A una niñita especial

A pesar de la difusión que tuvo en su momento, sé que hay personas que aún no conocen cual es mi historia con la pequeña Mafalda. Bueno, antes de comenzar este pequeño homenaje que me he propuesto con motivo del fallecimiento de su padre y creador, les dejo para quienes no las hayan visto aún, estas 2 entrevistas que me hicieron. Primero, la entrevista para TN. Y después, la entrevista para el diario La Nación. Ahora sí, sin más, voy a la razón principal de esta entrada. Desde el momento en que me decidí a escribir, pensé en cual iba a ser la forma en que expresaría todo aquello que quiero decir. Y es que, entendí que esta vez, tengo que escribirle a ella. Sí, a aquella pequeña grande que tanto me enseñó, y que tanto me hizo crecer, y seguir adelante. Y es que siento, que más que hablar de ella, de hablar sobre ella, en estos momentos tan especiales, tengo que hablarle a ella. En fin, espero estar a la altura de las circunstancias, como quién dice.

A una niñita especial

Camino lentamente hacia el banco en donde se encuentra sentada. Me acerco despacio, y retiro suavemente las flores que se encuentran a su lado. Aquellas que, quienes pasaron por aquí, le dejaron en agradecimiento a su padre. Me siento junto a ella, y me quedo unos momentos en silencio. De fondo, se oye el sonido de los autos pasando por la calle. Cerca de nosotras, todos sus amigos, aquellos que siempre están aquí, le hacen compañía en un respetuoso silencio, dejándola atravesar su duelo. Sé que no debo haber sido la primera, y que de seguro no seré la última. Pero no quería dejar de hacerlo. De expresarle a mi manera, todo lo que ella y su padre, significan para mí. Deslizo mi brazo despacio por su espalda. Acaricio suavemente su pelo intentando tranquilizarla, consolarla, contenerla. Porque sé, que aunque no se vea, ella también, como tantos de nosotros, llora por dentro.

—Hola, bueno, en realidad no sé bien como empezar. Y es que me siento tan pequeña al lado tuyo. Vos que tanto dijiste, que tanto te cuestionaste, que tanto nos enseñaste… No sé realmente lo que se debe sentir perder a un padre. Aún no tuve que pasar por ese dolor tan grande, que seguro estás sintiendo. Pero sí sé, que no debe ser fácil. Perder a alguien que tanto te acompañó en cada momento de tu vida, sin duda a de ser dificilísimo. Pero estoy acá, porque yo también quiero acompañarte. Quisiera que sepas que, si bien tu papá para mí no fue como uno, sí fue como un maestro. Sí, de aquellos maestros que enseñan mucho más de lo que aparece en los libros de historia. De aquellos maestros que, con su arte, sus ideas, nos enseñan a vivir. Y es que claro, llegamos a sentir a esos maestros, como unos segundos padres.

—No no, tranquila. No hace falta que digas nada, no esta vez. Solo tratá de relajarte, que yo estoy acá con vos para acompañarte. ¿Sabés qué? Mientras pensaba en escribirte, se me ocurrió algo muy loco. Pensaba, que a pesar de tener historias distintas, en cierta forma nos parecemos. Vos, sos una niña en historietas, o aquí sentada al lado mío. Y sin embargo, podés expresar emociones como cualquier niña del mundo. Y yo, bueno, solo soy y fui una niña en mi mente. Y por mi apariencia, muchos no me verán como a una mujer. Sin embargo… Bueno, lo mismo que vos. Estoy aquí, intentando expresarte lo que pasa por mi mente. ¿Cómo será de loco el mundo, que a pesar de conocernos, no puede entendernos, no? He visto a tanta gente hablando de tus dichos, de tus palabras, de tus ideas, sin comprender el verdadero sentido del humor de tu papá. A veces es triste que no se entiendan los mensajes que una trata de dar. Pero en realidad, no importa. Porque una de las tantas cosas que tu papi me enseñó, es que con una sola persona que entienda lo que decimos, alcanza. Porque esa persona se lo puede contar a otra, y esa a otra, y así…. Y después, al final, tenemos un enorme mundo de personas, que entienden que, luchar por un mundo mejor, que intentar cambiarlo, desde donde se pueda, realmente vale la pena.

