneficio de nosotros mismos.

Nos quejamos de nuestra realidad, de las condiciones en las que nos toca vivir, pero solo cuando se nos insita a quejarnos. Por lo demás, parecería que no contásemos con la capacidad de tener iniciativa propia de acción en forma positiva, para ir más allá de nuestras quejas y tomar al toro por las astas.

Cuando reaccionamos colectivamente frente a una situación –si es que reaccionamos- lo hacemos pero no necesariamente por nosotros mismos, sino porque otros (videntes) vienen, cual salvadores a los que me parece estar escuchando: “A ver, ¡que estos amigos míos ciegos me dan pena!”

Debido a la falta de energía de tipo afectivo que padecemos, No tenemos la capacidad de movernos por impulsos propios de carácter positivo. Actuamos como consecuencia de impulsos externos, y en todo caso, nos dejamos llevar por nuestra conveniencia enfermiza y egoísta.

Nos pasamos la vida sin haber transitado del dicho al hecho, y nos quedamos en el terreno verbal. Muchas veces, entre nosotros no hay más que palabras, palabras, palabras, y palabras huecas, que nos esforzamos por adornar, pero que al final se van con el viento, antes que hayamos resuelto aquel dilema de Hamlet: Ser o no ser.

Nos enredamos en conceptos vagos y en ideas inconclusas, que entonces escondemos en frases que repetimos una y otra vez. Creemos que así vamos a quedar verbalmente muy bien, ¡y vaya que si no seremos repetitivos!

En la práctica, no tenemos la suficiente fuerza afectiva como para ser verbo, fuente de acción. Nos reducimos a ser sujetos de reacción, y en ciertos casos, daríamos la impresión de no tener otra capacidad más que la de actuar por inercia, antes que por convicción, en contra de nosotros mismos frente a las circunstancias.

Es por eso que hay quienes se han especializado en utilizar a los cieguitos, porque saben muy bien que no hace tanta falta esperar algún indicio de iniciativa coherente de parte nuestra. Han descubierto que debido a nuestra inercia pueden hasta pensar por nosotros, antes que pensar con nosotros, en temas como el de la inclusión por ejemplo.

Estamos como un barco al garete, pero resulta que en medio del mar de implicancias de la ceguera, seguimos allí como si con nosotros no fuera. Nos va y nos viene la cosa, como si tales implicancias no nos fuesen duras, adversas, y quizás perversas, o como si frente a ellas no tuviéramos que reaccionar.

Las mentes de los ciegos lúcidos, que sí los hay, nos proponen conceptos, planes, proyectos. Sin embargo, todos esos planes y proyectos se estrellan finalmente en nuestro colectivo, con algo así como una masa que ante la propuesta se queda indiferente, o que en todo caso reacciona, pero para responder de una manera negativa, y luego vuelve a su estado permanente de inercia.

Podría ser por eso que entre nosotros a veces hay quienes sienten impotencia, desilusión, y no quieren saber nada de los asuntos gremiales, llegando a decir: “Las cosas del colectivo cieguno no me interesan”.

Antes que unidos, andamos revueltos, como en un laberinto en el cual el peor enemigo del ciego no parecería ser otro más que un ciego igual que él. La prueba de ello está en el sinnúmero de instituciones que entre nosotros aparecen porque aparecen, porque aparecen y porque aparecen.

Deberíamos ir hacia arriba, pero si la moda de los videntes es ir hacia abajo, allí vamos. Sí, vamos, ¡porque no es difícil que se nos maneje como a borregos! Y tendríamos que ir al sur, pero en nuestro deseo compulsivo por estar bien con Dios y con el diablo, vamos hacia el norte, sí, sí claro al norte, ¡aunque el norte no sea el paraíso! ¿Por qué? Por nuestra inercia.

Nuestra amargura:

Hay quienes piensan, y hasta nos afirman con gran seguridad, que nosotros no vemos con los ojos, pero que en cambio sí vemos con el corazón, con el alma, y al respecto, en más de una ocasión me han dicho: “Ah, ¡qué suerte la suya de no estar contaminado con las cochinadas de este mundo! Oiga, ¡usted no se está perdiendo de nada, y por el contrario puede vivir en paz con su ceguera!”.

Sin embargo, cuando oigo algo así me sonrío, pero al mismo tiempo siento algo de pena y lástima por quien me lo dice porque, ah, si él o ella supiera cómo son las cosas entre nosotros, no sé qué impresión se llevaría. Quizás, ¡se llevaría el más grande de los desengaños! Y es que como bien dice el refrán: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”.

La ausencia de energía afectiva deja en nosotros un profundo vacío. Este empieza a ser llenado muy pronto por una amargura que a su vez es estimulada por las condiciones negativas, generadas en nuestra realidad cotidiana por la ceguera.

Lo que quiero decir en cuanto a ello es que a cada paso que damos nos encontramos con uno y mil obstáculos, y que al no contar con una energía afectiva que sirva para amortiguar el impacto de tales obstáculos, se produce en nosotros una profunda amargura. Dicha amargura podría llegar a intoxicar el espíritu.

No es casual que los ciegos nos estemos enfrentando entre nosotros mismos. Lo hacemos, con una fuerza que debería ser utilizada para derrumbar el muro con el que la ceguera nos separa de los que ven, convirtiéndonos en algo así como prisioneros de un régimen totalitario.

¡Cuántas cortinas y muros se han caído a lo largo de la historia! Al respecto, estoy pensando en las murallas chinas, y entre otros en aquel muro de Berlín, que increíblemente hasta mediados de los años 80 del siglo pasado no se sospechaba que se pudiese caer, pero que ya no existe.

