La Prisión

El auto va cada vez más despacio, hasta detenerse por completo. El ruido del motor, que antes me acompañaba, ahora me permite comprender la quietud y el enorme silencio de este inhóspito lugar. Ni aves, ni viento, ni nada. Solo un enorme silencio. El chofer, quien no me dirigió la palabra en todo el camino, solo se limita a indicarme que me baje. Abro la puerta, y lo hago. Inmediatamente, este arranca el auto, y se va. Quedo parada sola frente al que parece ser un enorme edificio. Me dirijo hacia el portón de entrada, el cual se encuentra cerrado de tal forma que pareciera no tener ningún resquicio ni filtración de luz alguna. Camino hacia un lado y hacia el otro recorriéndolo. El mismo, se encuentra flanqueado por 2 paredones de enormes dimensiones. Busco con mis manos en él, la cuerda de una enorme y vieja campana, que sé que tiene que estar por algún lugar. Antes de encontrarla, paso mis manos por unas letras de metal grandes que, leyéndolas dicen: “Te damos la malvenida a La Prisión de las Almas Rotas”.

Luego de un tiempo, logro encontrarla. Tiro de la cuerda 3 veces, como se me indicó. Unos minutos después, una traba se quita desde adentro, y este se abre de forma muy lenta y pesada. Al abrirse, una persona corpulenta y de gran tamaño, toma mi mano con demasiada fuerza, y la coloca en su hombro.

—Vamos. Te están esperando. —Me dice mientras me lleva hacia el interior del edificio.

Caminamos por un pasillo largo, con luces y pequeñas claraboyas esporádicas. Las paredes parecen viejas, vacías, descascaradas. Voy recoriéndolas con la mano que tengo libre. No se oye nada a ninguno de los lados, aparte de nuestros propios pasos. Después de un rato, al fin, nos detenemos, y él toca a una puerta que se encuentra hacia el costado izquierdo con 3 golpes secos. Esta se abre desde dentro, y entramos. Me guía hacia una silla, y sin decir nada, sale, y cierra la puerta de tras de sí.

Una mujer, carraspea suavemente.

—Hola, mucho gusto. ¿Katherine, verdad? Te estaba esperando.

—Sí. ¿Cómo lo sabe?

—¡Jha! La Muerte me habló de vos. Me dijo que estabas buscando nuevos rumbos… ¿Qué tan cierto es eso? ¿Te va mal en el trabajo?

—No, no en el trabajo, si no en sí… En la vida, diría yo… ¿Por otro lado, La Muerte? ¿Anda por acá?

—Sí, claro. Tiene mucho trabajo acá. No te digo que más que en tu mundo, pero lo tiene. Tenemos grandes negocios con ella.

—¿Y usted es?

—Tranquila, tuteame. ¿Parecemos casi de la misma edad, no te parece? Cada persona que viene me pone un nombre distinto. No tengo uno en realidad. Solo soy la administradora de este lugar. ¿Cómo te gustaría llamarme?

—No sé… Dejame pensar… ¿Annabelle?

—Excelente. ¿Puedo saber por qué?

—Claro, es una alusión a la muñeca. No a la de las películas, si no a la original. Es muy bonita, y cualquiera pensaría por su apariencia, que es buena…

—Pero en realidad, es un demonio. ¿Estoy en lo cierto?

—Sí, así es.

—Me parece fantástico, maravilloso. Hasta suena lindo. Katherine y Annabelle. Desde ahora, amigas inseparables. ¿Qué te parece?

—¿Vos decís?

—¡Sí! Yo creo que sí. ¿Vos no?

—No lo sé, pasa que confié tanto en las personas y me traicionaron tantas veces, que ahora me cuesta volver a confiar…

—Bueno, ya veremos. Creo que podés confiar en mí. Ya vas a ver. Vamos a ser grandes amigas. La confianza, es algo que debe ganarse con el tiempo, y yo estoy dispuesta a ganarme la tuya. Pero por ahora, vamos a lo nuestro. Voy a pasar a explicarte qué es realmente este lugar, y como funciona. Una vez cuentes con toda la información, vos decidís si querés quedarte a trabajar acá o no. En fin, comencemos.

Ambas nos levantamos. Me acerco a ella y la tomo del hombro, y antes de abrir la puerta, me dice:

—Como seguro te habrás dado cuenta, esta es mi oficina. Desde acá administro todo el lugar. Quienes entran, quienes salen, por qué, cuanto tiempo llevan acá, cuanto, aproximadamente, les falta para salir, si van a volver o no, y demás cuestiones referentes a los reclusos, e incluso al personal que aquí se desempeña. En fin, empecemos con lo realmente interesante, a lo que viniste.

Abre la puerta y salimos. Continuamos por el pasillo largo, el cual tiene a su vez pequeñas salitas similares a la que acabamos de dejar.

—Estas son las oficinas de los distintos tipos de personal. Están las salas de los enfermeros, cocineros, personal de limpieza… Algunos están divididos en varias salas. Sé que te sonará rara la estructura, pero bueno, se hizo así. Al principio, no se pensaba que hubiese tantas… “Almas rotas”.