—Sé, que a veces es muy difícil. Que en sí, el mundo tira para abajo, en lugar de para arriba. Pero también sé, que de a poquito, si lo soñamos, si realmente lo deseamos, nuestros sueños de alguna forma, pueden hacerse realidad. Así fue, como quise conocerte, y pasó. Es algo increíble. No sabía que estabas acá, nunca había podido saber como eras, hasta que vine a conocerte por primera vez. Hasta que pude verte en relieve, en braille. He de confesarte que, esta segunda vez, sentí la misma emoción que la primera. Quisiera algún día poder seguir leyéndote, conociéndote, sabiendo más de tu historia, de tus frases, de tus palabras, de todo lo que dijiste, de todo lo que le expresaste a este mundo. Tal vez, si lo deseo, si hago algo para que esto suceda, se dé. ¿Vos qué pensás? En fin, vine para tratar de distraerte un rato, para que puedas pensar un poquito en otras cosas. Espero haberte ayudado. Y como, aunque físicamente hay distanciamiento social, tapabocas y todas esas cosas, en el mundo de la imaginación, todo es posible, se me ocurre que tal vez nos podamos dar un abrazo de despedida. ¿Qué te parece?

Ambas nos levantamos, nos acercamos la una a la otra, y nos fundimos en un gran abrazo que, hubiese deseado que no termine nunca. Cuando nos soltamos, ella vuelve a sentarse, y yo me voy caminando lentamente hacia atrás unos pasos. Luego, me doy vuelta, y dejo el lugar, esperando volver algún día. Todos sus amigos agitan las manos saludándome, hasta que poco a poco, me voy perdiendo de vista.

El encuentro

Como habrán visto en las notas que enlacé más arriba, tuvimos un encuentro con Quino, a raíz de ese proyecto. Y sobre ese encuentro, tengo una anécdota especial, que quisiera compartir. Aunque nunca la cuento exactamente igual, esta es una de esas anécdotas en las que, importa más el mensaje que el contenido en sí. De todos modos, voy a tratar de escribirla lo mejor posible.

Ya estábamos por irnos. Javier, mi amigo, estaba saludando a su sobrina, y yo, al propio Quino. En eso, él, comenzó a contarme una historia:

—Una vez, yo tenía puesta una remera con florcitas, y se acerca mi sobrino y me dice: Por qué tenés puesta una remera de la tía? Y yo le pregunté: ¿Por qué pensás que es de la tía? El me dijo: Porque tiene flores… La historia concluye ahí. Y Quino, con sus propias palabras, me dice: Va a llegar un día en el que la ropa y los colores que usen las personas, no van a importar. Yo sueño con que ese día sea realidad.

Aclaro que, por aquella época, casi nadie sabía que yo soy trans, mucho menos lo podría haber sabido él. Ahí fue cuando entendí, que Quino era mucho más grande, de lo que yo pensaba. Es por eso que, cuando nos dejó físicamente, el pasado 30 de setiembre, a mí en lo personal, me afectó muchísimo. Y le escribí, de forma improvisada, estas palabras que comparto aquí nuevamente.

Para Quino

Publicado originalmente el 30 de setiembre en facebook

Una de las mejores experiencias de mi vida. Una de las cosas más gratificantes. Una de las mejores personas que conocí. Si lo hubiesen conocido personalmente, sabrían que es como en sus obras. Una persona transparente, con ideales firmes. Siempre, del lado correcto de la vida, de la historia, del mundo, de la gente, del alma, de la verdadera humanidad. Sincero, con una pasividad y una bondad, que pocas veces vi en un ser humano. No sé qué más decirte. Gracias, por permitirme conocer a Mafalda. Gracias por crearla. Gracias, por dejarnos hacerla en braille, para que muchos más puedan disfrutarla, como yo lo hacía cuando mis hermanos me la leían.