Sin embargo, el muro construido por la ceguera hasta ahora permanece en pie. ¿Por qué? En parte se debe a nosotros mismos, a nuestros enfrentamientos.

Las campañas de sensibilización, las charlitas, las conferencias ya sea a favor de la integración, o de la inclusión –lo mismo da Juana que Chana- no le han hecho ni el más mínimo rasguño al muro imperial que circunda al régimen dictatorial de la ceguera. Aquel muro sigue igual que siempre, y permanece bien custodiado por todo un ejército de mitos, prejuicios y leyendas que trabajan sin desmayo, cual esvirros fieles a la ceguera, que muchas veces nosotros alimentamos mediante nuestras conductas.

Ante cualquier intento por cruzar hacia el exterior, el mencionado ejército nos cierra las puertas. “Alto”. Los ciegos vivimos bajo un régimen plagado de contradicciones complejas, que nos obligan a vivir en este mundo, y al mismo tiempo alejados de él.

Nosotros podríamos intentar suavizar la dureza del tipo de condiciones en las que nos toca vivir. Deberíamos dejar de lado nuestras cuestiones individuales para trabajar por el bien común nuestro, pero es preciso reiterar que para eso necesitaríamos una urgente estimulación afectiva que contrarreste nuestras frustraciones y la amargura que nos asfixia.

Si fuésemos gitanos, podríamos decir que entre nosotros no haría falta leernos las manos. ¿Por qué? Es que para nadie es un secreto la de broncas, bronquitas, y broncasas que se arman en nuestro colectivo, ¡por mírame y no me toques! “Dime a qué institución perteneces, y dependiendo de eso, te diré si puedes entrar a la mía”. “¿y a quién representas tú?”. “Ah, bueno, yo a los honestos, a los decentes, a los legales, a los que realmente representan a…..”

Cuando estamos entre los videntes, los cieguitos –así nos suelen llamar- los ciegos nos portamos como niños buenos, para ver si de ese modo nos aceptan, nos integran, nos dan la carta de ciudadanía. Hacemos todo lo que está a nuestro alcance, para ver si así dejamos de ser exiliados en este mundo visual.

Cuando de otra parte los videntes cruzan el muro imperial, y en un tour curioso, emocional, visitan lo que yo llamaría el Varadero de la ceguera, es decir la parte tecnológica de nuestro mundo, nosotros nos esforzamos por dar lo mejor de cada uno. Les mostramos cómo manejamos el Jaws, cómo enviamos correos electrónicos, cómo podemos leer este o aquel periódico, y hacemos que los turistas se vayan diciendo: “Ay, ¡los cieguitos sí que son maravillosos! Sobre ellos, ¡debería filmarse un Buena Vista Tiflo Club!”

Sin embargo, cuando estamos a solas, entre nosotros se desatan las luchas intestinas. Los niños modositos, los cieguitos puros, buenos y hasta casi angelicales nos transformamos en sujetos que de pronto somos invadidos por una ira, una amargura interior de la que no logramos liberarnos. ¡Qué tal transformación la nuestra!

Nuestra escasez de realidad:

Hay algunos ciegos excepcionales que tienen la capacidad de tomar consciencia de su situación, y que pese a todas sus limitaciones, sienten un profundo deseo por informarse, por enterarse de todo lo más que puedan para así tratar de interiorizar la realidad. Se encuentran con uno y mil obstáculos, debido a la falta de vista, pero cuentan con una suficiente energía afectiva que los empuja a seguir, a seguir, y a seguir sin desmayo.

Sin embargo, en muchos de nosotros la amargura ahoga cualquier impulso sano por tratar de entrar en un contacto esencial con la realidad, más aún si ese contacto demanda esfuerzo. Nos mantiene atascados en una curiosidad ociosa, morbosa y enfermiza, que nos insita a averiguar acerca de detalles, y cosas intrascendentes, que nos sirven de entretenimiento, porque nos permiten jugar con nuestras fantasías, haciendo una y mil historias de lo más alucinantes.

Es por eso que padecemos de una escasez de realidad muy peculiar y agresiva. Esta puede llevarnos a adoptar una actitud de negación de ella, en una forma mentirosa y violenta.

Nos aferramos a mitos y leyendas que, como creo ya haber dicho, muchas veces son alimentados por nosotros mismos. Uno de esos mitos tiene que ver con nuestro gran, ¡con nuestro tremendo nivel cultural!

En efecto, en la actualidad habemos un buen número de ciegos que hemos pasado por la universidad. Nos hemos graduado, y luego de sustentar nuestras tesis, hemos recibido nuestros títulos, en medio de grandes felicitaciones, palmaditas en el hombro, besos, abrazos y frases, tales como aquella de: “Ah, realmente el esfuerzo de ustedes es digno de toda admiración”.

¿Pero es que aquellos títulos le han puesto fin a nuestra escasez de realidad?

No creamos que sí, por el hecho de tener grabados en el cerebro unos veinte poemas de Machado, de Lope de Vega, De Becker, para declamarlos en alguna reunión, y para que así la gente diga: “Ay, mira al cieguito, ¡cómo recita!”

Tampoco creamos que si por habernos aprendido de memoria lo que sucedió el día que maría Antonieta fue guillotinada, y porque tenemos la habilidad de repetir textualmente, como loros, más de una de las proclamas hechas en la asamblea nacional de la Francia revolucionaria.

Ante lo que son las cosas frente a nuestra escasez de realidad, me parece estar escuchando pretextos tales como el siguiente: “Ah, yo no veo, pero me sé todas las capitales del mundo, y por si eso fuese poco, te puedo decir qué hora es en Buenos Aires, en Toronto, en Tokio, Sin mirar el reloj”.

