El Sepulcro

Del baúl de los recuerdos. Este es un cuentito que escribí allá por el año 2009, para un concurso. En su momento, no lo gané. Claro que no es raro que no lo haya ganado. Si leyeran el texto original, verían que hay enormes errores que deberían haber sido corregidos antes de presentarlo. Incluso faltas de ortografía que son imperdonables. Aún así, como me gusta la historia, al encontrarlo en el galpón digital que tengo en un disco externo, decidí modificarlo, arreglarlo lo mejor posible, y compartirlo por aquí. De todos modos, si ven cosas que están donde no deberían, o algún error que se me haya pasado por alto, sepan disculparme. Hice lo mejor que pude. Fue una de las pocas veces en las que incursioné en el género de la literatura de terror. Lo que pasa es que cuando leo algo, ya sea propio o ageno, me comprometo tanto con los personajes, que, bueno… no sé como decir esto. Mis propios textos me dan miedo. Sí, así es. Recuerdo una vez en primaria que estaba escribiendo un cuento de terror en mi pieza, y me asusté tanto, que salí corriendo. En fin, dejé de escribir cosas de terror, por esta razón. Pero quizás, si alguien me manda un mensajito y me cuenta una historia linda antes de irme a dormir, lo retome…

El Sepulcro

Si algún día lo encuentran, seguro se preguntarán quien soy y como llegué aquí… Bueno, mi nombre es Analía. Todo comenzó el primero de enero del año 2009. Ya habían empezado las vacaciones, sí, mis ansiadas vacaciones. Después de las fiestas, habíamos decidido ir a pasarlas a la estancia de mi tía en el campo. Al llegar, me encontré con mi prima Alicia, a la que no veía desde que las 2 teníamos 3 años; algo extraño había pasado en aquella época, pero no recordaba que era. En fin, ahora, pasados 11 años, era una alegría enorme para mi haberme rencontrado con ella después de tanto tiempo. Cuando nos instalamos mis padres y yo, Alicia me dijo que tenía unas personas para presentarme, y yo pensé: “¡Que bueno! ¡Seguro vamos a conocer chicos!” Pero no, me había equivocado. Eran 2 amigas de ella, de la misma edad que nosotras.

—Ella es Estefanía. —Me dijo—. Y ella Karina.

—Mucho gusto. —Les dije.

—Igualmente —respondieron.

—Bueno, recuerden que hoy a las 9 tenemos que realizar nuestra reunión de todos los meses —dijo mi prima.

—¿Una reunión? —pregunté.

—Sí. Y vos, estás invitada a participar. Se trata de una reunión, que hacemos cada primero de mes, en la que contamos historias que no llevan a ningún lado.

—¿Como las que cuentan nuestros abuelos?

—No, se llaman así porque nunca nos movemos de nuestros lugares, siempre permanecemos sentadas aunque no lo parezca. Por supuesto, todas estas historias son de terror.

Después de eso las chicas se fueron. Y yo, me quedé pensando en que no me gustaban las historias de terror. Pero, que si les decía eso, iba a quedar como una miedosa, así que decidí que participaría de todos modos.

A eso de las 8:30, las chicas llegaron.

—¿Analía, estás lista? —Me preguntó mi prima.

—No, esperá que me estoy maquillando y arreglando un poco el pelo.

—¿Que está qué? —preguntó Karina.

—¡Es una nenita de ciudad! —dijo Estefanía.

—Qué te pasa? Te voy a romper la cara.

—Dale, que tiene razón, no vamos a ir a conquistar chicos, así que apurate. —Me dijo mi prima.

Ya eran las 9. Habíamos llegado a un lugar casi desolado. Se veían algunos árboles a lo lejos, pero no se veían cerca ni casas, ni nada. Para llegar allí tuvimos que ir a caballo. Por supuesto que yo no sabía montar, pero ellas sí, y me llevaron. El lugar no parecía tan lejos de la casa, pero aún así, al verlo en su totalidad, es como si nadie fuese por allí tan seguido.

—Bueno, ya es hora. —dijo mi prima.

—Esperá. —interrumpió Karina—. ¿Qué tal si es verdad lo que cuentan?

—¿Vamos, de verdad te vas a creer eso? —dijo Estefanía.

—¿Y la chica de hace 11 años? —preguntó Karina.

—Esas son mentiras, no tuvo nada que ver con esto. —Contestó Estefanía.

—¿De qué están hablando? —pregunté.

—¿Ves esto? —Me preguntó mi prima, mientras sacaba una especie de taza de barro, con unos extraños dibujos y una escritura en ella—. Esto forma parte de una extraña tradición, la cual, nosotras estamos siguiendo. Acá adentro se va a encender una vela, esa vela permanecerá encendida exactamente hasta las 12 de la noche. En ese lapso, una de nosotras debe empezar a contar una historia que se le vaya ocurriendo en la que todas seamos las protagonistas, y las demás deben continuarla hasta que en un momento de la historia, todas nos separemos y cada una siga su propio camino. Tenemos que estar sentadas en círculo, así como estamos ahora. A las 12, las historias deberían terminar, y todas tendríamos que estar acá.

—¿Por qué tendríamos?

—Bueno, eso es lo que se sabe oficialmente de la leyenda. Pero, extraoficialmente se dice que…

—Que si las integrantes son más de 3, una de todas, desaparece. —La interrumpió Karina—. Y yo no quiero que me pase a mi, ni a nadie lo que le pasó a aquella chica.

—Te dije que no tuvo nada que ver con esto, a esa chica la secuestraron —dijo Estefanía.

—¿Ha sí? ¿Y por qué no pidieron rescate?

—Insisto. ¿De que chica están hablando?

—Yo le cuento, —dijo mi prima—. No creo que te acuerdes porque éramos muy chicas. Pero hace exactamente 11 años, se armó un gran lío en todo el pueblo porque una chica había desaparecido. Y se decía, que ese día, estuvo haciendo una reunión similar a esta junto a 3 chicas más. Se dice que, después de que la historia terminó, ella ya no estaba.

—¿Pero desaparecen? ¿Así como así? ¿Y, adonde van?

—Al sepulcro —dijo Estefanía—. Es lo que dice en la taza: “El sepulcro”. Dicen que ese lugar realmente existe, y que no está muy lejos de acá. Es más, tal vez, esté justo, debajo de nosotras. Pero la policía buscó por todas partes, y nunca encontró nada.

—Ya fue, sea como sea, yo me voy a la mierda. Tengo muchas cosas que quiero hacer, muchos chicos a quienes conocer, jodas a las que ir, lugares a los que ir a bailar, y todas las pelotudeces que se me ocurran. Ustedes quédense con su historia de fantasmas, a mí no me importa.

—Yo también quisiera irme —dijo Karina—. Pero ya no podemos. La vela, ya está encendida.

—¿Y quién mierda la encendió?

—Se encendió sola —dijo Estefanía—. Eso quiere decir, que quiere que empecemos. Primero vos Alicia, porque vos trajiste a la cuarta integrante.

—Cuenta la historia, que en una casa muy muy grande, vivían 4 hermanas que todas las noches, escuchaban ruidos extraños provenientes del sótano. Cuando les preguntaban a sus padres que había ahí, ellos les decían que no les importaba y que nunca se acercaran. Una noche, sus padres se habían ido a una fiesta, así que Alicia, Karina, Estefanía y Analía, habían decidido investigar qué eran esos ruidos. Al decir yo los nombres en ese orden, especifiqué en qué momento va a continuar la historia, y a separarse asimismo cada una en caso de que quiera hacerlo. Las 4 comenzaron a bajar la escalera, y comenzaron también, a ponerse un poco nerviosas. Cuando llegaron abajo, comenzaron a caminar por un pasillo angosto pero bastante largo. A lo lejos, se escuchaban voces que no se entendían, y pasos que se acercaban cada vez más. Al terminar ese pasillo, encontraron un segundo que estaba hacia la izquierda. Este pasillo era un poco más ancho, y estaba completamente oscuro. Las paredes, crujían tanto, que parecía que se iban a romper en cualquier momento. Por suerte, habían llevado linternas para ver mejor. —Luego siguió Karina.