—¿Por qué el cartel dice “te damos la malvenida”? Pensaba que por más tétrico que fuese un lugar, siempre se daba la bienvenida. De hecho, hasta el infierno es así. ¿No?

—Sí, así es. Es que en realidad, esto es como una especie de infierno. Pero uno personal, y a la vez, colectivo. Es decir, el sufrimiento se comparte con todos aquellos que, pasan por lo mismo que una. Ya lo vas a entender mejor, pero acá no tenés al diablo torturándote, porque acá, la tortura forma parte de una misma. Entonces, una no puede ser bienvenida, en un lugar donde sabe que tiene que enfrentarse consigo misma, con sus propios temores e inseguridades.

Las salas finalizan. Un enorme espacio se nos presenta justo en frente. Personas abren y cierran puertas todo el tiempo, van y vienen. Hablan, murmuran, susurran…

—¡ATENCIÓN, ATENCIÓN POR FAVOR! —Grita ella, mientras todos se quedan en silencio—. Ella es Katherine. Voy a estar mostrándole el lugar, el funcionamiento de las instalaciones, los distintos pabellones, Etc. Si vemos que luego del recorrido está capacitada, comenzará a trabajar con ustedes. Recuerden que las torturas son solo para los reclusos. No pueden aplicarse al personal, a menos que este quede prisionero nuevamente. ¿Entendido?

No responden, pero ella da por sentado que la escucharon, porque continuamos caminando, y vuelve el abrir y cerrar de puertas.

—Bueno, esta es, la prisión de las Almas Rotas, como ya sabés. Acá, vienen a parar todas aquellas almas de quienes no son felices. Están separadas por pabellones, de acuerdo a su tipo de infelicidad. Algunas, quisieron ser artistas. Otras, profesionales de alguna carrera en particular. Otras, se encuentran presas de sus trabajos, de sus relaciones de pareja, Etc. A veces, están prisioneras de alguien más, o bueno, eso es lo que creen. Porque siempre, están prisioneras de sí mismas, de su entorno, de sus circunstancias de vida… Es difícil determinar cual es el pabellón que le corresponde a cada una. Porque a veces, están prisioneras de varias cosas a la vez. Claro está, que el sistema de poder y dominación actual, ayuda mucho, diría que es casi determinante. Hay personas que lo que hacen toda su vida, es solo trabajar. Y estuvieron prisioneras de sus trabajos, sufriendo infelices, porque no pudieron cumplir sueños, proyectos, anhelos. Esas, son las almas rotas. Quienes por alguna razón, ya sea personal, o que tenga que ver con sus vidas en particular, como te digo, no logran ser felices. Pero también, aquellas a las que, otras personas lastiman. Es decir, a quienes se les hiere el alma, de tal forma que pierden la capacidad de encontrar su propio camino. Quienes son traicionadas por una pareja, un familiar, o un amigo. Quienes sufren el desprecio de alguien que quieren, y a quien consideraban importante. Esas personas, también, tienen el alma rota. Hay muchas formas de romper un alma, y muchas formas de sanarla. Lamentablemente, no voy a decirte cuales son, porque si lo hiciera, se me terminaría el negocio. En fin, vamos a recorrer algunos pabellones. ¿Tenés alguna pregunta hasta ahora?

—No, supongo que no. Cualquier cosa, te voy avisando.

Caminamos hacia una de las puertas, la cual abre. Hace un ruido como de casa antigua. Me recuerda mucho a las películas de terror.

—Cada pabellón, está separado por salas individuales. Y por cada sala, hay a veces una sola, o más celdas. Voy a darte un ejemplo, para que lo entiendas.

Vamos por un pasillo, el cual está flanqueado por muchas puertas tanto a un lado como al otro. Abre una de ellas, e ingresamos.

—A nuestra izquierda, tenemos el escritorio del guardiacárcel. En el medio, el método de tortura utilizado. y hacia ambos lados, después del escritorio claro, las celdas de los prisioneros relacionados con este método de tortura. Por ejemplo, en el centro, tenemos en esta ocasión, instrumentos musicales. Y a los lados, las celdas de quienes quisieron o quieren ser músicos, y no pudieron, ni pueden. Ellos ven los instrumentos, pueden estirar sus brazos para tocarlos, pero no llegan. Están todo el tiempo intentando abrir la celda, incluso hasta lastimándose para hacerlo. Pero es imposible. No llegan, nunca van a llegar. Y eso, les deja el alma rota.

Salimos de esa sala, e ingresamos a otra bastante similar a la anterior.

—Acá, hay otro tipo de artistas; Pintores. Es un caso similar al anterior. Tienen cerca suyo acuarelas, pinceles, telas, y demás. Pero también, tienen colgados en las paredes, los cuadros de los pintores más famosos del mundo. Así, pueden ver un éxito que jamás van a poder alcanzar. Claro que, muchos pintores, como escritores también, pueden expresarse en papeles, para sí mismos. Es una especie de forma de escape. Porque, los prisioneros, también aquí, pueden escaparse. Y pronto, entenderás, y tal vez recordarás, que es posible. Salgamos de este pabellón, y pasemos a otro distinto.