Gracias, simplemente gracias por existir. Te voy a extrañar mucho. Me hubiese encantado verte otra vez más, tomarnos otra cervecita, y volver a charlar de la vida, como en aquella ocasión en la que nos conocimos. Pero ese hermoso recuerdo, quedará para siempre en mi memoria. Este pequeño texto improvisado, y las lágrimas que espero no lleguen al teclado, son por y para vos. Te quiero genio. Gracias Quino. Gracias por tanto, y de nada por ese pequeño granito de arena que pudimos sumar.

Seré una mujer (texto de 2016)

En esta categoría, como he mencionado en la página de inicio, y en el primer texto que compartí bajo la misma, van a encontrar textos cedidos por sus autores, para ser republicados acá, o publicados directamente. Algunos pueden ser dedicados a mí, y otros sobre temas en los cuales comparto afinidad. Este, pertenece al primer caso. Siguiendo la línea del texto anterior, fue escrito por una amiga para mí, cuando recién estaba iniciando mi transición. Abajo el texto, y al final, el enlace a su blog.

Seré una mujer

Texto inspirado en una amiga que por ese entonces estaba empezando su transición. Hoy, 4 años después, logró tras superar miles de obstáculos ser lo que siempre quiso ser. Una mujer.

Le di los retoques finales a mi maquillaje y me miré en el espejo de cuerpo entero que colgaba en mi habitación. Una mujer me devolvía la mirada desde el cristal. Dentro de mí fue creciendo una poderosa sensación de libertad. Dentro de ese cuarto podía ser yo misma, podía liberarme. Podía ser lo que siempre quise ser: una mujer. Mis ojos se llenaron de lágrimas de alegría. Volví a admirarme en el espejo una vez más. Sus nudillos golpearon la puerta con fuerza.
Me ordenó con su voz amenazadora que bajara a cenar. Me quité rápidamente el vestido, las sandalias y la ropa interior de mujer. Las medias que usaba para simular unos pechos cayeron al suelo y mi maquillaje se disolvió mientras me lo limpiaba. Me vestí rápidamente con esa ropa de hombre que odiaba. Me giré despacio hacia el espejo y un chico me devolvió la mirada esta vez. Un chico aterrado, un chico que quería ser mujer. Un chico que quería liberarse pero que tenía miedo de la reacción de su padre. En mi interior creció la firme convicción de que algún día realmente conseguiría ser mujer. Y me prometí que me enfrentaría al mundo entero de ser necesario. Nadie podría detenerme. Cumpliría mi ansiado sueño de ser mujer. En ese momento me juré que si me caía volvería a levantarme. Levanté con orgullo la cabeza y sonreí. Ese sueño algún día sería realidad.

Acá el artículo original en su blog.

También, les comparto su última entrada. La misma se titula “Hablemos de la violencia invisible“, la cual les recomiendo que lean, ya que, a mí en lo personal, me impactó mucho.

La profe piola

En el tiempo que llevo como docente, siempre fui la profe piola. Sí, esa que se junta a tomar unos mates con los chicos de la secundaria, la que les cuenta historias, con la que se puede hablar de películas, de música, series; la que, a los chiquitos de primaria, les lleva paquetes de galletitas para que todos compartan en el recreo. La que les inventa juegos, les cuenta cuentos… Pero, últimamente siento que ya no solo no quiero seguir siendo piola, si no que además, tampoco sé si quiero continuar siendo profe.