—Continuaron por ese pasillo. Para estas alturas, estaban completamente aterrorizadas. Mientras caminaban, decidieron no separarse y permanecer juntas para poder protegerse y que nada les pase. Una vez finalizado este, se encontraron con un tercero que esta vez, iba hacia la derecha, y que iba en subida. Algo que no podía ser, porque de ser así, estarían volviendo hacia arriba y no habían encontrado ningún otro pasillo alternativo. Comenzaron a caminar nuevamente. El mismo, tenía unas manchas rojas como de sangre a los costados. Los ruidos ahora eran confusos, ya no se sabía de donde venían. Si de atrás, o de adelante. Si de arriba, o de abajo. Si de entre las paredes de los costados… Iban tratando de mirar hacia todos lados por si algo extraño sucedía. Lo que todos los pasillos tenían, eran telarañas, y una especie de musgo, como si nadie los hubiese limpiado en años. Al finalizar, encontraron un pequeño pasadizo que giraba hacia la derecha, y luego, un cuarto pasillo más, el cual, no iba ni en subida ni en bajada. Continuaron caminando, y comenzaron a ver que a la distancia, se veía una luz. —Siguió Estefanía.

—Las 4 se pusieron contentas ya que, por fin habían podido ver algo de luz, entre tanta oscuridad. Así, continuaron esperanzadas, pensando en que pronto, terminaría todo esto. Y prometiendo que, nunca más, iban a desobedecer a sus padres. Pero de repente, algo extraño sucedió. Empezaron a sentir como si algo las rodeara, como una especie de energía negativa o algo así, que iba ingresando de a poco en sus cuerpos. Además, veían que la luz poco a poco se iba desvaneciendo. Y que las paredes, se iban haciendo cada vez más angostas. Ahora estaban aterrorizadas nuevamente. Y veían a su alrededor, sombras como pintadas en las paredes. Como si alguien hubiese dejado los dibujos más grotescos del mundo para ellas, y como si estos se movieran hacia un lado y hacia otro, y se agrandaran y achicaran constantemente… Al llegar al final, se encontraron con que no solo no había luz, si no que después, habían 2 pasillos para seguir. Y decidieron separarse en 2 grupos, prometiendo que si algo raro llegaba a pasar, volverían por el camino por el que se fueron. Y además, que se encontrarían en una hora de vuelta arriba las 4. —Seguí yo.

—Así, Estefanía y Karina se fueron por un lado, y Alicia y Analía se fueron por otro. Las 2 últimas, caminaban pensando en que esperaban que nada les pase ni a ellas, ni a sus hermanas. Pero de repente, las linternas se apagaron, y ahora tenían que ir tanteando lo que se encontraba a su alrededor, en la más absoluta oscuridad. Caminaban abrazadas, asustadas, con mucho miedo de lo que podría llegar a pasarles. Una vez terminaron, de nuevo vieron que había 2 caminos posibles. Y decidieron solo llegar al final de cada uno por separado y volver, sin importar lo que pase, ni lo que haya. Yo, Analía, fui por el derecho. Iba despacio, muy despacio, y con muchísimo miedo. Cuando por fin estaba terminando, y decidí volver, vi que este no tenía salida, y que había algo escrito en la pared. Me acerqué un poco para leerlo, y de pronto, así de la nada, mi linterna se encendió. Y lo vi claramente: “El Sepulcro”. El piso se abrió, y yo caí hacia abajo, cerrándose aquella tapa en mi cabeza y quedándome yo atrapada aquí.

Ahora, sabiendo que ya nadie podrá encontrarme, y en mis últimos momentos de vida, escribo esto con una navaja que siempre llevaba conmigo. Así, quedando tallado en la piedra, y esperando que no se borre con el paso del tiempo, están los que fueron los últimos acontecimientos de mi vida. Acá, entre tantos esqueletos de tantas chicas desaparecidas, espero encuentren el mío. Aunque he decidido permanecer un poco más retirada de las demás, junto a lo que estoy escribiendo. Bueno, ya me voy despidiendo, ya casi no puedo respirar. Díganle a mi familia, que la quise mucho. ADIÓS.

La Prisión

El auto va cada vez más despacio, hasta detenerse por completo. El ruido del motor, que antes me acompañaba, ahora me permite comprender la quietud y el enorme silencio de este inhóspito lugar. Ni aves, ni viento, ni nada. Solo un enorme silencio. El chofer, quien no me dirigió la palabra en todo el camino, solo se limita a indicarme que me baje. Abro la puerta, y lo hago. Inmediatamente, este arranca el auto, y se va. Quedo parada sola frente al que parece ser un enorme edificio. Me dirijo hacia el portón de entrada, el cual se encuentra cerrado de tal forma que pareciera no tener ningún resquicio ni filtración de luz alguna. Camino hacia un lado y hacia el otro recorriéndolo. El mismo, se encuentra flanqueado por 2 paredones de enormes dimensiones. Busco con mis manos en él, la cuerda de una enorme y vieja campana, que sé que tiene que estar por algún lugar. Antes de encontrarla, paso mis manos por unas letras de metal grandes que, leyéndolas dicen: “Te damos la malvenida a La Prisión de las Almas Rotas”.

Luego de un tiempo, logro encontrarla. Tiro de la cuerda 3 veces, como se me indicó. Unos minutos después, una traba se quita desde adentro, y este se abre de forma muy lenta y pesada. Al abrirse, una persona corpulenta y de gran tamaño, toma mi mano con demasiada fuerza, y la coloca en su hombro.

—Vamos. Te están esperando. —Me dice mientras me lleva hacia el interior del edificio.

Caminamos por un pasillo largo, con luces y pequeñas claraboyas esporádicas. Las paredes parecen viejas, vacías, descascaradas. Voy recoriéndolas con la mano que tengo libre. No se oye nada a ninguno de los lados, aparte de nuestros propios pasos. Después de un rato, al fin, nos detenemos, y él toca a una puerta que se encuentra hacia el costado izquierdo con 3 golpes secos. Esta se abre desde dentro, y entramos. Me guía hacia una silla, y sin decir nada, sale, y cierra la puerta de tras de sí.

Una mujer, carraspea suavemente.

—Hola, mucho gusto. ¿Katherine, verdad? Te estaba esperando.

—Sí. ¿Cómo lo sabe?

—¡Jha! La Muerte me habló de vos. Me dijo que estabas buscando nuevos rumbos… ¿Qué tan cierto es eso? ¿Te va mal en el trabajo?

—No, no en el trabajo, si no en sí… En la vida, diría yo… ¿Por otro lado, La Muerte? ¿Anda por acá?

—Sí, claro. Tiene mucho trabajo acá. No te digo que más que en tu mundo, pero lo tiene. Tenemos grandes negocios con ella.

—¿Y usted es?

—Tranquila, tuteame. ¿Parecemos casi de la misma edad, no te parece? Cada persona que viene me pone un nombre distinto. No tengo uno en realidad. Solo soy la administradora de este lugar. ¿Cómo te gustaría llamarme?

—No sé… Dejame pensar… ¿Annabelle?

—Excelente. ¿Puedo saber por qué?

—Claro, es una alusión a la muñeca. No a la de las películas, si no a la original. Es muy bonita, y cualquiera pensaría por su apariencia, que es buena…

—Pero en realidad, es un demonio. ¿Estoy en lo cierto?

—Sí, así es.

—Me parece fantástico, maravilloso. Hasta suena lindo. Katherine y Annabelle. Desde ahora, amigas inseparables. ¿Qué te parece?

—¿Vos decís?

—¡Sí! Yo creo que sí. ¿Vos no?

—No lo sé, pasa que confié tanto en las personas y me traicionaron tantas veces, que ahora me cuesta volver a confiar…

—Bueno, ya veremos. Creo que podés confiar en mí. Ya vas a ver. Vamos a ser grandes amigas. La confianza, es algo que debe ganarse con el tiempo, y yo estoy dispuesta a ganarme la tuya. Pero por ahora, vamos a lo nuestro. Voy a pasar a explicarte qué es realmente este lugar, y como funciona. Una vez cuentes con toda la información, vos decidís si querés quedarte a trabajar acá o no. En fin, comencemos.