Regresamos al enorme salón principal, en donde cientos de puertas se abren y cierran todo el tiempo.

—Como entenderás, hay muchísimos pabellones, y dentro de los mismos, muchísimas salas y celdas. Por supuesto, que recorrerlos todos en poco tiempo, te sería imposible. Claro está, que no te alcanzaría una vida para hacerlo. Pero, sí voy a hacerte pasar por algunos más, que pueden ser significativos para vos.

Nos dirigimos nuevamente hacia otra puerta. La atravesamos, recorremos el pabellón, hasta entrar a una de las salas con las distintas celdas. Todo este trayecto, transcurre en silencio. No me dice absolutamente nada. Toma mi mano, y la lleva lentamente hacia lo que parece ser un perchero, que se encuentra en el centro. Me suelta, y empiezo a recorrerlo con ambas manos. Tiene varias perchas, y cada una de ellas tiene un modelo distinto de vestido para niñas. Los hay bordados, de distinto tipos de telas, más largos, más cortos. Soleritas, con cierres en la espalda, etc. Hay tantos como podría imaginar, o incluso más. La fila, parece interminable. Toma mi mano nuevamente, y la dirige hacia nuestra derecha. Tomo la mano de una niña pequeña, por entre los barrotes de la celda. Se encuentra nerviosa. Sus manos tiemblan sin cesar. No para de sollozar. Parece muy angustiada.

—¿Hay muchos vestidos ahí verdad? ¡No me mientas! Sé que están ahí, yo lo sé, los toqué antes. No puedo verlos, pero los toqué. ¿Por favor, podés pasarme aunque sea uno? ¡Te lo suplico! Aunque sea solo uno, para ponérmelo un ratito, y después lo volvemos a dejar ahí. Solo un ratito… ¡Lo necesito! ¿Por qué les cuesta tanto entenderlo?

Continúo sosteniendo las manos temblorosas de la niña. Me aprieta las mías con fuerza, y llora más fuerte aún. Pongo una de mis manos sobre su cabeza, e intento tranquilizarla. Intento conectarme con ella, con sus emociones, sus sentimientos. Pero de repente, un recuerdo viene a mí…

Soy una niña, aunque no tan pequeña. Tendré unos 12 o 13 años aproximadamente. Me encuentro sentada y desnuda sobre un piso áspero y frío. Extiendo mis manos hacia adelante. Toco los barrotes de una celda. Sí, me encuentro encerrada. No sé hace cuanto tiempo, no sé cuando me dejarían salir. Escucho un ruido del lado de afuera. El guardia se levanta, camina hacia la puerta que está a mi izquierda, la abre, sale, y la cierra de tras de él. Sé que esta es mi oportunidad. Sé que no tengo mucho tiempo. Tengo que hacerlo. Estuve preparándome para este momento. Me levanto, y me acerco a la reja. Siento la adrenalina fluir en mi interior. Es como un río intentando llegar hacia el mar. Como un volcán a punto de hacer erupción. Lo calculé todo. Cuando se va, a qué hora vuelve, cuantas veces lo hace por día y por semana. Cuanto tiempo está fuera. Y al fin, encontré el momento perfecto.

Comienzo a tirar de la reja hacia adentro. Sé que no es cuestión de fuerza física, no, no aquí. Es cuestión de fuerza de voluntad. No importa tu aspecto físico, ni cuanto hayas entrenado. No sirve ningún otro método de escape que haya sido utilizado en las cárceles convencionales. Solo la fuerza de voluntad, puede abrir estas celdas. Continúo tirando. Sí, realmente quiero salir. Ya no quiero estar aquí prisionera. Quiero ser libre. Sé que esta vez, voy a lograrlo. Creo en mí. Realmente creo en mí.

Continúo tirando cada vez con más fuerza, hasta que al fin se abre. Caigo sentada en el suelo. Me levanto y salgo. Me acerco al perchero. Toco los vestidos, uno por uno. Tengo tiempo, pero no tanto. Trato de fijarme en los detalles, pero no demasiado. El perchero se mueve hacia atrás un poquito. Ahora lo entiendo. Tiene ruedas. Eso explica como lo acercaban para que los toque, y cuando quería agarrar uno, lo alejaban nuevamente. Es uno de sus tantos métodos de tortura. Elijo uno. Me lo pongo, y voy hacia la puerta de mi derecha. Sé que esta lleva hacia el patio en donde están los que tienen derecho a salidas transitorias. Una vez ahí, mi fuerza de voluntad, tiene que permitirme abrir el portón hacia la salida definitiva. La abro, y empiezo a correr. Corro cada vez más rápido, lo más rápido que puedo. El pasillo por el que voy es muy largo, parece interminable. Las alarmas empiezan a sonar. “¡Mierda! ¿Como se habrán dado cuenta tan pronto? Creí que tenía más tiempo. Ya es tarde para lamentarme. Ya me escapé, no voy a volver. No voy a rendirme”.