Todo comenzó antes del inicio del ciclo lectivo, el año pasado. Empecé teniendo problemas para ver de lejos. Fui al oftalmólogo, y me diagnosticó una enfermedad degenerativa de la vista. Me dijo que, con el paso del tiempo, iría perdiendo la visión de a poco, hasta quedarme totalmente ciega. Al principio me lo tomé bien, hasta con humor. Y le puse toda la voluntad que pude, para que el proceso, se me haga lo más llevadero posible. Claro que, los primeros tiempos no notaba tanto la diferencia. Pero desde mitad de año, la cosa se complicó, y tuve que solicitar ayuda para aprender como manejarme en la vida. Desde orientación y movilidad para usar el bastón, hasta los lectores de pantalla y el sistema braille. A pesar de todo esto, la escuela primaria en donde trabajaba, le puso toda la buena onda, para que yo pueda seguir dando clases, con la mayor facilidad posible. Hasta qué, un día, todo aquello que temía, empezó a hacerse realidad.

Ya habíamos hecho varias excursiones con los nenes de tercer grado. Conseguir que nos dejen ir fuera de la ciudad, es extremadamente difícil, porque estamos lejos de todo, pero sí podíamos hacer pequeños paseítos. En uno de esos paseos, uno de los nenes salió corriendo, se cayó y se lastimó. No fue nada grave, pero la madre obvio, puso el grito en el cielo, por la forma en la que la escuela, y especialmente yo, cuidábamos a su hijo. Dijo que… No era por discriminarme, pero una maestra que viera bien, podría haber alcanzado a su nene, y no le habría pasado nada. No sé si fue mi culpa o no. Es cierto que, cuando estaba intentando alcanzarlo, en un momento dejé de verlo y ya no supe qué hacer. Pero quienes vieron lo que pasó, dijeron que de todos modos no lo hubiese alcanzado. Claro, son todas suposiciones. La realidad, era que había una maestra que se estaba quedando ciega, un nene que se había lastimado y que era revoltoso como todos los nenes, y una mamá muy enojada. Decidí dejar ese curso, para que la cosa no pase a mayores. Desde la escuela, me siguieron ayudando mucho. Me dijeron de dar clases en la secundaria, que ahí seguro me iba a ir mejor, porque los chicos eran más grandes, y más entendidos. Pero… No siempre las cosas son como uno cree.

Durante las vacaciones, me puse bien las pilas con todo lo que representaba este nuevo mundo de la ceguera. Lo que más me costaba era la computadora. Es re difícil acostumbrarse a usarla solo con el teclado, y encima con un tipo que te está taladrando los oídos todo el tiempo. En el celular es un poco más fácil, más intuitivo. Pero de todos modos, cuesta. También empecé a recorrer los lugares por los que ando usualmente. Desde hacer los mandados, hasta recorrer la escuela para memorizarme como llegar de un lugar a otro, y sobre todo, el salón donde me iba a tocar dar clases. Al momento de escribir esto, mi ceguera todavía no es total. Puedo ver a las personas y las cosas de cerca, y las letras si están en un tamaño más grande. Pero de todos modos, como sabía que tenía mucho que aprender, preferí adelantarme. De día, uso el bastón verde para quienes tienen disminución visual, y de noche, sí o sí tengo que usar el blanco, porque ya no veo nada. Todo esto viene al caso, de lo que voy a relatar a continuación.

Era el primer día de clases. Pasé por preceptoría. La preceptora me dijo que, ya había hablado con los chicos, y que me había dejado la lista con los nombres de los alumnos en un tamaño de letra que yo iba a poder leer sin problemas.

—Puede que entren alumnos nuevos en los próximos días, así que no la tomes como la lista definitiva. Cualquier cosa, te voy a ir dejando listas nuevas, hasta que hayan ingresado todos.

—Está bien, no hay problema. Muchas gracias.

—No, de nada, no es ninguna molestia.

La saludé, y me dirigí al salón. Al abrir la puerta, todos los chicos estaban hablando. Pero se quedaron callados cuando entré. Fui hacia el escritorio, dejé mis pertenencias, y me senté en la silla, para tomar lista.