Ambas nos levantamos. Me acerco a ella y la tomo del hombro, y antes de abrir la puerta, me dice:

—Como seguro te habrás dado cuenta, esta es mi oficina. Desde acá administro todo el lugar. Quienes entran, quienes salen, por qué, cuanto tiempo llevan acá, cuanto, aproximadamente, les falta para salir, si van a volver o no, y demás cuestiones referentes a los reclusos, e incluso al personal que aquí se desempeña. En fin, empecemos con lo realmente interesante, a lo que viniste.

Abre la puerta y salimos. Continuamos por el pasillo largo, el cual tiene a su vez pequeñas salitas similares a la que acabamos de dejar.

—Estas son las oficinas de los distintos tipos de personal. Están las salas de los enfermeros, cocineros, personal de limpieza… Algunos están divididos en varias salas. Sé que te sonará rara la estructura, pero bueno, se hizo así. Al principio, no se pensaba que hubiese tantas… “Almas rotas”.

—¿Por qué el cartel dice “te damos la malvenida”? Pensaba que por más tétrico que fuese un lugar, siempre se daba la bienvenida. De hecho, hasta el infierno es así. ¿No?

—Sí, así es. Es que en realidad, esto es como una especie de infierno. Pero uno personal, y a la vez, colectivo. Es decir, el sufrimiento se comparte con todos aquellos que, pasan por lo mismo que una. Ya lo vas a entender mejor, pero acá no tenés al diablo torturándote, porque acá, la tortura forma parte de una misma. Entonces, una no puede ser bienvenida, en un lugar donde sabe que tiene que enfrentarse consigo misma, con sus propios temores e inseguridades.

Las salas finalizan. Un enorme espacio se nos presenta justo en frente. Personas abren y cierran puertas todo el tiempo, van y vienen. Hablan, murmuran, susurran…

—¡ATENCIÓN, ATENCIÓN POR FAVOR! —Grita ella, mientras todos se quedan en silencio—. Ella es Katherine. Voy a estar mostrándole el lugar, el funcionamiento de las instalaciones, los distintos pabellones, Etc. Si vemos que luego del recorrido está capacitada, comenzará a trabajar con ustedes. Recuerden que las torturas son solo para los reclusos. No pueden aplicarse al personal, a menos que este quede prisionero nuevamente. ¿Entendido?

No responden, pero ella da por sentado que la escucharon, porque continuamos caminando, y vuelve el abrir y cerrar de puertas.

—Bueno, esta es, la prisión de las Almas Rotas, como ya sabés. Acá, vienen a parar todas aquellas almas de quienes no son felices. Están separadas por pabellones, de acuerdo a su tipo de infelicidad. Algunas, quisieron ser artistas. Otras, profesionales de alguna carrera en particular. Otras, se encuentran presas de sus trabajos, de sus relaciones de pareja, Etc. A veces, están prisioneras de alguien más, o bueno, eso es lo que creen. Porque siempre, están prisioneras de sí mismas, de su entorno, de sus circunstancias de vida… Es difícil determinar cual es el pabellón que le corresponde a cada una. Porque a veces, están prisioneras de varias cosas a la vez. Claro está, que el sistema de poder y dominación actual, ayuda mucho, diría que es casi determinante. Hay personas que lo que hacen toda su vida, es solo trabajar. Y estuvieron prisioneras de sus trabajos, sufriendo infelices, porque no pudieron cumplir sueños, proyectos, anhelos. Esas, son las almas rotas. Quienes por alguna razón, ya sea personal, o que tenga que ver con sus vidas en particular, como te digo, no logran ser felices. Pero también, aquellas a las que, otras personas lastiman. Es decir, a quienes se les hiere el alma, de tal forma que pierden la capacidad de encontrar su propio camino. Quienes son traicionadas por una pareja, un familiar, o un amigo. Quienes sufren el desprecio de alguien que quieren, y a quien consideraban importante. Esas personas, también, tienen el alma rota. Hay muchas formas de romper un alma, y muchas formas de sanarla. Lamentablemente, no voy a decirte cuales son, porque si lo hiciera, se me terminaría el negocio. En fin, vamos a recorrer algunos pabellones. ¿Tenés alguna pregunta hasta ahora?

—No, supongo que no. Cualquier cosa, te voy avisando.

Caminamos hacia una de las puertas, la cual abre. Hace un ruido como de casa antigua. Me recuerda mucho a las películas de terror.

—Cada pabellón, está separado por salas individuales. Y por cada sala, hay a veces una sola, o más celdas. Voy a darte un ejemplo, para que lo entiendas.

Vamos por un pasillo, el cual está flanqueado por muchas puertas tanto a un lado como al otro. Abre una de ellas, e ingresamos.

—A nuestra izquierda, tenemos el escritorio del guardiacárcel. En el medio, el método de tortura utilizado. y hacia ambos lados, después del escritorio claro, las celdas de los prisioneros relacionados con este método de tortura. Por ejemplo, en el centro, tenemos en esta ocasión, instrumentos musicales. Y a los lados, las celdas de quienes quisieron o quieren ser músicos, y no pudieron, ni pueden. Ellos ven los instrumentos, pueden estirar sus brazos para tocarlos, pero no llegan. Están todo el tiempo intentando abrir la celda, incluso hasta lastimándose para hacerlo. Pero es imposible. No llegan, nunca van a llegar. Y eso, les deja el alma rota.

Salimos de esa sala, e ingresamos a otra bastante similar a la anterior.

—Acá, hay otro tipo de artistas; Pintores. Es un caso similar al anterior. Tienen cerca suyo acuarelas, pinceles, telas, y demás. Pero también, tienen colgados en las paredes, los cuadros de los pintores más famosos del mundo. Así, pueden ver un éxito que jamás van a poder alcanzar. Claro que, muchos pintores, como escritores también, pueden expresarse en papeles, para sí mismos. Es una especie de forma de escape. Porque, los prisioneros, también aquí, pueden escaparse. Y pronto, entenderás, y tal vez recordarás, que es posible. Salgamos de este pabellón, y pasemos a otro distinto.

Regresamos al enorme salón principal, en donde cientos de puertas se abren y cierran todo el tiempo.

—Como entenderás, hay muchísimos pabellones, y dentro de los mismos, muchísimas salas y celdas. Por supuesto, que recorrerlos todos en poco tiempo, te sería imposible. Claro está, que no te alcanzaría una vida para hacerlo. Pero, sí voy a hacerte pasar por algunos más, que pueden ser significativos para vos.

Nos dirigimos nuevamente hacia otra puerta. La atravesamos, recorremos el pabellón, hasta entrar a una de las salas con las distintas celdas. Todo este trayecto, transcurre en silencio. No me dice absolutamente nada. Toma mi mano, y la lleva lentamente hacia lo que parece ser un perchero, que se encuentra en el centro. Me suelta, y empiezo a recorrerlo con ambas manos. Tiene varias perchas, y cada una de ellas tiene un modelo distinto de vestido para niñas. Los hay bordados, de distinto tipos de telas, más largos, más cortos. Soleritas, con cierres en la espalda, etc. Hay tantos como podría imaginar, o incluso más. La fila, parece interminable. Toma mi mano nuevamente, y la dirige hacia nuestra derecha. Tomo la mano de una niña pequeña, por entre los barrotes de la celda. Se encuentra nerviosa. Sus manos tiemblan sin cesar. No para de sollozar. Parece muy angustiada.

—¿Hay muchos vestidos ahí verdad? ¡No me mientas! Sé que están ahí, yo lo sé, los toqué antes. No puedo verlos, pero los toqué. ¿Por favor, podés pasarme aunque sea uno? ¡Te lo suplico! Aunque sea solo uno, para ponérmelo un ratito, y después lo volvemos a dejar ahí. Solo un ratito… ¡Lo necesito! ¿Por qué les cuesta tanto entenderlo?