Los altavoces anuncian que la interna número tanto tanto tanto se escapó de la celda, y que su captura inmediata es imprescindible, y será recompensada. Yo continúo corriendo. Oigo que corren a lo lejos a mis espaldas. Se van acercando cada vez más. Ahora sí tengo miedo. ¿Lo lograré? ¿Realmente podré escaparme? No puedo flaquear ahora. Tengo que seguir. ¿Pero me pregunto, cuando llegaré a la puerta? Y ahí, me la choco de frente. Caigo hacia atrás. Me sangra la nariz, y me quedo aturdida unos segundos por el impacto. Me voy recuperando. Soy consciente de nuevo de todo. Están cerca, ya casi me alcanzan. Me levanto, abro la puerta, salgo al patio, y la cierro con fuerza detrás de mí. Un enorme y brillante sol me recibe. Se me encandilan los ojos, y sé que estoy perdiendo tiempo valioso. Comienzo a correr de nuevo hacia adelante por el enorme patio. Puedo ver a lo lejos la sombra del gran portón de salida. Voy a gran velocidad. Las competencias de atletismo, tienen que haberme servido de algo más que para ganar medallas. Y entonces, cuando estoy a punto de llegar a la salida hacia la libertad, unas manos me detienen y me sujetan.

—¡La tengo! —Grita la persona que logra atraparme.

—¡Nooo! ¡Suéltenme! ¡Estaba tan cerca! Continúo gritando, llorando, pataleando e insultando con todas mis fuerzas, hasta que por fin, soy llevada a la celda, y encerrada nuevamente.

—No es el momento, no todavía. Falta mucho para que puedas salir de aquí, pequeña. —Me dice una voz que sé, volveré a escuchar en el futuro…

Vuelvo al presente. Suelto a la niña, y me pongo frente a Annabelle.

—Sí, ya estuviste acá. ¿Ahora lo recordás, no?

La miro con furia. Intento tomar el perchero y acercarlo a la niña. Ella intenta detenerme. La empujo. Mi fuerza de voluntad es más grande que la suya. Lo suelta, y se lo acerco. La niña empieza a tocar con alegría todos y cada uno de los vestidos. Mantengo a Annabelle a raya, la cual comienza a gritar pidiendo refuerzos a sus guardias. No me importa. Se que no puede, que ahora no va a poder conmigo. No con esto.

—Vos quedate tranquila. Elegí el que quieras. Yo te voy a proteger, —Le digo a la niña. Toma uno, lo pasa por entre los barrotes, y la reja se abre como por arte de magia. La niña sale caminando. se dirije hacia la puerta que se encuentra a su derecha, y sale por la misma.

—¡Muchas gracias! ¡Soy libre, gracias, soy libre! —Me grita desde la puerta todavía abierta.

—Sí, lo sos. Disfrutalo. Tratá de ser feliz, ahora que podés serlo desde pequeña. No permitas que nada ni nadie te quite la libertad que muchas de nosotras, no pudimos tener a tu edad.

—¡Sí! ¡Lo voy a hacer! ¡Gracias de nuevo! ¡Adiós! —Se despide, cerrando la puerta detrás de sí.

—¿Ves lo que hiciste? —Me dice Annabelle.

—Sí, le di la libertad a una niña trans. Vos lo sabés bien. Cada vez son menos los niños que vienen aquí por esta razón.

—Sí, pero eso no te da derecho a liberarla.

—¿Por qué? Solo estaba un poco insegura, nada más. Ahora va a poder encontrar toda la contención y el apoyo que yo, en su momento, no pude tener. Que ninguna de nosotras pudo tener.

—Está bien. Ganaste esta vez. Pero esto, se termina acá. Vamos al último pabellón. Y esta vez, de castigo, vas a entrar sola.

Me deja en la entrada del mismo.

—La sala, es la tercera puerta a la izquierda. Voy a estar cerca tuyo igual, así que no te preocupes tanto…

Camino, y empiezo a contar las puertas. 1, 2, 3. La abro, y entro. Me dirijo hacia la izquierda. El clásico escritorio del guardia, el cual se encuentra vacío. Ahora voy hacia el centro. “¿Y esto que es?” Recorro con mis manos lo que parece ser una estatua de una persona sentada. Tiene el pelo ondulado, tiene puesto un vestido, y una cadenita en el cuello. En los pies, unas sandalias. “No entiendo nada. ¿Qué representará esto?” Voy hacia la derecha, y encuentro la reja de una celda, la cual se encuentra abierta. Entro, y… esta se cierra detrás de mí.

—¡Hey! ¿Qué pasa? ¿Qué es esto?

—Bueno, como verás, estás prisionera. Yo… Lo siento mucho, la verdad.

—¿Lo sentís mucho? ¿Enserio? ¿De verdad? ¡No te creo nada! ¿Me podés explicar por favor qué está pasando?

—Sí, primero tranquilizate. Vos no sos así. Yo te voy a explicar, pero quedate tranquila.