—Bueno, antes que nada buenos días, yo voy a ser su nueva profesora. Espero podamos llevarnos bien, y tener un lindo año. La preceptora ya les habló de mí. Sé que hay cosas que se nos van a complicar, pero creo que si trabajamos todos juntos, y cada uno ponemos de nuestra parte, tal vez podamos pasar el año sin mayores complicaciones. Voy a pasar a tomarles lista. ¿No sé si alguien tiene alguna pregunta?

Todos se quedan en silencio.

—¿No? Bueno, entonces empecemos. A ver…

Tomo la hoja que se encuentra sobre el escritorio, y comienzo a intentar leerla. La letra parece demasiado chica. Le había mostrado más o menos a la preceptora como tenía que ser, pero todos podemos cometer errores, y es la primera vez que le toca hacer esto, así que, puede haberse equivocado. Me esfuerzo un poco más, y logro entender qué dice…

—¿MELTROZO, DÉBORA? —Grito, mientras todos comienzan a reírse—. ¿Está Débora Meltrozo?

Continúan riéndose, esta vez a carcajadas.

—¡Aaah! ¿Muuuy graciosos, no? Burlándose de la profe nueva. ¿Bueno, a ver, donde está la verdadera lista?

Un alumno me la alcanza, y esta vez sí, puedo leer los nombres sin problemas. El día continúa sin sobresaltos. Todos parecen prestar atención a la clase. Decidí empezar con un repaso general en lengua y matemáticas, para ver qué recordaban del año pasado. Al final del día, les pedí las hojas con las tareas, y terminamos la clase.

Cuando estuve en mi casa, empecé a revisar las tareas. Agrandaba la letra con una lupa, y, como no tenía la lista definitiva, les asigné un número a cada alumno, dependiendo del lugar en donde estuviesen sentados. Es decir, el número uno es el de la fila de adelante cerca de mi escritorio, el número dos el que está al lado, y así hasta el fondo. Como, si estoy lejos no veo sus caras, y es poco el tiempo en el que estoy cerca, tenía que encontrar una forma de identificarlos sin mirarlos, y sin saber todavía como se llama cada uno. Sé que en algún momento, iba a empezar a asociar sus voces con sus nombres, y con ese número que les asigné. Pero ese momento, distaba de estar cerca.

Segundo día. Repetí la misma secuencia con la preceptora, y me dirigí al salón. Tomé la lista, y comencé a intentar leer, nuevamente.

—¿MELTROZO, ROSA? —Comenzaron a reírse nuevamente—. ¿Aaah, ella es la hermana, no? Muy graciosos, otra vez el mismo chistecito. Bueno, está bien. ¿La verdadera lista, dónde está?

Me la alcanzaron, y pude continuar con la clase.

—No pude terminar de corregir sus tareas, así que me van a tener que esperar hasta mañana. Los métodos que estoy tratando de utilizar, son efectivos por ahora, pero las cosas cuestan un poco más. En fin, empecemos con la clase de hoy.

Estuvieron mucho más dispersos. Los escuchaba murmurar, susurrar, pasarse cosas los unos a los otros… Al final, terminamos la clase, de nuevo tomé sus tareas usando la misma numeración para tratar de saber quién era quien, y me llevé las hojas a casa. Terminé de corregir lo del día anterior, y empecé con ese. Empecé a encontrar cosas muy extrañas. Los nombres que me dieron cuando se los preguntaba, no coincidían ni con los de la primer tarea, ni con los de la segunda. Entonces, tomé como base los de la primera, ya que supuse que luego me habían empezado a mentir. Creo que por lo menos pude identificar al chico nuevo que entró el segundo día. No sé si no le dijeron de la bromita, o si no quiso participar. Pero la verdad, es que ya me estaba dejando de parecer gracioso. La segunda tarea, era todo prácticamente un desastre. Dibujos obscenos, insultos, cosas entremezcladas… Encima, tuve que revisar todo sí o sí, no podía dejar las cosas al azar, o decir a dedo que todos quisieron hacerlo mal. Pero una vez terminé, exactamente eso, era lo que había pasado. Y todavía, me faltaba solucionar el problema de la lista, si no quería encontrarme con alguna otra parienta de las señoritas de estas dos primeras clases. Lo que hice, fue copiar la lista entera de nombres, en braille. Y, si la preceptora me decía que había algún otro alumno nuevo, lo agregaría al final. Si no, continuaría con mi lista.