Continúo sosteniendo las manos temblorosas de la niña. Me aprieta las mías con fuerza, y llora más fuerte aún. Pongo una de mis manos sobre su cabeza, e intento tranquilizarla. Intento conectarme con ella, con sus emociones, sus sentimientos. Pero de repente, un recuerdo viene a mí…

Soy una niña, aunque no tan pequeña. Tendré unos 12 o 13 años aproximadamente. Me encuentro sentada y desnuda sobre un piso áspero y frío. Extiendo mis manos hacia adelante. Toco los barrotes de una celda. Sí, me encuentro encerrada. No sé hace cuanto tiempo, no sé cuando me dejarían salir. Escucho un ruido del lado de afuera. El guardia se levanta, camina hacia la puerta que está a mi izquierda, la abre, sale, y la cierra de tras de él. Sé que esta es mi oportunidad. Sé que no tengo mucho tiempo. Tengo que hacerlo. Estuve preparándome para este momento. Me levanto, y me acerco a la reja. Siento la adrenalina fluir en mi interior. Es como un río intentando llegar hacia el mar. Como un volcán a punto de hacer erupción. Lo calculé todo. Cuando se va, a qué hora vuelve, cuantas veces lo hace por día y por semana. Cuanto tiempo está fuera. Y al fin, encontré el momento perfecto.

Comienzo a tirar de la reja hacia adentro. Sé que no es cuestión de fuerza física, no, no aquí. Es cuestión de fuerza de voluntad. No importa tu aspecto físico, ni cuanto hayas entrenado. No sirve ningún otro método de escape que haya sido utilizado en las cárceles convencionales. Solo la fuerza de voluntad, puede abrir estas celdas. Continúo tirando. Sí, realmente quiero salir. Ya no quiero estar aquí prisionera. Quiero ser libre. Sé que esta vez, voy a lograrlo. Creo en mí. Realmente creo en mí.

Continúo tirando cada vez con más fuerza, hasta que al fin se abre. Caigo sentada en el suelo. Me levanto y salgo. Me acerco al perchero. Toco los vestidos, uno por uno. Tengo tiempo, pero no tanto. Trato de fijarme en los detalles, pero no demasiado. El perchero se mueve hacia atrás un poquito. Ahora lo entiendo. Tiene ruedas. Eso explica como lo acercaban para que los toque, y cuando quería agarrar uno, lo alejaban nuevamente. Es uno de sus tantos métodos de tortura. Elijo uno. Me lo pongo, y voy hacia la puerta de mi derecha. Sé que esta lleva hacia el patio en donde están los que tienen derecho a salidas transitorias. Una vez ahí, mi fuerza de voluntad, tiene que permitirme abrir el portón hacia la salida definitiva. La abro, y empiezo a correr. Corro cada vez más rápido, lo más rápido que puedo. El pasillo por el que voy es muy largo, parece interminable. Las alarmas empiezan a sonar. “¡Mierda! ¿Como se habrán dado cuenta tan pronto? Creí que tenía más tiempo. Ya es tarde para lamentarme. Ya me escapé, no voy a volver. No voy a rendirme”.

Los altavoces anuncian que la interna número tanto tanto tanto se escapó de la celda, y que su captura inmediata es imprescindible, y será recompensada. Yo continúo corriendo. Oigo que corren a lo lejos a mis espaldas. Se van acercando cada vez más. Ahora sí tengo miedo. ¿Lo lograré? ¿Realmente podré escaparme? No puedo flaquear ahora. Tengo que seguir. ¿Pero me pregunto, cuando llegaré a la puerta? Y ahí, me la choco de frente. Caigo hacia atrás. Me sangra la nariz, y me quedo aturdida unos segundos por el impacto. Me voy recuperando. Soy consciente de nuevo de todo. Están cerca, ya casi me alcanzan. Me levanto, abro la puerta, salgo al patio, y la cierro con fuerza detrás de mí. Un enorme y brillante sol me recibe. Se me encandilan los ojos, y sé que estoy perdiendo tiempo valioso. Comienzo a correr de nuevo hacia adelante por el enorme patio. Puedo ver a lo lejos la sombra del gran portón de salida. Voy a gran velocidad. Las competencias de atletismo, tienen que haberme servido de algo más que para ganar medallas. Y entonces, cuando estoy a punto de llegar a la salida hacia la libertad, unas manos me detienen y me sujetan.

—¡La tengo! —Grita la persona que logra atraparme.

—¡Nooo! ¡Suéltenme! ¡Estaba tan cerca! Continúo gritando, llorando, pataleando e insultando con todas mis fuerzas, hasta que por fin, soy llevada a la celda, y encerrada nuevamente.

—No es el momento, no todavía. Falta mucho para que puedas salir de aquí, pequeña. —Me dice una voz que sé, volveré a escuchar en el futuro…

Vuelvo al presente. Suelto a la niña, y me pongo frente a Annabelle.

—Sí, ya estuviste acá. ¿Ahora lo recordás, no?

La miro con furia. Intento tomar el perchero y acercarlo a la niña. Ella intenta detenerme. La empujo. Mi fuerza de voluntad es más grande que la suya. Lo suelta, y se lo acerco. La niña empieza a tocar con alegría todos y cada uno de los vestidos. Mantengo a Annabelle a raya, la cual comienza a gritar pidiendo refuerzos a sus guardias. No me importa. Se que no puede, que ahora no va a poder conmigo. No con esto.

—Vos quedate tranquila. Elegí el que quieras. Yo te voy a proteger, —Le digo a la niña. Toma uno, lo pasa por entre los barrotes, y la reja se abre como por arte de magia. La niña sale caminando. se dirije hacia la puerta que se encuentra a su derecha, y sale por la misma.

—¡Muchas gracias! ¡Soy libre, gracias, soy libre! —Me grita desde la puerta todavía abierta.

—Sí, lo sos. Disfrutalo. Tratá de ser feliz, ahora que podés serlo desde pequeña. No permitas que nada ni nadie te quite la libertad que muchas de nosotras, no pudimos tener a tu edad.

—¡Sí! ¡Lo voy a hacer! ¡Gracias de nuevo! ¡Adiós! —Se despide, cerrando la puerta detrás de sí.

—¿Ves lo que hiciste? —Me dice Annabelle.

—Sí, le di la libertad a una niña trans. Vos lo sabés bien. Cada vez son menos los niños que vienen aquí por esta razón.

—Sí, pero eso no te da derecho a liberarla.

—¿Por qué? Solo estaba un poco insegura, nada más. Ahora va a poder encontrar toda la contención y el apoyo que yo, en su momento, no pude tener. Que ninguna de nosotras pudo tener.

—Está bien. Ganaste esta vez. Pero esto, se termina acá. Vamos al último pabellón. Y esta vez, de castigo, vas a entrar sola.

Me deja en la entrada del mismo.

—La sala, es la tercera puerta a la izquierda. Voy a estar cerca tuyo igual, así que no te preocupes tanto…

Camino, y empiezo a contar las puertas. 1, 2, 3. La abro, y entro. Me dirijo hacia la izquierda. El clásico escritorio del guardia, el cual se encuentra vacío. Ahora voy hacia el centro. “¿Y esto que es?” Recorro con mis manos lo que parece ser una estatua de una persona sentada. Tiene el pelo ondulado, tiene puesto un vestido, y una cadenita en el cuello. En los pies, unas sandalias. “No entiendo nada. ¿Qué representará esto?” Voy hacia la derecha, y encuentro la reja de una celda, la cual se encuentra abierta. Entro, y… esta se cierra detrás de mí.

—¡Hey! ¿Qué pasa? ¿Qué es esto?

—Bueno, como verás, estás prisionera. Yo… Lo siento mucho, la verdad.

—¿Lo sentís mucho? ¿Enserio? ¿De verdad? ¡No te creo nada! ¿Me podés explicar por favor qué está pasando?

—Sí, primero tranquilizate. Vos no sos así. Yo te voy a explicar, pero quedate tranquila.

—¿Que me tranquilice? ¿Que yo no soy así? ¡Evidentemente no me conocés! Sí, yo soy tranquila, pero cuando me enojo, cuando realmente me enojo, estallo. Y cuando estallo, no hay quién me calme. ¡Me traicionaste! ¿Qué pasó con lo de amigas inseparables? ¿Con lo de “vamos a ser grandes amigas”? ¡Me mentiste! ¡Confié en vos, y me mentiste! ¡Sacame de acá!

—Sabés que eso no depende de mí. Eso depende pura y exclusivamente de vos, de tu fuerza de voluntad. Yo, no puedo sacarte. Yo soy solo una administradora, te lo dije.