—¿Que me tranquilice? ¿Que yo no soy así? ¡Evidentemente no me conocés! Sí, yo soy tranquila, pero cuando me enojo, cuando realmente me enojo, estallo. Y cuando estallo, no hay quién me calme. ¡Me traicionaste! ¿Qué pasó con lo de amigas inseparables? ¿Con lo de “vamos a ser grandes amigas”? ¡Me mentiste! ¡Confié en vos, y me mentiste! ¡Sacame de acá!

—Sabés que eso no depende de mí. Eso depende pura y exclusivamente de vos, de tu fuerza de voluntad. Yo, no puedo sacarte. Yo soy solo una administradora, te lo dije.

—¡Callate! ¡Sos una mentirosa! Tengo derecho a salidas transitorias, aunque sea al patio.

—Bueno, eso sería si llevaras un tiempo acá… Por favor, ya estuviste, ya sabés como funciona.

—¡Exijo la libertad condicional!

—Lo siento, eso no es posible, eso es solo después del juicio. Y… Para tu juicio, falta tiempo todavía. Recién entraste prisionera de nuevo.

—¡Exijo un abogado entonces!

—Estás exigiendo mucho, y ni siquiera te pusiste a reflexionar de por qué estás acá. ¿Por qué no te sentás y charlamos con calma?

—No. Nada, no quiero escuchar nada. Solo sé que me traicionaste. Que me mentiste. Que confié en vos, y traicionaste esa confianza. Dijiste que el personal podía quedar prisionero. Pero yo ni siquiera soy parte de tu personal todavía. ¿Por qué estoy acá entonces? ¡Necesito una explicación!

—No, yo no te traicioné. Te pido por favor que me escuches, y me entiendas. Te merecés una explicación, y voy a dártela, pero solo si te calmás. No podemos hablar si me seguís gritando.

—Está bien, está bien. Explicame. Me voy a tranquilizar. Pero espero que tu explicación me convenza.

—Este pabellón, y esta sala, son bastante particulares. Voy a acercarte la estatua que acabás de ver, para que lo entiendas mejor. ¿Por qué no la recorrés bien con las manos?

Lo hago. Lentamente. su cabello, su vestido, su rostro, sus sandalias, la cadenita en su cuello… Sin un orden específico. Solo la recorro…

—¿Soy… yo?

—Sí. Así es. En este pabellón, se encuentran aquellas personas prisioneras de sí mismas. Sí, de sí mismas y de nadie más. ¿Por qué estás acá? Esta vez, es por una causa diferente. Ahora, estás prisionera de tu angustia. De tus dudas, de tus miedos, de tu incertidumbre, de tus inseguridades. De todo aquello que no te permite crecer, que no te permite continuar, soltar, salir del pozo en el que te encontrás. Lamentablemente, no solo no estás preparada para este trabajo, si no que además, estás prisionera de vos misma. Por eso la estatua. Es una estatua tuya, que te va a recordar, hasta el momento en que salgas, la razón por la que entraste. Y en tu caso, ya que no podés verla, vas a poder tocarla. Hablaste de un abogado. Bueno, en este caso, podés representarte a vos misma. Pero además, vos también vas a ser tu propia jueza. Sí, vos vas a decidir cuando vas a salir. Pero para eso, tenés que estar lista, y enfrentar al resto del jurado. Y ahora, evidentemente no lo estás. Muchas personas van a testificar a tu favor, van a venir a hablarte, a aconsejarte, a tratar de que hagas lo mejor para tu vida, en el transcurso de los tiempos que vienen. Pero la decisión final, es tuya. Claro está, que yo soy la parte acusadora. Voy a estar ahí, para decirle al público y al jurado, por qué no tenés que salir de acá. En fin, hasta acá llegamos. No puedo seguir más tiempo con vos, lo siento. Adiós. Nos vemos en el juicio.

El encuentro

Esta publicación, es la primera parte de la trilogía “La Muerte”. Podés acceder a la trilogía completa acá.

Camino por un oscuro pasillo. Se supone que está iluminado por luces tenues y espaciadas, pero debido a que soy ciega, no las puedo ver. Mi grado de ceguera, solo me permite distinguir la luz de la oscuridad, y cuando está soleado o nublado.

Jamás pensé que iba a venir hasta aquí. Tantas veces estuve cerca, que siento que, a pesar de nunca haber recorrido este camino, se me hace familiar. Es como sí; ya hubiese pasado por acá, o como si hubiese soñado con él en algún momento. Aunque este viaje fue muy inesperado, decidí vestirme para la ocasión, espero sea de su agrado. Tengo un vestido negro largo hasta los pies, y unos zapatos también negros, cuyos tacos, resuenan en el eco de este largo pasillo. El vestido es abrigado, ya que sabía que a medida que me fuese adentrando en este lugar, la temperatura ambiente iba a ir descendiendo considerablemente. Continúo caminando. Como siempre, mi cabeza no se queda quieta ni en las situaciones más límites y desesperantes. Trato de imaginar su voz, su forma de hablarme, de expresarse… ¿Se habrá enojado conmigo? Digo, sé que no le hice nada realmente; pero… qué se yo, jamás tuve la posibilidad de estar tan cerca. Pienso en mi vida, en mis cosas, mi casa, mi familia, todo aquello que, de un momento a otro tenemos, y luego…

Me choco de frente con la puerta. Siempre me pasa lo mismo. Puedo tener el bastón, llevar las manos adelante, y aún así, si voy distraída, me voy a chocar cualquier cosa que tenga en frente. Creo que muchas veces habrán pensado que soy una tarada. ¿Pero, tenía que pasarme justo ahora? ¿Justo cuando voy a uno de los encuentros más importantes de toda mi vida? ¿Esperen… Vida? ¿Está bien decirlo así? ¡Ay, estas cosas me confunden!