Imaginemos al cieguito que trata de esconder su falta de realidad, a la hora de responder un cuestionario, uno de esos cuestionarios bien simples, que a lo mejor podrían aplicarse en alguna esquina, en algún paradero, o en alguno de esos puestos de comida callejera, mientras nos vamos saboreando un rico salchipapas.

¿Qué sabes acerca de la situación de los ciegos en tu país?

“Eh, bueno, en este momento… No me acuerdo de las leyes que existen, como para sustentar el diagnóstico que pudiese darte, pero lo que sí tengo para contarte es algo de la vida de Hellen Keller”.

¿Has tenido la ocasión de leer los materiales que se refieren a Los objetivos del Milenio?

“No, porque la computadora se me colgó, en el momento que empezaba a leer la biografía del cantante de los Rolling Stones”.
¿Podrías decir cuándo se inició el movimiento tiflológico en tu país?

“No me acuerdo muy bien, pero sí te puedo decir que tengo muy presente aquel campeonato mundial de Football que se realizó en Méjico, en 1970. El campeón fue Brasil, y hasta ahora recuerdo que Pelé fue el que anotó uno de los cuatro goles con los que le ganaron a Italia en la final. En todo caso, te podría contar alguito sobre la historia de los ciegos españoles, y si quieres, te hago unas cinco citas, de memoria, de la obra de ese gran ciego llamado Homero”.

Nuestro decoratismo:

Nos encontramos ante la imperiosa necesidad de disfrazar nuestra falta de energía afectiva y aquella amargura, que tanto daño nos hace a nosotros como también a quienes nos rodean. En la práctica, los ciegos somos como actores que andamos buscando la mejor máscara posible para ponérnosla, y ver si aunque sea de ese modo se nos da algún papel; se nos integra, se nos incluye, o lo que sea, en el reparto social de la vida.

Lógicamente, entre nosotros no faltan quienes están obsesionados, enfermizamente obsesionados, con la idea de decorarse lo más que puedan, para ver si de ese modo logran dar su gatazo ante la gente. Tal es el caso de aquel sujeto que inspiró mi artículo al que irónicamente titulé: El Súper Ciego.

Podrá sonar irónico, pero los ciegos somos unos grandes decoradores. ¿Y cómo se manifiesta nuestro decoratismo? En un verbalismo que entre nosotros puede llegar a niveles increíbles.

Ante la incapacidad de recurrir a los colores, hacemos un abuso sin límites del lenguaje hablado. Sufrimos de una tremenda verborrea.

No nos preocupamos por el fondo de lo que decimos porque, por último, para nosotros no importa que lo que decimos no tenga fondo. Lo que nos preocupa es la forma en que vamos a decir lo que decimos, y de ese modo, recargamos nuestras palabras.

Tejemos frases rebuscadas, y armamos oraciones lo más enredadas que podamos, para según nosotros mismos quedar muy bien. Por si acaso, no pueden faltar los adjetivos, y cuanto más exuberantes sean estos, mejor.

Donde hay una exclamación, nos gustaría poner dos, y para expresarnos mejor aún, si fuese posible, colocaríamos tres. ¡Una no es ninguna!

Nos prodigamos en los detalles que nosotros creemos espectaculares, con el propósito de adornar nuestra oratoria lo más que podamos. Si tenemos a nuestra mano la posibilidad de citar nombres extranjeros, si sabemos proverbios en latín, frases en francés o refranes en italiano, no dudamos en llenarnos la boca con todo eso. ¿Y para qué? Para conseguir que el auditorio diga: “Ay, pero qué cieguito para más preparado”.

Al momento de empezar nuestra intervención frente a la gente, respiramos para sugerir que estamos pensando, y luego, ponemos toda una voz que según nosotros tiene un sonido señorial. Entonces mis queridos amigos, y tal como les venía diciendo…”

Me gustaría ilustrar nuestro decoratismo, valiéndome de un modelo imaginario de perorata. Desde ya, ofrezco las disculpas necesarias por los errores de sintaxis, y por cualquier salvajada que a continuación se pudiese percibir. Lo que ocurre es que estas van adrede, como un homenaje a nuestros tiflotas.

Escuchemos: “Estimados amigos y hermanos con discapacidad visual de la ceguera, que en esta noche nos hemos reunido juntos con lo cual celebramos pues el gran ¡gran nacimiento! de nuestra institución con gran felicidad. Nos hemos reunido y tal parece pues en esta noche por tanto que hubiera salido el sol por debajo de las tinieblas, que alumbra el nombre victorioso, vibrante, progresista, reivindicativo, combativo, que por tanto se refleja el carácter auténtico, diáfano, que como la luz de las estrellas alumbra todas, pero todas las buenas intenciones de nuestros henchidos corazones con discapacidad”.

Luego de ello, y dicho en buen mejicano como se lo escuché a mi amiga María Auxiliadora Durán, los ciegos nos preocupamos por decorar nuestro verbalismo lo suficiente, como para calentar el lonche, ¡pero nada más! Creemos que haciendo aquello vamos a conquistar el mundo, ¿pero cuánto lonche hemos calentado? ¿Y cuánto hemos conseguido con eso? Simplemente, nada de nada.

Sin embargo, nuestro decoratismo no termina en lo verbal. Decoramos nuestras actitudes; decoramos nuestros supuestos modales, y estos últimos los exageramos frente a los videntes, poniéndoles un acento que por la falta de vista no es natural, ni espontáneo.