—¡Callate! ¡Sos una mentirosa! Tengo derecho a salidas transitorias, aunque sea al patio.

—Bueno, eso sería si llevaras un tiempo acá… Por favor, ya estuviste, ya sabés como funciona.

—¡Exijo la libertad condicional!

—Lo siento, eso no es posible, eso es solo después del juicio. Y… Para tu juicio, falta tiempo todavía. Recién entraste prisionera de nuevo.

—¡Exijo un abogado entonces!

—Estás exigiendo mucho, y ni siquiera te pusiste a reflexionar de por qué estás acá. ¿Por qué no te sentás y charlamos con calma?

—No. Nada, no quiero escuchar nada. Solo sé que me traicionaste. Que me mentiste. Que confié en vos, y traicionaste esa confianza. Dijiste que el personal podía quedar prisionero. Pero yo ni siquiera soy parte de tu personal todavía. ¿Por qué estoy acá entonces? ¡Necesito una explicación!

—No, yo no te traicioné. Te pido por favor que me escuches, y me entiendas. Te merecés una explicación, y voy a dártela, pero solo si te calmás. No podemos hablar si me seguís gritando.

—Está bien, está bien. Explicame. Me voy a tranquilizar. Pero espero que tu explicación me convenza.

—Este pabellón, y esta sala, son bastante particulares. Voy a acercarte la estatua que acabás de ver, para que lo entiendas mejor. ¿Por qué no la recorrés bien con las manos?

Lo hago. Lentamente. su cabello, su vestido, su rostro, sus sandalias, la cadenita en su cuello… Sin un orden específico. Solo la recorro…

—¿Soy… yo?

—Sí. Así es. En este pabellón, se encuentran aquellas personas prisioneras de sí mismas. Sí, de sí mismas y de nadie más. ¿Por qué estás acá? Esta vez, es por una causa diferente. Ahora, estás prisionera de tu angustia. De tus dudas, de tus miedos, de tu incertidumbre, de tus inseguridades. De todo aquello que no te permite crecer, que no te permite continuar, soltar, salir del pozo en el que te encontrás. Lamentablemente, no solo no estás preparada para este trabajo, si no que además, estás prisionera de vos misma. Por eso la estatua. Es una estatua tuya, que te va a recordar, hasta el momento en que salgas, la razón por la que entraste. Y en tu caso, ya que no podés verla, vas a poder tocarla. Hablaste de un abogado. Bueno, en este caso, podés representarte a vos misma. Pero además, vos también vas a ser tu propia jueza. Sí, vos vas a decidir cuando vas a salir. Pero para eso, tenés que estar lista, y enfrentar al resto del jurado. Y ahora, evidentemente no lo estás. Muchas personas van a testificar a tu favor, van a venir a hablarte, a aconsejarte, a tratar de que hagas lo mejor para tu vida, en el transcurso de los tiempos que vienen. Pero la decisión final, es tuya. Claro está, que yo soy la parte acusadora. Voy a estar ahí, para decirle al público y al jurado, por qué no tenés que salir de acá. En fin, hasta acá llegamos. No puedo seguir más tiempo con vos, lo siento. Adiós. Nos vemos en el juicio.

La búsqueda

Esta entrada, es la tercera parte de una trilogía. Si no leíste la primera (El encuentro) y la segunda (La Parca) te recomiendo que las leas. Podés acceder a ellas a través de la etiqueta La Muerte.

Es tarde. No sé que tanto, pero más de la 1 de la mañana seguro. No puedo dormir. Como tantas otras veces, no puedo dormir. A la noche, cuando estoy sola, cuando solo mi propia mente me habla y me escucha, es cuando mis miedos y preocupaciones afloran. Es cuando comienzo a hacerme preguntas, para las que no tengo respuestas. Empiezo a dar vueltas en la cama. Muchas veces intento ver una película, leer un libro, empezar una serie que me interese, escuchar música relajante, o algo que me tranquilice, como alguno de mis discos favoritos. The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, El mal querer de Rosalía (sí, así de complicada soy) o algún otro que me distraiga, que me haga pensar en otras cosas. Entre todo eso y meditar o practicar reiki, casi siempre me termino durmiendo.

Esta vez, nada funciona. Y no es que haya intentado todo eso. No tengo ganas de intentar nada siquiera. Es como si, de un momento a otro, las ganas de hacer algo, se me hubiesen apagado por completo. Me siento una extraña en mi propio cuerpo, en mi cama, en mi casa, en el mundo. Siento como si no tuviese que estar aquí. ¿Y si yo no estaba tan equivocada? ¿Y si en realidad, antes no era mi hora, pero ahora sí? ¿Y si ella viene finalmente a buscarme?

Intento relajarme. Estoy boca arriba y con la cara destapada. Pongo mis brazos al costado del cuerpo, y trato de cerrar los ojos, y de a poco, no pensar en nada. Me imagino a mí. Imagino que me voy haciendo pequeña. Cada vez mi tamaño disminuye más y más. Si alguien quisiera verme, no podría. Soy ya tan pequeña, que ni yo misma puedo distinguir cuan diminuto es mi propio cuerpo. Soy como un punto en una pared. Como un granito de tierra. Como un pedacito minúsculo de piel que se despide del cuerpo. Como un microbio. Puedo moverme. puedo salir, puedo volar. Me dirijo hacia el pequeño espacio que queda entre las 2 ventanas corredizas de mi habitación. Salgo por ahí, paso por entre uno de los agujeros de la reja, y comienzo a volar. Empiezo a recuperar mi tamaño, hasta que vuelvo a ser como siempre. Continúo volando. La mayoría de las ventanas de los edificios y casas cercanos se encuentran cerradas, y con las luces apagadas. Solo alguna que otra persona no podrá dormir todavía. Desciendo a la calle. Las que hasta hace un poco más de un mes, se encontraban repletas de vida, hoy parecen postales tristes de una casa abandonada, cuyos propietarios siguen manteniéndola limpia, por si algún día la vida regresa a como era antes. Aquellas, en las que pasaban muchos autos por día, ahora solo tienen un colectivo esporádicamente, y un auto cada tanto. Incluso en las avenidas que antes estaban tan concurridas, hay momentos en los que no pasa nadie. Algunos sí viajan, claro. Los que tienen que ir o volver de trabajar. Pero incluso para ellos, cuyas rutinas laborales prácticamente no cambiaron, observar esta ciudad tan distinta les genera una sensación que no pueden explicar. Floto a centímetros del asfalto. Continúo recorriendo la ciudad. Cada vez me alejo más. No sé donde voy, no sé qué estoy buscando, no sé por qué estoy haciendo esto. ¿Y si alguien me ve? ¿Puede decirse que estoy violando la cuarentena?

Una ambulancia pasa cerca mío a toda velocidad. Un patrullero pasa a los pocos minutos. Un chico en una moto de una empresa de delivery pasa después. Un camión se para en una estación de servicio a cargar combustible. Muchas cosas continúan pasando como antes, pero a un ritmo más lento. Es como sí, además de ponerle pausa a ciertas cosas, a otras, las hubiésemos puesto a una velocidad menor. Voy hacia los lugares más transitados usualmente. Los subtes, los mercados, las plazas. El alumbrado público permanece expectante hasta que tenga a alguien a quien iluminar. Tal vez estoy desvariando. Tal vez me volví loca. Tal vez estoy soñando. Tal vez estoy despierta. Tal vez, todas esas cosas al mismo tiempo. ¿Qué buscamos cuando salimos? ¿Qué buscamos cuando tratamos de escapar de la realidad? ¿O, por el contrario, qué buscamos cuando no estamos conformes con ella, cuando queremos cambiarla, modificarla, adaptarla a lo que queremos? ¿Qué hacemos con eso que teníamos tan por seguro, pero que ahora no nos deja dormir?