Toc, toc, toc.
Sí, sé quien sos, dale, pasá, te estaba esperando.
Muchas gracias le respondo.

Abro la puerta, y entro a una habitación extremadamente oscura. Es tanta la diferencia, que puedo distinguir por la puerta todavía abierta detrás de mí, la claridad que iluminaba el pasillo. Y eso, considerando que en los últimos tramos, las luces, según sabía yo, eran casi inexistentes. Cierro la puerta, y me quedo parada, esperando…
Adelante tuyo, a apenas unos pasos, tenés una silla. Sentate. Estoy revisando algunas cosas. Termino y enseguida estoy con vos.

Es una voz grave, sí; y de una persona mayor, pero nunca pensé que pudiera ser así. La imaginaba tétrica, poderosa, hasta terrorífica. Por el contrario, es cálida, suave, e inspira confianza.
Bueno, ya estoy. ¿Contame, porqué estás acá?
Em, no sé, creí que tal vez… no sé…
—¿Había llegado tu hora? No, lo siento, pero todavía no.
—¿Lo siente? ¿Enserio?
Sí, enserio. ¿Sabés? Te me venís escapando de chiquito… Ay, perdón, chiquita. No me acostumbro a estas cosas todavía.
Sin embargo, usted se llevó a muchas de nosotras.
Es mi trabajo, es lo que me toca hacer. Pasándolo a términos tuyos, soy una trabajadora más. Acá, no mando yo. Igual, no es llevar precisamente lo que hago. Digamos que los acompaño, los ayudo a pasar al otro lado.
—¿Me va a ayudar a mí también?
Sí, cuando te llegue la hora, claro. Pero todavía no es. Igual, convengamos que esta vez estuviste bastante cerca. Si te hubieras caído un poco más para el costado, estaríamos hablando en otros términos.
No sé exactamente qué me pasó, todavía no me desperté, así que no puedo decir nada. ¿Cómo sé que no me está mintiendo? ¿Cómo sé que puedo confiar en usted?
Mirá, en primer lugar, si estuvieras muerta yo te hubiese ido a buscar a vos, y no vos a mí. ¿En segundo lugar, es enserio? ¿Qué ganaría yo con mentirle a la gente? No, no soy yo la que gana algo con eso, creo que te estás confundiendo.
Está bien, no se me enoje, entienda que no es fácil hablar con usted. Estoy un poco nerviosa en realidad.
—No pasa nada, te entiendo. Sigamos.
—¿Me imagino que no va a responder todas mis preguntas, no?
No, claro que no. Pero vos hacelas, y voy a responder las que pueda, como hasta ahora. Igual, no tengo mucho tiempo, así que te voy a pedir que seas lo más breve posible.
—¿Por qué? O sea, disculpe la intromisión. ¿pero, tiene más trabajo que antes?
—No, realmente no, la gente fallece todos los días. Esta situación con la pandemia, solo me da a mí una perspectiva diferente, una forma distinta de trabajar. Pero hay miles de personas muriendo por otras miles de razones. Es más, siendo sincera, las muertes por esta enfermedad, no son tantas a comparación de las que mueren por otros motivos. Claro que no lo estoy minimizando, no. Solo es una comparación numérica, en cantidad de personas. Para mí, se sumó una razón más a la de la lista por las que muere la gente, y eso lo hace interesante. Pero en sí, el problema lo tienen ustedes, no yo. ¿Pero decime, por qué estás acá? ¿No es para hablar de la Covid19, no?

—No. O bueno, sí. Pero tal vez no de esta manera. Lo que pasa, es que, pienso que es tan injusto todo esto. Tal vez nos cuidamos de esta enfermedad, tomamos todas las precauciones, y tratamos de proteger a quienes son factores de riesgo. ¿Pero, quienes protegen a los que mueren por otras razones? ¿Quienes protegen a los que pueden morir de hambre, víctimas de femicidios, quienes mueren por crímenes de odio?

—Esas preguntas, no son para mí. Son los propios seres humanos los que no se protegen a sí mismos. La diferencia con el virus, es que no hay forma alguna de evitarlo. Que es muy contagioso. Que puede agarrarle a cualquiera, incluso a ellos. Ese es el miedo realmente. El miedo a algo sobre lo que no tienen control. Los crímenes de odio, los femicidios, es algo que no se contagia, y que no afecta a toda la gente. Pero me estás haciendo perder el tiempo, porque estas cosas, ya las sabés. Estás buscando a alguien que te de explicaciones, que ya están en tu cabeza.