Frente a los que ven, creemos que pasamos por educaditos y finos. Sin embargo, en el terreno visual, la gente nos descubre por encima de la ropa, cuando por ejemplo nos empezamos a mecer sin control, cuando miramos hacia arriba, cuando nos metemos los dedos a los ojos o a las narices, y cuando hablamos sin dominar el volumen de nuestra voz.

De otra parte, los profesionales, aquellos ciegos que tenemos el privilegio de haber sido educados, nos preocupamos por mencionar y lucir nuestros títulos cada vez que podemos. No pueden dejar de llamarnos: doctor, licenciado –ha, ¡eso no puede ser!- y nos preocupa cómo le vamos a llamar a la asociación que también habría que fundar para decorar el ambiente por todo lo alto, recurriendo al mayor número de bombos y platillos, como para producir la más grande de todas las bullas que alguna vez se haya podido oír. Lo del ideario institucional ya se verá, pero lo de la etiqueta, lo del nombre, no puede postergarse, y por el contrario debe ser singular, inconfundible, más llamativo de lo que podrían ser los nombres de otras instituciones.

En nuestra mentalidad decoratista, si no hay una denominación espectacular no hay institución, y si en la institución el nombre, el rótulo, la etiqueta son motivo de debate, no es de extrañar que algunos se aparten, aduciendo que la denominación finalmente adoptada no llena las expectativas suyas, ni las de las bases, esas bases populares que, en el fondo, como tales, no son más que un elemento también decorativo de nuestros incoherentes discursos.

Conclusión:

Frente a lo expuesto, sé que podría ser tomado por un tremendo pesimista, pero al respecto me gustaría decir lo siguiente:

Yo no considero que los ciegos seamos un caso perdido y sin vuelta que darle. Si voy al fondo de nuestra problemática, por crítica que esta sea, es porque deseo contribuir a remover nuestras conciencias. ¿Y por qué? Porque, aunque parezca lo contrario, tengo la esperanza que puedan darse formas y medios que nos permitan ayudarnos a enfrentar la situación en la que nos encontramos.

Estamos frente a un gran desafío: unirnos para luchar contra la ceguera. Sin embargo, para ello hay un requisito fundamental, y es que si no somos capaces de ser protagonistas de nuestra propia emancipación, nada hará que las cosas cambien por nosotros.

No sé si antes he planteado la siguiente pregunta:

¿Qué estamos esperando para reaccionar en forma civilizada?

Trabajemos por estimular en nosotros una energía afectiva que permita transformar nuestro interior.

Pasó el amor

En esta oportunidad, les traigo un escrito de un gran amigo mío, que vive del otro lado del río de la plata, y al cual tuve el placer de conocer personalmente cuando fui para allá en 2018 en lo que fue mi primer y única salida del país. Ahora que lo pienso, estaría bueno hacer una crónica de ese viaje. Lo tomo como tarea para más adelante. Me pasaron muchas cosas, y fue una hermosísima experiencia en todos los sentidos.

Pasó el amor

Por Pablo Zelis.

Noche de paseo por la playa. Aplicamos la teoría de estar perdidos. Después de varias vueltas volvimos a la casa. A ver que dicen los chicos. Se abrió el foro digital y se oyeron varias voces varias ciudades. En conferencia todos contaban algo y de a poco nos acercamos. Se nos hizo costumbre el encuentro y empezamos a compartir el espacio, ese espacio, que existía cuando nos encontrábamos todos ahí. Lo primero que conocí de vos fue tu risa y tus canturreos casuales. Después de todo nos pusimos a jugar, nos hicimos los encontradizos y nos deleitó la compañía. Vos decías que ibas a venir y yo ya te imaginaba tomando sol en estas playas. Fue un verano de aquellos, gracias que sucedió. Era un tiempo de esos en los que todo sucede cuando tiene que suceder. Uno se deja ir y todo transcurre como una película. Amanecer, fuego a la noche y amigos con guitarra; quién se sabe una canción y al rato todos cantamos. Mas tarde alguien tira la idea y cuando nos acordamos ya estamos en la playa. Tres botellas y tres papelitos escritos con una bic verde y ahí salen mensajes a navegar. Sin querer dormirnos nos tiramos en la arena, al festival de estrellas. Nos espera otro amanecer con una calma cósmica que alcanza para todos. Otro día mas temprano cuando el sol tibio, corremos descalzos por el pasto recién cortado. Hay agua para todo el que tenga calor.

El sol no entiende de diagonales

El cantautor y compositor argentino Matías Barberis (del que tengo el orgullo de ser la hermana mayor) presenta su primer trabajo discográfico titulado “El sol no entiende de diagonales”. Como cualquier opinión o reflexión mía al respecto podría caer en subjetividades, dejemos que él mismo nos cuente en qué consiste su música.

Pero antes, decirles que en KathWare, estamos de festejo. ¡Esta es la entrada número 50! ¿Y qué mejor que se trate de una de mis grandes pasiones, la música? Y además, de alguien a quien admiro mucho como artista. Mi querido Hermanito. Mis más sinceros agradecimientos a todas aquellas personitas que me ayudaron a llegar hasta acá. Que comparten, que comentan, que dan me gusta, a los colaboradores que tuve a lo largo de estos años, y a quienes se animaron a cederme sus textos para publicarlos en este pequeño rinconcito. pero más que nada, a aquellos que leen. Si no existiera gente que leyera, que se informara, que se interesara por este pequeño pero variado contenido, KathWare, no existiría. Los quiero a todos, sin excepciones. Y les agradezco desde lo más profundo del corazón, que confíen en mí, y que sigan alimentando a este virus que trastoca los discos rígidos de las mentes que se atreven a mirar más allá, utilizando el lenguaje de programación más poderoso de todos: La palabra.