Sigo avanzando. Me encuentro en la plaza de mayo. Sí, en uno de los lugares más icónicos de todo el país. Miles de luchas, miles de reclamos, miles de voces aparecen impregnados como una marca distintiva en este humilde y pequeño espacio. Más de 200 años de historia, que hoy se encuentran acallados, pero jamás enmudecidos. Gritos de júbilo, de bronca, de desesperación, de ira, enojo, alegría, tristeza, llanto. Todas las emociones que podemos tener, se sentían como propias, pero a la vez reflejadas en multitudes, que estaban acá por lo mismo que vos, que yo, que todos. ¿Te imaginás? ¿Cientos de miles de personas marchando para exigir barbijos, alcohol en gel, comida, agua, luz, un celular o una compu para estudiar? Pero no, no se puede, eso no se puede, no se debe, está mal. La libertad, se convirtió en un síntoma de una enfermedad que no todos tenemos, pero que cualquiera puede tener. Y eso, es lo que la hace diferente, especial, hasta podría decir que, temible y terrorífica. Tanto así, que hasta salir de nuestras casas con todas las precauciones que podemos tomar, nos da miedo. ¿De qué manera podemos proteger a los demás, si se nos hace tan difícil protegernos a nosotros mismos?

Decido volver. No encontré respuestas, solo más preguntas. ¿Qué busco? ?Dónde? ¿Por qué? Siempre extrañamos lo que no podemos tener. Lo que antes nos parecía tan cercano y familiar, hoy es un lujo que nadie puede darse. Es un arma, un puñal por la espalda. Y no es que no quieras confiar en nadie, solo que no podés hacerlo. Porque, ni siquiera podés confiar en vos. Ni siquiera podés tener la certeza de que estás haciendo lo correcto, de que no tenés, y no podés contagiar la enfermedad. ¿Entonces, como podrías hacer lo mismo con los demás?

Voy por las calles mirando, escuchando, tratando de sentir. Me paro en las esquinas un rato, esperando que algo pase, que alguien llegue, que alguien pase. Miro a través de las ventanas cerradas tratando de encontrar aquello que ando buscando. ¿Pero, qué es? ¿Quién es? ¿Dónde está el Príncipe Salvador que rescata a las princesas en peligro en los cuentos de hadas? ¿Dónde están aquellas que no necesitan ayuda, y a las que solo les bastan sus propios poderes, habilidades y fortalezas para salvarse? ¿Dónde están los héroes y las heroínas que rescatan a la humanidad de las fuerzas malignas? No, lo sé, no estoy tan loca como para no saber que todo eso no existe. No soy tan infantil como para no entender que los cuentos de hadas, son solo eso, cuentos. Es solo que tal vez, tener una visión más superficial de todo, sería más fácil. Tal vez, creer que va a llegar el milagro, la solución de algún lado, sería mucho mejor que enfrentarse a la realidad. Porque sí, hay héroes. Son los médicos, enfermeros, personal de limpieza, cocineros, que salen todos los días para ir a los hospitales. Es el pibe del delivery que te trae la compra a tu casa para que no tengas que salir. Son los que se quedaron sin ingresos, y tienen que salir de todos modos a darles de comer a sus familias. Sí, son héroes. Pero también son humanos. Como vos, como yo. Y no tenemos que olvidarnos de eso. Y recordar que, a pesar de que son héroes, también tienen que cuidarse para no contagiarse, también tienen miedo de enfermarse, de infectar a sus seres queridos, y de morir, al igual que nosotros.

Ya está amaneciendo. Las veredas se encuentran repletas de las hojas secas que, en el otoño se caen, para dar lugar a otras que florecerán en primavera. Tal vez, somos como las hojas de estos árboles. Caímos, pero pronto volveremos a florecer. Mientras tanto, sigamos buscando eso que nos mantiene vivos, para que ella, no tenga que venir a buscarnos. El día sigue su curso. La gente comienza a despertarse, a salir. Los tapabocas como distintivos de una especie que, por primera vez, en su totalidad, tiene al menos una noción de lo que es estar enjaulados, y usar un bozal. Tal vez, esto sirva, no para encontrar algo afuera, si no, para encontrar algo más en nosotros mismos. Tal vez, y solo tal vez, esto sirva para que, al menos algunos, nos demos cuenta del daño que le hacemos al planeta, a las otras especies, a la propia humanidad. Espero que sea así. Porque si no, el pensamiento de que todo va a volver a ser exactamente como era antes, no es muy alentador.

Regreso a mi cama. Poco a poco vuelvo a recuperar mi cuerpo, y la sensación de todo lo que me rodea. Antes de ser totalmente consciente de mi misma nuevamente, escribo lo siguiente:

Hasta luego, señora muerte. Perdón por tanto divague, supongo que, parafraseándome a mí misma con lo de los árboles, me fui por las ramas. Pero bueno, que le voy a hacer, a veces soy así. Le dejo muchos saludos, y de verdad espero no volver a verla en mucho tiempo.

La Parca

Esta canción tiene una historia particular. Estábamos jugando con la mamá de mis nenes con un teclado casio bastante viejito que tengo de hace rato, y probando los ritmos y las notas, hubo uno con el que nos quedamos. Ella empezó a hacer una melodía con la voz, y yo la saqué con las notas del teclado. Se le ocurrió que la melodía era bastante tétrica, y que parecía como si se tratara de la muerte. No me pareció casualidad que pensara eso, cuando justo yo estaba trabajando en la entrada anterior. Estuve pensando durante toda esa noche, y para el día siguiente, escribí la letra. Es por eso, que esta canción, es la segunda parte de esta trilogía. Si no leíste la primera, te recomiendo que lo hagas. La trilogía completa, se encuentra bajo la etiqueta La Muerte.

En fin, una vez tuvimos la música y la letra, se me ocurrió que podíamos tener un video de esta canción. Es así, que mi nene hizo una animación basándose en la letra. A continuación, pueden encontrar la letra, la descripción de las imágenes para personas con discapacidad visual hecha por mi hijo y por mí, y por último el video.

Gracias a mi amigo David, que hizo lo posible para mejorar el audio. Perdón por eso, es una grabación muy casera, la hicimos con Whatsapp.

Si les gusta el video de mi nene, pueden seguirlo en su canal de youtube.

Y acá, hay una serie animada también de él.

¡Que lo disfruten!

La Parca

La buscas,

La encuentras,

Le temes,

La enfrentas.

La sientes,

La sueñas,

A veces,

Tan cerca.

Sin que te,

Des cuenta,

Te atrapa,

Te lleva.

Si toca,

Tu puerta,

Es porque,

La esperas.

Descripción de imágenes

Es una obra de teatro, sobre un escenario en 2 dimensiones. Todo hecho con un programa de personajes animados.

Actores: La Parca, Iris (la mamá) Luna, Juan, (los nenes) y yo.

1: Los 4 estamos quietos en el escenario. Yo con el piano e Iris con el micrófono. Estamos con los ojos cerrados.

2: Abro los ojos y empiezo a tocar el piano.

3: Iris abre los ojos y la boca, y empieza a cantar.

4/5: Juan busca a la derecha y voltea a mirar hacia la izquierda.

6: Aparece en escena la parca. Luna la ve, mientras que Juan no, porque está dado vuelta.

7: Luna sale corriendo.

8: los 2 se ponen en posición de combate enfrentando a la parca.

9: Juan tose sangre arrodillado en el piso.

10: Luna mira hacia arriba, mientras piensa en la parca.

11: La parca se pone detrás de Luna. Ella mira hacia atrás y la ve.

12: Luna voltea hacia donde está la parca, pero ella se teletransporta, y se pone detrás de Juan.

13: La parca agarra a Juan de la mano, y lo va llevando fuera del escenario, mientras Luna intenta salvarlo.

14: Juan y la parca casi están fuera del escenario, mientras Luna sigue intentando salvarlo.

15: Juan y la parca finalmente salen del escenario, y Luna se arrodilla y se pone a llorar.

16: Luna recupera un poco la postura y continúa llorando.

17: Iris y yo cerramos los ojos, mientras seguimos cantando y tocando.

18: Iris y yo rompemos la cuarta pared, y te miramos a vos. Sí, a vos que estás leyendo/viendo esto, de forma amenazante. Iris canta con una sonrisa perturbadora.

19: los 5 nos vamos hacia el lado izquierdo del escenario para irnos.

20/21/22: De a poco nos vamos yendo.

23: Nos fuimos. El escenario quedó vacío.

Fin.