—Sí, lo sé. Es cierto. Es que tratar de explicar lo que siento, se me hace difícil. Tengo miedo. Tengo un miedo terrible. Es el miedo que tenemos todos, que se yo. Pienso que, no sé… ¿Y si me equivoco en algo? ¿Y si no desinfecto bien alguna cosa, la ropa, la comida, a mí misma? ¿Es como si cada vez que saliera, estuviese jugando a la lotería, pero al revés. ¿Hoy no me tocó, pero y si mañana sí? ¿Qué hago si por alguna cosa que haga mal, pongo en riesgo a la gente que quiero?

—Son muchos supuestos. ¿A qué le tenés miedo realmente? ¿A mí? Es normal tenerme miedo. Todos me temen. No directamente, claro. Pero todos tienen miedo de salir y ser chocados, asaltados y asesinados, de enfermarse de algo que no tenga cura, de morir por alguna razón que no pueden controlar. Tratás de tomar la mayor cantidad de precauciones posibles. Todos lo hacen, o al menos la mayoría. Si te equivocás en algo, si algo está contaminado y no lo desinfectás bien, no podés culparte por eso. Hacer todo lo que se puede, es mucho mejor que no hacer nada.

—Lo entiendo, muchas gracias. ¿Y las razones que sí podemos controlar? Son una forma de evitarlo, de retrasarlo, o eso creo.

—Sí, inevitablemente, tarde o temprano todos van a morir. Todos excepto yo, claro. Pero incluso vos, y no tenés forma de evitar eso. Solo podés hacer cosas para que ese momento, no llegue pronto. O, mejor dicho, para que no llegue, si no querés que llegue. Cuidarte de esta enfermedad, es una forma de que no llegue por algo que es evitable. Pero también, te podés cuidar de otras formas, y me parece a mí que es por eso por lo que estás acá.

—Sí, es por eso. ¿Pero a la vez me pregunto, no es que en realidad, la estoy buscando?

—¿Vos a mí? ¿Estás segura de lo que estás diciendo? No, no, no creo que sea así. Me parece que estás siendo un poquito irresponsable, nada más. Hay cosas que no te las estás tomando con la seriedad que requieren, y eso es lo que te viene llevando desde hace rato, a estas situaciones. Es como cuando les dicen a los niños, portate bien. Lo hacen un tiempo, pero después vuelven a portarse mal de nuevo. Por ahí, deberías tratar de dejar de actuar como una niña, y tomarte tu vida más enserio. El fumador, el alcohólico, tienen una dependencia, es una enfermedad. ¿Lo tuyo, qué es?

—De todas las personas que pensé que me iban a retar, no se me cruzó ni por casualidad, que usted fuese una de ellas. Es difícil. Por el contexto, porque es todo nuevo, porque siempre se me presentan dificultades que me complican las cosas.

—¿Enserio? Mirá vos. Dale, seguí buscando excusas. Sos la única que puede cambiar su ritmo de vida. Solo tenés que proponértelo, y hacerlo. No hay nada más que nadie pueda hacer. ¿Cómo? Eso, ya es cosa tuya. Volviendo a lo de antes, no me estás respondiendo algunas preguntas vos a mí. Creo que me estás ignorando, y como te dije, no estoy para perder el tiempo. ¿Podés ir al grano?

—Como le dije, se me hace difícil explicarme. Es que hay tantas cosas que quisiera saber, que no sé muy bien como seguir. Usted me dijo que, yo no la estoy buscando. ¿Cómo diferencia a los que sí?

—Hay gente que se acerca al peligro, que se arriesgan, que cometen actos que para la mayoría pueden resultar irresponsables, solo para acercarse a mí, y demostrar que pueden “vencerme”, entre comillas, claro. Porque nadie puede vencerme. Son miles las razones por las que lo hacen. Pero no son ellos a quienes me refiero. Si no, a aquellos que no pueden más. A los que no encuentran otra solución, más que buscarme. Porque el resto de las opciones se les agotaron, o no fueron suficientes para ellos. Les es muy difícil continuar en su mundo, cuando las cosas dejan de tener sentido.

—¿También, hay otros que no se resignan, verdad?

—Sí. Es tu caso. Estuviste cerca mío varias veces. Sin embargo, seguís allá, no tenés ganas de venir. Se ve que hay mucho que querés hacer todavía, y eso es lo que te hace seguir adelante, y enfrentarme.

—No voy a hablar de eso todavía, prefiero dejarme para el final. Es la razón por la que no respondí a sus preguntas. ¿Qué pasa con aquellos a los que usted les llega de repente? ¿Qué sienten? ¿Cómo se lo toman?

—Algunos ni siquiera se dan cuenta al principio. Solo llegan, y los acompaño. Se los trato de explicar, pero no logran comprenderlo. Otros, no pueden venir. Debido a situaciones pendientes en sus vidas, quedan dando vueltas en su mundo. Es difícil llevarlos, y a veces necesito ayuda para hacerlos cruzar al otro lado. Pero, por otro lado, hay quienes sí saben que voy a ir a buscarlos. Son los enfermos terminales, por ejemplo. Ellos saben que estoy cerca, que en cualquier momento llego. Algunos se resignan, mientras que otros resisten, y no quieren venir conmigo.