Al día siguiente, hablé con la preceptora, y me quedé un ratito más comparando la lista con ella. No quise comentarle nada de las situaciones que me habían ocurrido con los chicos. No quería que se los rete. No creo que lo hayan hecho porque sean malos, si no que les habrá parecido divertido. Fui al salón, tomé la lista del escritorio, hice de cuenta que iba a leerla, y la hice un bollito, y la tiré a la basura. Se quedaron impresionados.

—¿Profe, se enojó? Acá está la verdadera lista, tome. —Me dijo uno de ellos.

—No, no se preocupen. Yo tengo mi propia lista.

Saqué las hojas en braille, y comencé a leerlas. Todavía me cuesta mucho, no leo tan rápido, por lo que me tomó bastante tiempo. Pero con práctica, sabía que podía lograrlo. Quedaron aún más impresionados. Pero eso, no era todo lo que les tenía preparado…

—Atención chicos, acá están sus tareas. Para cada uno, la ordené de la siguiente forma. Están abrochadas con ganchitos. Tarea del primer día, corrección. Tarea del segundo día, corrección. Y al final, a cada uno le pegué un cartelito con su nombre, para que, tanto ustedes como yo, sepamos quienes son. Porque me parece que se les olvida a veces… ¿No? En fin, si alguno no se acuerda de como se llama, podemos preguntar en preceptoría, o mejor todavía, llamar a sus padres. Tal vez ellos sepan los nombres que les pusieron…

Algunos días después, llegó un golpe de suerte, una oportunidad de que todos nos relajemos un poco. Siempre se suelen hacer solicitudes de viajes a lugares que están en la capital. Pero, debido a que estamos lejos, como mencioné más arriba, esas solicitudes a veces no se aprueban, o la aprobación llega demasiado tarde. Y este fue el caso. La directora me informó que el curso del año anterior, había hecho una solicitud para ir al museo de ciencias naturales. Pero que esta aprobación no había llegado si no hasta ahora. Desventajas de vivir, en el interior de la provincia. Así fue, como mis alumnos y yo, nos ganamos un viaje al museo. Tuvimos varias dudas de como nos íbamos a organizar. El viaje era largo, y la cantidad de horas que íbamos a estar ahí, era equivalente a las que teníamos de ida y vuelta. Un desastre. Pero bueno, como dicen, a caballo regalado…

Debido al escaso personal que tenemos en la escuela, no se me pudo asignar un acompañante. Pero se les habló a los chicos para que me ayuden, y me acompañen en el museo, en caso de que lo necesite. También, habían especificado a través del ministerio de educación, que íbamos a hacer la visita, y que había una persona con discapacidad. En fin, el día acordado nos reunimos bien temprano en la plaza central de la ciudad con los alumnos, y emprendimos viaje. Para la media mañana, teníamos unos alfajorcitos. Llevamos termos con agua caliente, y para tomar mate, café o té. Todo iba bastante bien, hasta que llegamos. Nos presentamos en la entrada del museo, di el nombre de la escuela y de donde veníamos, pero nos dijeron que no estábamos en la lista de escuelas que iban a visitarlo ese día…

—No, lamentablemente no, no están. Y mucho menos tenemos especificado que usted tenía una discapacidad. Le pedimos mil disculpas, pero no podemos ayudarla.

—¿Pero, y ahora que hacemos? No podemos volvernos. Vinimos de muy lejos. Pagamos el micro, llenamos todos los papeles. Le pido por favor que trate de darnos una solución.