Video

El encuentro

Esta publicación, es la primera parte de la trilogía “La Muerte”. Podés acceder a la trilogía completa acá.

Camino por un oscuro pasillo. Se supone que está iluminado por luces tenues y espaciadas, pero debido a que soy ciega, no las puedo ver. Mi grado de ceguera, solo me permite distinguir la luz de la oscuridad, y cuando está soleado o nublado.

Jamás pensé que iba a venir hasta aquí. Tantas veces estuve cerca, que siento que, a pesar de nunca haber recorrido este camino, se me hace familiar. Es como sí; ya hubiese pasado por acá, o como si hubiese soñado con él en algún momento. Aunque este viaje fue muy inesperado, decidí vestirme para la ocasión, espero sea de su agrado. Tengo un vestido negro largo hasta los pies, y unos zapatos también negros, cuyos tacos, resuenan en el eco de este largo pasillo. El vestido es abrigado, ya que sabía que a medida que me fuese adentrando en este lugar, la temperatura ambiente iba a ir descendiendo considerablemente. Continúo caminando. Como siempre, mi cabeza no se queda quieta ni en las situaciones más límites y desesperantes. Trato de imaginar su voz, su forma de hablarme, de expresarse… ¿Se habrá enojado conmigo? Digo, sé que no le hice nada realmente; pero… qué se yo, jamás tuve la posibilidad de estar tan cerca. Pienso en mi vida, en mis cosas, mi casa, mi familia, todo aquello que, de un momento a otro tenemos, y luego…

Me choco de frente con la puerta. Siempre me pasa lo mismo. Puedo tener el bastón, llevar las manos adelante, y aún así, si voy distraída, me voy a chocar cualquier cosa que tenga en frente. Creo que muchas veces habrán pensado que soy una tarada. ¿Pero, tenía que pasarme justo ahora? ¿Justo cuando voy a uno de los encuentros más importantes de toda mi vida? ¿Esperen… Vida? ¿Está bien decirlo así? ¡Ay, estas cosas me confunden!

Toc, toc, toc.
Sí, sé quien sos, dale, pasá, te estaba esperando.
Muchas gracias le respondo.

Abro la puerta, y entro a una habitación extremadamente oscura. Es tanta la diferencia, que puedo distinguir por la puerta todavía abierta detrás de mí, la claridad que iluminaba el pasillo. Y eso, considerando que en los últimos tramos, las luces, según sabía yo, eran casi inexistentes. Cierro la puerta, y me quedo parada, esperando…
Adelante tuyo, a apenas unos pasos, tenés una silla. Sentate. Estoy revisando algunas cosas. Termino y enseguida estoy con vos.

Es una voz grave, sí; y de una persona mayor, pero nunca pensé que pudiera ser así. La imaginaba tétrica, poderosa, hasta terrorífica. Por el contrario, es cálida, suave, e inspira confianza.
Bueno, ya estoy. ¿Contame, porqué estás acá?
Em, no sé, creí que tal vez… no sé…
—¿Había llegado tu hora? No, lo siento, pero todavía no.
—¿Lo siente? ¿Enserio?
Sí, enserio. ¿Sabés? Te me venís escapando de chiquito… Ay, perdón, chiquita. No me acostumbro a estas cosas todavía.
Sin embargo, usted se llevó a muchas de nosotras.
Es mi trabajo, es lo que me toca hacer. Pasándolo a términos tuyos, soy una trabajadora más. Acá, no mando yo. Igual, no es llevar precisamente lo que hago. Digamos que los acompaño, los ayudo a pasar al otro lado.
—¿Me va a ayudar a mí también?
Sí, cuando te llegue la hora, claro. Pero todavía no es. Igual, convengamos que esta vez estuviste bastante cerca. Si te hubieras caído un poco más para el costado, estaríamos hablando en otros términos.
No sé exactamente qué me pasó, todavía no me desperté, así que no puedo decir nada. ¿Cómo sé que no me está mintiendo? ¿Cómo sé que puedo confiar en usted?
Mirá, en primer lugar, si estuvieras muerta yo te hubiese ido a buscar a vos, y no vos a mí. ¿En segundo lugar, es enserio? ¿Qué ganaría yo con mentirle a la gente? No, no soy yo la que gana algo con eso, creo que te estás confundiendo.
Está bien, no se me enoje, entienda que no es fácil hablar con usted. Estoy un poco nerviosa en realidad.
—No pasa nada, te entiendo. Sigamos.
—¿Me imagino que no va a responder todas mis preguntas, no?
No, claro que no. Pero vos hacelas, y voy a responder las que pueda, como hasta ahora. Igual, no tengo mucho tiempo, así que te voy a pedir que seas lo más breve posible.
—¿Por qué? O sea, disculpe la intromisión. ¿pero, tiene más trabajo que antes?
—No, realmente no, la gente fallece todos los días. Esta situación con la pandemia, solo me da a mí una perspectiva diferente, una forma distinta de trabajar. Pero hay miles de personas muriendo por otras miles de razones. Es más, siendo sincera, las muertes por esta enfermedad, no son tantas a comparación de las que mueren por otros motivos. Claro que no lo estoy minimizando, no. Solo es una comparación numérica, en cantidad de personas. Para mí, se sumó una razón más a la de la lista por las que muere la gente, y eso lo hace interesante. Pero en sí, el problema lo tienen ustedes, no yo. ¿Pero decime, por qué estás acá? ¿No es para hablar de la Covid19, no?

—No. O bueno, sí. Pero tal vez no de esta manera. Lo que pasa, es que, pienso que es tan injusto todo esto. Tal vez nos cuidamos de esta enfermedad, tomamos todas las precauciones, y tratamos de proteger a quienes son factores de riesgo. ¿Pero, quienes protegen a los que mueren por otras razones? ¿Quienes protegen a los que pueden morir de hambre, víctimas de femicidios, quienes mueren por crímenes de odio?

—Esas preguntas, no son para mí. Son los propios seres humanos los que no se protegen a sí mismos. La diferencia con el virus, es que no hay forma alguna de evitarlo. Que es muy contagioso. Que puede agarrarle a cualquiera, incluso a ellos. Ese es el miedo realmente. El miedo a algo sobre lo que no tienen control. Los crímenes de odio, los femicidios, es algo que no se contagia, y que no afecta a toda la gente. Pero me estás haciendo perder el tiempo, porque estas cosas, ya las sabés. Estás buscando a alguien que te de explicaciones, que ya están en tu cabeza.

—Sí, lo sé. Es cierto. Es que tratar de explicar lo que siento, se me hace difícil. Tengo miedo. Tengo un miedo terrible. Es el miedo que tenemos todos, que se yo. Pienso que, no sé… ¿Y si me equivoco en algo? ¿Y si no desinfecto bien alguna cosa, la ropa, la comida, a mí misma? ¿Es como si cada vez que saliera, estuviese jugando a la lotería, pero al revés. ¿Hoy no me tocó, pero y si mañana sí? ¿Qué hago si por alguna cosa que haga mal, pongo en riesgo a la gente que quiero?

—Son muchos supuestos. ¿A qué le tenés miedo realmente? ¿A mí? Es normal tenerme miedo. Todos me temen. No directamente, claro. Pero todos tienen miedo de salir y ser chocados, asaltados y asesinados, de enfermarse de algo que no tenga cura, de morir por alguna razón que no pueden controlar. Tratás de tomar la mayor cantidad de precauciones posibles. Todos lo hacen, o al menos la mayoría. Si te equivocás en algo, si algo está contaminado y no lo desinfectás bien, no podés culparte por eso. Hacer todo lo que se puede, es mucho mejor que no hacer nada.

—Lo entiendo, muchas gracias. ¿Y las razones que sí podemos controlar? Son una forma de evitarlo, de retrasarlo, o eso creo.

—Sí, inevitablemente, tarde o temprano todos van a morir. Todos excepto yo, claro. Pero incluso vos, y no tenés forma de evitar eso. Solo podés hacer cosas para que ese momento, no llegue pronto. O, mejor dicho, para que no llegue, si no querés que llegue. Cuidarte de esta enfermedad, es una forma de que no llegue por algo que es evitable. Pero también, te podés cuidar de otras formas, y me parece a mí que es por eso por lo que estás acá.