Biografía

Matías Barberis es un músico argentino que comenzó a cantar y tocar la armónica a los ocho años. Luego tocó el bajo para distintas bandas y actualmente es el bajista de serie 2 y en la banda de Tute Lapaport. También es Productor, compositor e intérprete de su primer álbum junto a Sebastián Pérez , productor e ingeniero en grabación y mezcla( impessa record/ impessa music). El sol no entiende de diagonales, abarca diferentes géneros musicales pasando por el rock, pop, funk, folclore entre otros.

Fuente: Spotify.

También, agregar que formó parte de la banda Presidente Cosmos, con la que sacó un disco homónimo.

El sol no entiende de diagonales

Acá, Matías nos deja una reseña de cada una de las canciones del disco. Las dejo con sus respectivos enlaces, para que las vayan escuchando mientras leen.

La melodía de un NAUFRAGIO es aquella que nos trae la cordura en soledad, cuando necesitamos decir algo y no hay nadie alrededor para escuchar.

Buscando entre mis COSAS VIEJAS a veces hasta me encuentro a mí, al niño que fui, que aunque se aleje en el tiempo siempre está ahí preguntando por mí.

La rutina que te lleva en espiral, otra vez el tiempo que juega con tu ansiedad, mientras en la ciudad FLORECE GRIS para quienes se atreven a observar.

Nadie dijo que el viaje sería fácil, y sería casi imposible sin esa luz que ilumina y guía tu andar. Quizás EL VIAJERO Y SU ESTRELLA sean uno en el horizonte.

Se inunda el alma, la mente no puede flotar, la consciencia busca refugio, la razón se va en un BARCO DE PAPEL que el ser no puede alcanzar.

Las calles se entrecruzan y, casi como en un laberinto, dudamos en avanzar, pero EL SOL NO ENTIENDE DE DIAGONALES y hasta inconsciente de su magnitud nos muestra que no hay respuestas mágicas, la respuesta está en nosotros mismos.

Dos que juegan al amor, como en esos cuentos que nos contaban de chicos, metidos en un lindo y CURSI BONDI del que no queremos salir, al fin y al cabo, nada mejor que amar…

Caminando por la calle la soledad se nos hizo amiga, no tiene sentido temerle si siempre la encontramos en EL MISMO LUGAR, donde la ciudad es de bolsillo y el tiempo tal vez puede descansar.

No importa que tan lejos lleguemos, no hay que perder ese tren que nos lleva de vuelta a casa, a nuestras raíces y lugares que nos hicieron lo que hoy somos, para no olvidarlo llevo siempre la leyenda MADE IN J.C.P.

¿Y donde encontramos a Matías?

Pueden seguir a Matías Barberis en instagram. También, aunque ya está enlazado en cada canción, pueden escuchar El sol no entiende de diagonales en Spotify o El sol no entiende de diagonales en youtube.

¡Espero les guste! ¡Hasta prontito!

Amores

Aquí, volvemos con una reflexión de una gran amiga y colega escritora, con quien tuve el enorme placer de compartir no solo escritos y música, si no muchísimas otras cosas más. Es tan enorme el cariño y el agradecimiento que siento hacia ella, que esta, es tan solo una pequeña forma de retribuir algo de lo que hizo por mí. Claro está, que la influencia de su vida en la mía, es tan grande como la mía en la suya. Aún así, no solo siento que debo de alguna forma agradecérselo, si no que además, esta es una reflexión que creo, que merece ser compartida. ‘en fin, con su permiso, acá se las dejo. Pero primero, la publicación original en su Facebook personal.

Amores

Por Morena Pereira. Muchísimas gracias por permitirme conpartirlo.
Cuando ya viviste varias, y nada te sorprende, y todo lo que esperás es estar tranquilo, eso es lo que no pasa. ENAMORARSE es lo que no te pasa. Soy cada vez más defensora de la teoría de que el amor es para la gente que necesita salvarse de algo, pero en realidad nunca lo va a lograr por medio del amor. Lo logra por otros caminos. Entonces, en la falsa ilusión de que algunos pueden ser salvados y a otros los van a rescatar y dar lo que nunca tuvieron, que una sola persona te va a dar lo que muchas otras te negaron,, el amor nace, se crea y dependiendo de las circunstancias futuras, se seguirá desarrollando hasta que muera. Quizás dura un año, quizás 2, quizás hasta 80 años, como mis abuelos.
Si estás cerrado al salvamento, al rescate divino, a las mariposas que se van a ir dentro de unos meses aunque en principio tengan carácter de eternidad, y estás convencido de que la salvación es colectiva pero no de 2 en 2, y que quien se salva primero sos vos por medio del vehículo que sea pero buscándote a vos antes que al resto, no te enamorás. Porque todo el resto son falsas ilusiones, trampas y positivismo barato. El día de san valentín, las cenas para parejas, el spotify duo que claramente vas a terminar compartiendo con tu mejor amigo o con tu familia. La publicidad de que la media manzana necesita su otra mitad para ser rica y que otros la vean y la compren. Y el sentirse vacío cuando ves todo eso que el mundo te pide que tengas y no, no tenés. Tuviste, pero no tenés. Quisiste, pero no fue. Y fue perfecto, pero ya no es. Porque te dejaron, porque vos dejaste, porque ambos dejaron, porque ya no es y listo. El amor que todos vemos es ese mismo.
El amor eterno es algo parecido, pero que no se rompe. Es ese amor que por mucho que hayas dejado ir, perdura. Ese que quizás te llegó cuando necesitabas que te salven, y lo hicieron, pero también te acompañaron, y esa compañía se sintió bien. Son amores de esos irrompibles, como los electrodomésticos que a mi mamá le duraban 25 años. ESOS que ya no entienden de razones para seguir haciéndote palpitar el corazón. Esos que te vas a guardar muy, muy profundo cuando la persona tenga otra pareja, esos que vas a confundir con hartazgo y vas a envolver de angustia porque ya no son y por todo lo que habrías hecho si hubieran seguido ahí. Esos a los que les vas a cantar la canción de love of my life una y mil veces, y en cada una de ellas vas a sentir algo distinto y esa misma profundidad, como la primera vez. Amores que no te matan aunque parecieran hacerlo. Amores que se mueren en el exterior y permanecen en el alma. Amores que no te drogan ni te intoxican. Amores que hay que saber dejar a tiempo, para no envenenarlos o corroerlos con la incapacidad que tenemos de no soltar algo”cuando nos indica que no tiene que estar más. Amores libres. Amores que se van, pero no van a volver. Amores que aprenden y de los que aprendés. Los amores de tu vida que muy, muy pocas veces van a aparecer. Amores que cuando te toquen los vas a saber distinguir. Y los vas a vivir como lo último que te toca. Porque sí. Es lo último antes del mar de las complicaciones, y lo último antes de el camino de las reflexiones, las lecciones y las letras de canciones. Ese amor que es lo último antes de lo primero que somos nosotros. esos amores que son la última copa de vino, el último cuento antes de dormir de nuestra única infancia y el último recuerdo, antes de irnos.