—Cuando un ser querido se nos va y no lo esperamos, es difícil sobrellevarlo. Es difícil seguir acá, con proyectos y sueños, sabiendo que esta persona ya no va a poder concretar los suyos. ¿Usted, qué opina de esa sensación?

—Creo que en muchos casos es un acto reflejo. ¿Si a él le pasó, por qué no podría pasarme a mí? Al fin y al cabo, es lo que te decía antes. Todos me temen. Todos temen que de algún momento a otro los vaya a buscar. Y está bien que sea así, es normal. Lo único en la vida que no tiene solución, soy precisamente yo.

—Pero yo no le temo, o al menos no así.

—Al fin algo que me interesa escuchar.

—Sí tengo proyectos, sueños, cosas que quisiera hacer. Y sí tengo miedo de no poder concretarlas si me muero. Pero, me molesta el hecho de ya no poder estar con mi familia. Pensar en todo lo que me perdería en el futuro si yo me fuera, pensar en qué o cómo podrían hacer ellos para seguir, es lo que realmente me da miedo.

—¿Y si te digo que te mentí? ¿Y si te digo que esta es tu hora, y que todo esto es una preparación para cruzar la puerta? Al fin y al cabo, ya estás acá, y nunca antes estuviste. Es más, estás vestida para la ocasión. ¿Qué más faltaría? Es la hora, tenés que venir conmigo.

Me levanto de la silla y me paro frente a ella.

—Bueno, está bien, vamos. Yo se lo dije, no tengo miedo, no es esa la cuestión. Si usted me dice que nos vamos, no tengo forma de evitarlo. Ya lo dijo usted misma. Es inevitable, y no tiene solución. Entonces, vamos, estoy lista. Y si es mentira, no importa. El día que llegue mi hora realmente, también voy a estarlo, sea en el momento que sea. Esto no quiere decir que me quiera morir. Quiero vivir, y poder concretar todo lo que anhelo. Y poder estar y disfrutar la vida con la gente que quiero y que me quiere. Pero también la respeto, y entiendo que si me viene a buscar, ya no hay nada que pueda hacer. No le podría insistir para que me deje hasta que las cosas estén como yo deseo.

—Deberías entender que en su mundo, nadie es imprescindible. Que por mucho o poco que hagas, siempre te va a quedar algo por hacer, por conocer, por buscar, por realizar, por soñar, sentir, pensar… Sus vidas están llenas de incertidumbres. De idas y vueltas. De subidas y bajadas. De momentos buenos y malos. No tenés que pensar en lo que no podés hacer, si no en lo que sí hiciste, y lo que estás haciendo. No importa lo que sea. Para cada persona, los logros son diferentes, y tienen distinta importancia. Están tan preocupados por lo que no pueden, o no van a poder hacer, que no se ocupan de lo que sí hicieron, o pueden seguir haciendo. Encontrar una razón más para vivir está bien, pero no si esa razón te lleva más cerca mío. Encontrar cosas que hacer, que aprender, tiene que servir para darte cuenta, que hoy sos una persona mejor que la que eras ayer. Lo que sucede, es que vos, y tantos otros, no se lo llegan a creer. Cada vez que hagas algo nuevo, algo bueno, recordá que estás haciendo algo mejor para vos, y para seguir buscando un nuevo motivo para vivir. Así, cuando yo llegue a buscarte, vas a hacer un balance positivo de lo que tenés y lo que dejás, en lugar de uno negativo. No, no es tu hora. Es más, ya tendrías que ir volviendo. Yo también tengo mucho que hacer. Adiós, hasta algún día.

El suceso

Hace poco, me dolía mucho el estómago. Fui al baño porque tenía náuseas. Ahí empecé a marearme. Intenté sostenerme de la puerta y el lavamanos, pero no resultó, y me desmayé. Caí dentro de la bañera, con la cabeza y la espalda contra la pared del costado de la misma, y las piernas colgando hacia afuera. A mi izquierda, aunque un poquito lejos, estaba la canilla de abajo de la ducha. Estuve un minuto inconsciente hasta que recuperé el conocimiento, y pude pedir ayuda a mi familia. Cuando llegaron, ya estaba levantándome sola. Estoy bien. Tengo que cuidarme de no comer mucho ciertos tipos de harinas, parece que eso es lo que me inflama cada tanto.

Por supuesto, este diálogo nunca ocurrió, es totalmente ficticio… ¿O no? No lo sé, no recuerdo nada de ese minuto. Tal vez, cuando estamos cerca del otro lado, todo lo que ocurre sea atemporal, al menos para nosotros, no para ella. ¿Nunca les pasó de tener un sueño muy largo, y cuando se despiertan pasaron solo 5 minutos desde que se durmieron? O al revés. ¿Tener sueños extremadamente cortos, y resulta que durmieron toda la noche?