—Sí, es por eso. ¿Pero a la vez me pregunto, no es que en realidad, la estoy buscando?

—¿Vos a mí? ¿Estás segura de lo que estás diciendo? No, no, no creo que sea así. Me parece que estás siendo un poquito irresponsable, nada más. Hay cosas que no te las estás tomando con la seriedad que requieren, y eso es lo que te viene llevando desde hace rato, a estas situaciones. Es como cuando les dicen a los niños, portate bien. Lo hacen un tiempo, pero después vuelven a portarse mal de nuevo. Por ahí, deberías tratar de dejar de actuar como una niña, y tomarte tu vida más enserio. El fumador, el alcohólico, tienen una dependencia, es una enfermedad. ¿Lo tuyo, qué es?

—De todas las personas que pensé que me iban a retar, no se me cruzó ni por casualidad, que usted fuese una de ellas. Es difícil. Por el contexto, porque es todo nuevo, porque siempre se me presentan dificultades que me complican las cosas.

—¿Enserio? Mirá vos. Dale, seguí buscando excusas. Sos la única que puede cambiar su ritmo de vida. Solo tenés que proponértelo, y hacerlo. No hay nada más que nadie pueda hacer. ¿Cómo? Eso, ya es cosa tuya. Volviendo a lo de antes, no me estás respondiendo algunas preguntas vos a mí. Creo que me estás ignorando, y como te dije, no estoy para perder el tiempo. ¿Podés ir al grano?

—Como le dije, se me hace difícil explicarme. Es que hay tantas cosas que quisiera saber, que no sé muy bien como seguir. Usted me dijo que, yo no la estoy buscando. ¿Cómo diferencia a los que sí?

—Hay gente que se acerca al peligro, que se arriesgan, que cometen actos que para la mayoría pueden resultar irresponsables, solo para acercarse a mí, y demostrar que pueden “vencerme”, entre comillas, claro. Porque nadie puede vencerme. Son miles las razones por las que lo hacen. Pero no son ellos a quienes me refiero. Si no, a aquellos que no pueden más. A los que no encuentran otra solución, más que buscarme. Porque el resto de las opciones se les agotaron, o no fueron suficientes para ellos. Les es muy difícil continuar en su mundo, cuando las cosas dejan de tener sentido.

—¿También, hay otros que no se resignan, verdad?

—Sí. Es tu caso. Estuviste cerca mío varias veces. Sin embargo, seguís allá, no tenés ganas de venir. Se ve que hay mucho que querés hacer todavía, y eso es lo que te hace seguir adelante, y enfrentarme.

—No voy a hablar de eso todavía, prefiero dejarme para el final. Es la razón por la que no respondí a sus preguntas. ¿Qué pasa con aquellos a los que usted les llega de repente? ¿Qué sienten? ¿Cómo se lo toman?

—Algunos ni siquiera se dan cuenta al principio. Solo llegan, y los acompaño. Se los trato de explicar, pero no logran comprenderlo. Otros, no pueden venir. Debido a situaciones pendientes en sus vidas, quedan dando vueltas en su mundo. Es difícil llevarlos, y a veces necesito ayuda para hacerlos cruzar al otro lado. Pero, por otro lado, hay quienes sí saben que voy a ir a buscarlos. Son los enfermos terminales, por ejemplo. Ellos saben que estoy cerca, que en cualquier momento llego. Algunos se resignan, mientras que otros resisten, y no quieren venir conmigo.

—Cuando un ser querido se nos va y no lo esperamos, es difícil sobrellevarlo. Es difícil seguir acá, con proyectos y sueños, sabiendo que esta persona ya no va a poder concretar los suyos. ¿Usted, qué opina de esa sensación?

—Creo que en muchos casos es un acto reflejo. ¿Si a él le pasó, por qué no podría pasarme a mí? Al fin y al cabo, es lo que te decía antes. Todos me temen. Todos temen que de algún momento a otro los vaya a buscar. Y está bien que sea así, es normal. Lo único en la vida que no tiene solución, soy precisamente yo.

—Pero yo no le temo, o al menos no así.

—Al fin algo que me interesa escuchar.

—Sí tengo proyectos, sueños, cosas que quisiera hacer. Y sí tengo miedo de no poder concretarlas si me muero. Pero, me molesta el hecho de ya no poder estar con mi familia. Pensar en todo lo que me perdería en el futuro si yo me fuera, pensar en qué o cómo podrían hacer ellos para seguir, es lo que realmente me da miedo.

—¿Y si te digo que te mentí? ¿Y si te digo que esta es tu hora, y que todo esto es una preparación para cruzar la puerta? Al fin y al cabo, ya estás acá, y nunca antes estuviste. Es más, estás vestida para la ocasión. ¿Qué más faltaría? Es la hora, tenés que venir conmigo.

Me levanto de la silla y me paro frente a ella.

—Bueno, está bien, vamos. Yo se lo dije, no tengo miedo, no es esa la cuestión. Si usted me dice que nos vamos, no tengo forma de evitarlo. Ya lo dijo usted misma. Es inevitable, y no tiene solución. Entonces, vamos, estoy lista. Y si es mentira, no importa. El día que llegue mi hora realmente, también voy a estarlo, sea en el momento que sea. Esto no quiere decir que me quiera morir. Quiero vivir, y poder concretar todo lo que anhelo. Y poder estar y disfrutar la vida con la gente que quiero y que me quiere. Pero también la respeto, y entiendo que si me viene a buscar, ya no hay nada que pueda hacer. No le podría insistir para que me deje hasta que las cosas estén como yo deseo.

—Deberías entender que en su mundo, nadie es imprescindible. Que por mucho o poco que hagas, siempre te va a quedar algo por hacer, por conocer, por buscar, por realizar, por soñar, sentir, pensar… Sus vidas están llenas de incertidumbres. De idas y vueltas. De subidas y bajadas. De momentos buenos y malos. No tenés que pensar en lo que no podés hacer, si no en lo que sí hiciste, y lo que estás haciendo. No importa lo que sea. Para cada persona, los logros son diferentes, y tienen distinta importancia. Están tan preocupados por lo que no pueden, o no van a poder hacer, que no se ocupan de lo que sí hicieron, o pueden seguir haciendo. Encontrar una razón más para vivir está bien, pero no si esa razón te lleva más cerca mío. Encontrar cosas que hacer, que aprender, tiene que servir para darte cuenta, que hoy sos una persona mejor que la que eras ayer. Lo que sucede, es que vos, y tantos otros, no se lo llegan a creer. Cada vez que hagas algo nuevo, algo bueno, recordá que estás haciendo algo mejor para vos, y para seguir buscando un nuevo motivo para vivir. Así, cuando yo llegue a buscarte, vas a hacer un balance positivo de lo que tenés y lo que dejás, en lugar de uno negativo. No, no es tu hora. Es más, ya tendrías que ir volviendo. Yo también tengo mucho que hacer. Adiós, hasta algún día.

El suceso

Hace poco, me dolía mucho el estómago. Fui al baño porque tenía náuseas. Ahí empecé a marearme. Intenté sostenerme de la puerta y el lavamanos, pero no resultó, y me desmayé. Caí dentro de la bañera, con la cabeza y la espalda contra la pared del costado de la misma, y las piernas colgando hacia afuera. A mi izquierda, aunque un poquito lejos, estaba la canilla de abajo de la ducha. Estuve un minuto inconsciente hasta que recuperé el conocimiento, y pude pedir ayuda a mi familia. Cuando llegaron, ya estaba levantándome sola. Estoy bien. Tengo que cuidarme de no comer mucho ciertos tipos de harinas, parece que eso es lo que me inflama cada tanto.

Por supuesto, este diálogo nunca ocurrió, es totalmente ficticio… ¿O no? No lo sé, no recuerdo nada de ese minuto. Tal vez, cuando estamos cerca del otro lado, todo lo que ocurre sea atemporal, al menos para nosotros, no para ella. ¿Nunca les pasó de tener un sueño muy largo, y cuando se despiertan pasaron solo 5 minutos desde que se durmieron? O al revés. ¿Tener sueños extremadamente cortos, y resulta que durmieron toda la noche?