De lo otro vas a tener muchísimo. Los amigos para la joda, los mejores amigos del mundo, los padres, los hermanos, esos que son de tu sangre y los vas adoptando por el camino. Vínculos fantásticos, relaciones divinas y personas inolvidables.

Pero amores como el de la vida, ese que por mucho puede pasar una o 2 veces, Amores como ese son los que permanecen siempre.
Amores tan simples, tan gratos. Amores inolvidables.

Ni una más

Palabras que te pegan como un huracán,

Miradas que no sabes bien a dónde van,

Dime qué pasaría si no hubiera nadie.

Siguiendo mi camino, yo sé a dónde voy,

Sintiéndome insegura y aunque no lo soy,

No ver tus intenciones me hace vulnerable.

Fragmento de la canción Ni una más de Aitana.

Sinceramente, no sabía como empezar esto. Pero sabía que algo, tenía que escribir. Ya me había quedado como un pendiente personal, escribir algo por el 8M. Pero la verdad, estuve con tantas cosas en mi cabeza toda la semana, que no pude dedicarle el tiempo que hubiese querido. Y lamento muchísimo estar escribiendo hoy, en estas circunstancias. Porque esta vez, no estoy escribiendo para ofrecer simplemente un punto de vista, aunque la categoría que elegí, así lo indique. No estoy escribiendo para expresar una opinión, una reflexión, un pensamiento. Esta vez, estoy escribiendo para expresar mi enojo. Mi más puro y sincero enojo. Un enojo visceral, que me sale del centro de las entrañas, y se propaga por todo mi cuerpo.

Aitana, como tantas otras artistas que han tocado este tema en miles de canciones, lo expresan muy bien. Estoy cansada. Muy cansada, de terminar escuchando siempre las mismas historias. De que nos, sí. Nos, y me incluyo, nos pasen siempre las mismas cosas, o similares. A todas. Por ser mujeres, por tener una discapacidad. Por ser, como dice ella, vulnerables. Incluso más que el resto. Y sí. No lo voy a negar. No está en la agenda pública de nadie. Las organizaciones feministas en general, no nos tienen en cuenta. Somos nosotras mismas desde orgas de mujeres con discapacidad, quienes tenemos que levantar la mano para hacer oir nuestra voz. Y eso cansa. Cansa, y mucho. La verdadera sororidad, no siempre está en las que organizan una marcha, las que leen un documento que, en muchos casos, no llega siquiera a ser un consenso. No, no. Muchas veces, está en la amiga que te ofrece que le compartas tu ubicación cada vez que vas a ir a un lugar que no conocés, o a encontrarte con alguien desconocido. Está en la que te llama si siente que te pudo haber pasado algo. A la que podés recurrir si te sentís amenazada, y que sabés que va a estar del otro lado por cualquier cosa. Para ayudarte y acompañarte si está cerca, o para hablar con vos, para que le escribas, para escribirte, si está lejos. Y con esto no quiero renegar ni desacreditar el trabajo de nadie. No, no es mi objetivo. Solo que me pongo a pensar, ¿Donde están esas organizaciones cuando a nosotras nos pasa algo? ¿Donde están esas mujeres cuando necesitamos ayuda?

De todas las mujeres con alguna discapacidad que conozco, creo que al menos el 95% ha sufrido algún tipo de violencia de género en la calle. Desde intentos de robo, hasta… violaciones directamente. Pasando por todos los puntos intermedios. Y la pregunta es, ¿Donde podemos ir? ¿Qué podemos hacer si nos sentimos amenazadas? ¿Con quien podemos contar? Muchas veces, solo con nosotras mismas. Eso, es lo terrible.

Supe de 2 casos en los últimos meses, que me han marcado mucho, por ser de amigas muy cercanas. Pero no son los únicos, ni los primeros, ni los últimos. Por suerte (si se puede decir eso en algún sentido) las cosas no terminaron mal. Pero el trauma que se le genera a una mujer que sufre un ataque en la calle, por mínimo que sea, es muy fuerte. Imagínense una mujer con discapacidad, a la que además, por su propia indefensión, no puede discernir incluso, hacia donde debe correr, en caso de peligro. Hay mujeres que fueron secuestradas en autos, y lograron saltar de estos en movimiento, con el peligro que eso conlleva. ¿Una mujer con discapacidad, podría hacer lo mismo? Lo veo poco probable. En estos 2 casos que comento, la reacción principal de ellas, fue correr, y llegar lo más rápido que pudieran, a pedir ayuda a quien sea. Pero… ¿Sería posible hacer eso en todos los casos? ¿Como reaccionamos cada una de nosotras ante situaciones límites? Y otra pregunta más… ¿Cual es la verdadera solución a estos problemas?

De vuelta. Yo no hago esto para menospreciar, ni mucho menos, todo lo que se hace desde los movimientos, marchas y organizaciones feministas en general. Pero sí creo, que no es suficiente. Sí creo, que hay que hacer algo más. ¿Qué? Realmente no lo sé. Pero sí sé que ni siquiera con tener un ministerio de las mujeres, alcanza para erradicar la violencia de género. Porque hay un problema principal en todo esto. Y ese problema, no tiene que ver exclusivamente con nosotras. Tiene que ver con una cuestión sociocultural que, si bien se ha venido modificando en los últimos años, y a grandes pasos, para ser totalmente honesta, todavía falta mucho por hacer. La cuestión, del machismo implícito en la sociedad en general. El creer que por ser hombre, podés tomarte libertades que evidentemente, no te corresponden. Y de las que claramente, no tenés conciencia de cuanto pueden perjudicarnos. O si acaso la tenés, pareciera no importarte. Con esto, tampoco voy a caer en el feminismo extremo, en el que le hecho la culpa al hombre y nada más. No, no es así. Pero sí hay una realidad que no puede negarse. Y es que ellos no tienen que cuestionarse a qué hora salen, a qué hora llegan, como van vestidos, quien los ayuda a cruzar. Nosotras, tenemos que cuestionarnos eso en todo momento. ¿Estamos saliendo muy provocativas? ¿Estamos mostrando demasiado? ¿Estamos dándote pie a algo más, solo con decirte nuestro nombre? No, realmente no. Pero es como vos lo interpretás. Y acá estoy hablando de situaciones puntuales, de extrema violencia. Porque, sí, aunque no haya un golpe, aunque no haya directamente una amenaza física, las palabras, también son agresiones. Y en muchos casos, muy fuertes. Pero, también podemos hablar de otros casos. Del acoso en redes sociales, del creerse que porque te acepté una solicitud de amistad, o dejé que me sigas en las redes ,te estoy dando luz verde para otras cosas, entre otros cientos de miles de situaciones en las que, solo por el hecho de ser mujeres, estamos mucho más expuestas. Me resulta triste que en pleno 2023, tengamos que seguir haciéndonos este tipo de cuestionamientos. Me resulta indignante, que todavía tengamos que apoyarnos en nosotras mismas.

Una vez, una amiga me contaba que tenía que encontrarse con un chico que… <la había agredido en el pasado. Las razones no importan. Pero tenía que hacerlo. No tenía otra opción. La reacción de sus amigos varones, fue, “hu, qué cagada negri”, y preguntarle después de 3 horas, si estaba bien. La reacción de sus amigas mujeres, fue “reportate cada media hora, y compartinos tu ubicación”. ¿Se entiende? ¿Más clarito le echo agua, no?

Tengo un grupo de amigas con el que nos compartimos ubicación, cada vez que cualquiera de nosotras, se encuentra en algún tipo de situación en la que pueda llegar a estar en peligro. Pero como explicaba, en el caso de mujeres con discapacidad, el peligro puede suceder en cualquier momento. No podés saber quien te está ayudando a cruzar la calle, ni con qué intenciones. ¿Y qué vas a hacer? ¿Compartir tu ubicación en todo momento con alguien? ¿Vestirte un poco más “decente” para que no se fijen en vos? ¿Enserio? No, no me parece justo. Son ellos los que tienen que cambiar. Es la sociedad la que tiene que ser educada para transformarse en una sociedad diferente. Con personas diferentes. Lo estamos haciendo bastante bien con las nuevas generaciones. ¿Tendremos éxito realmente, al final del camino?

Tampoco voy a darle el crédito a las fuerzas de seguridad. Bien sabemos que en la mayoría de los casos (ley Micaela mediante incluso) la justicia y las fuerzas policiales en sí, han entorpecido el camino, muchísimo más de lo que lo han allanado. Sí no voy a negar, que es a quienes tenemos que recurrir en caso de peligro. Pero eso no quiere decir, que esté de acuerdo con confiarle mi seguridad, a desconocidos que, en muchos casos, incluso han revictimizado a mujeres.

Hay quienes deciden tomar sus propias medidas de seguridad. No estoy hablando de que todas y cada una de nosotras, portemos un arma. Además de que una ciega con un arma, es tan peligrosa como un mono con navaja, como bien lo dice el dicho. Pero sí, podemos optar por dispositivos que nos ofrezcan, cierta seguridad. Yo no voy a recomendar ninguno en particular, porque aún no los he comprado. Pero una amiga sí lo hizo, y me pasó el contacto. La gente de Mamá Llegué, ofrece varios productos que se adaptan a los gustos y necesidades de cada persona. Revísenlos, y vean cual es el que prefieren. Quizás, y solo quizás, no debería estar yo haciendo este tipo de recomendaciones. Pero vamos, de nuevo. Tener un arma no es lo mismo que tener un llavero con alarma, que puede incluso conseguir que el potencial agresor se asuste, y se vaya.

¿Y acá es donde se preguntarán, por qué estás escribiendo esto realmente entonces? Ya se los dije. Porque estoy enojada. Porque no puede pasarle esto a una chica que lo único que hace, es salir a pasear un fin de semana. No puede pasarle esto a otra que lo único que hizo, fue llegar a su casa de trabajar a la noche. Pero principalmente, y esto lo resalto con mayúsculas, NO PUEDE PASARNOS ESTO, A NINGUNA DE NOSOTRAS, Y BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA. Basta, ya basta. Nos queremos vivas. Nos queremos libres. Nos queremos independientes. Nos queremos fuertes, valientes, decididas. Queremos vestirnos como se nos cante, y cuando se nos cante. Queremos disfrutar de la vida como cualquier otra persona. Sin miedo. Sin culpa. Sin presiones sociales y culturales de ningún tipo, sobre nuestro aspecto, apariencia, género, discapacidad, ni nada de lo que nos haga diferentes.

Tal vez, y solo tal vez, no haya sido una casualidad que justo este sábado a la mañana, el aleatorio me haya despertado con esa canción que puse acá al principio, y que como apagué la alarma y volví a quedarme dormida, luego lo haya olvidado. Cuando a la tarde me contaste lo que te había pasado, lo recordé. Pero más allá de esas cosas flasheras del universo, sabé vos, y cualquiera, siempre, que como dije en artículos anteriores hablando de este tema, pueden, podés contar conmigo cada vez que te pase algo, cada vez que lo necesites. Que voy a estar ahí para vos, para todas. Que si nadie más está, al menos, entre nosotras, sí estamos. Entre nosotras, sí nos cuidamos, sí nos protegemos. Porque, sí. Entre nosotras, independientemente de todas aquellas ideas, opiniones y pensamientos que nos diferencian, sé, que como dije, vivas nos queremos.

Como hacemos que cualquier mirada,

Siempre esté librada,

De interpretaciones.

Que ni una más deba permanecer callada,

Que ni una más sufra por dobles intenciones.

Quise

Texto de Luna Romano. Publicado con su permiso. Actualizado el 13/03/2023.

quise desenredar de mi lengua palabras
quise
quise
quise
toda yo
toda otros
quise por deber
por ser ella
sin entender lo que significaba
la mancha azul en las propagandas de apósitos
las piernas cruzadas
las miradas ajenas
el arco lacerando mis pechos
quise sosegada
controlando la voz
con hambre
muda
y en juicio
sin querer quise pensándome sin sangre
sin deseo
inmóvil
y en calma
Hoy sabiendo que no puede acortarse mi cuerpo
Quiero
sabiendo
toda yo
toda heridas
abiertas
vivas
Heridas y Vivas

Deshechos humanos, o Derechos humanos

Este texto, fue escrito con motivo de la reforma previsional del año 2017. Hoy, 3 años después, en los que se discute una nueva modificación de la misma, que en lugar, nuevamente, de mejorar las condiciones de vida para las personas mayores, las empeora, toma una indiscutible relevancia. Como expliqué en anteriores ocasiones, que se encuentre en la categoría otros autores, quiere decir que no fue escrito por mí, si no por alguien que decidió mantener su anonimato, pero que se ha dado en llamar, “Súper Chango”. En fin, les dejo este texto de esta persona, adelantando que no va a ser la última vez que lean algo de “Súper Chango” por acá.

Deshechos humanos, o Derechos humanos

Prendés la tele y aparece una propaganda de uno de esos suplementos vitamínicos para gente mayor, y uno de los “personajes” que aparece dice “¿Que cuántos años tengo? 55, y preguntame si algún día me voy a retirar”. Hoy, esa pregunta se contesta fácil. A menos que seas parte de la minoría que genera la riqueza a costa del trabajo ajeno, algún día te vas a retirar. Ese día va a ser cuando el cuerpo ya no te de más, y seas demasiado frágil y débil para formar parte de un inhumano sistema de producción. Y ahí, cuando ya te consumieron el sesenta porciento de la vida (con suerte), lo único que te va a quedar es una mísera jubilación, la retribución amarga de una vida entera de aportes que se diluyen.

Y con eso, no te va a alcanzar para el suplemento vitamínico. Apenas te va a alcanzar para lo necesario para calmar el dolor de huesos. Y ahí es cuando llegaste al final de la vida. Y te retorcieron como un trapo para sacarte todos los años, toda la vida, todo el tiempo. Y te fuiste. Pero probablemente quedaron tus hijos, o tus nietos, que, como viene la mano, probablemente la tengan más complicada.

Esto avanza, y mientras los burgueses inhumanos viven de arriba (o mejor dicho, a costa de los de abajo), la inmensa mayoría se muere desahuciada, aislada, sola.

Pero esta propaganda no es lo único. Porque después salís a la calle, y probablemente te cruces con alguno que dice “pero el socialismo quedó demostrado que no funciona, mirá Cuba, son todos pobres” y ahí es cuando hay que contestar: ¿Este es el éxito del capitalismo? ¿No te das cuenta que somos miles de millones, usados y descartados para mantener a aquellos que tienen el poder? Es claro que si de verdad hiciéramos esa pregunta, la respuesta sería un conjunto de palabras vacías y sin argumentos. Pero por lo menos, te expresaste. Y eso es lo que hay que hacer, expresarse, reclamar, luchar. Con una lucha constante, enseñando, explicando las propuestas, la gente, tarde o temprano va a entender. Porque nada es para siempre, y así como nosotros nos vamos explotados, este sistema capitalista también se va. Con la lucha, lo tenemos que sacar. Para dejar de ser Deshechos Humanos, y convertirnos en personas con verdaderos Derechos Humanos.