—Está bien, déjeme ver qué puedo hacer. Espérenme un momento acá por favor.

La verdad, no se me ocurrió qué pudo haber pasado. Evidentemente hubo una falta de entendimiento entre el ministerio, la escuela, el museo… Nos quedamos en la entrada un rato, hasta que volvió, y nos dijo:

—Bueno, podemos dejarlos pasar, pero no vamos a poder asignarle un guía o acompañante. Le pedimos mil disculpas. No sabemos de quién fue el error, pero es lo único que podemos hacer.

—Está bien, no hay drama, yo me arreglo con los chicos.

—Bueno, pueden pasar. Acá les dejo un mapa del museo para que puedan circular por el mismo sin problemas. —Estiré la mano para agarrarlo, pero ya se lo había dado a la alumna que me hacía de guía.

Ingresamos, y comenzamos a recorrerlo. Había tratado de investigar todo lo que encontré sobre el museo, y sobre lo que presentaba en sus distintas secciones y muestras, para poder ir dándoles una clase, aunque sea resumida. Pero claro, yo contaba con que íbamos a tener guía, y no fue así. Y el echo de no tener un acompañante o asistente, complicaba las cosas todavía más. A medida que pasábamos por las distintas secciones, fui notando que se dispersaban. A veces se alejaban un poco de mí, y ya no podía verlos. El alumno que me acompañaba de repente era otro. Muchos no prestaban atención, o estaban con los celulares, o hablaban y se reían. Mientras intentaba dar la clase, me caían bollitos de papel en la nuca, y al darme vuelta, evidentemente no había nadie. Intenté llamarles la atención, pero claro, era muy difícil si no podía ver en donde, y qué estaba haciendo cada uno.

Así las cosas, llegamos al fin a una de las secciones más conocidas del museo; la de los dinosaurios. Todos se quedaron callados. Empezaron a prestar atención. Pude empezar a explicar todo lo que sabía, todo lo que había estudiado. Logré llegarles con un tema que, al parecer realmente les interesaba. Estaba impresionada. Jamás me había sucedido esto con este curso. Sentía que, tal vez, a partir de ahí, las cosas podrían empezar a cambiar.

—¿Disculpame, estás estudiando? —Me dijo una señora mientras me tocaba suavemente el hombro para no asustarme.

—¿Quién, yo?

—Sí… Bueno, lo que pasa es que te vi solita acá, y como estás con el bastón y hablando, no sé si estás estudiando o estás perdida.

—Ah… Sí… estoy estudiando, pero ya terminé. ¿Podría acompañarme a la salida por favor?

—sí claro, no hay problema, yo te llevo, quedate tranquila. Tenés que venir con alguien, no tenés que andar solita. ¿Vos andás solita para todos lados? No deberías, con lo peligroso que está todo. ¿No tenés quién te acompañe? ¿Te espera alguien afuera?

—No se preocupe, usted déjeme en los escalones de la salida, que yo ahí me arreglo.

—¿Segura? Bueno, si vos lo decís, está bien.

Llegamos, me dejó ahí, me dio más consejos de seguridad, y se fue. Me fijé la hora, y faltaba todavía media hora para que salgamos. Lo que creo que sucedió, fue que, despacito, calladitos y haciendo el menor ruido posible, se fueron del sector, mientras yo estaba hablando.

Quince minutos después, llegó el chofer del micro. Le expliqué la situación, esta vez sí, ya no pude ocultarlo. Me dijo que subiera, y me quedara tranquila. Que él iba a fijarse que todos salgan y suban al micro. Y así lo hizo. Un rato después, arrancamos. Me senté al fondo, y sin decir ni una palabra a nadie, comencé a escribir estas líneas que están leyendo ahora. Por último, cuando faltaba poco para llegar, me levanté de mi asiento, fui hacia el frente, y les dije lo siguiente:

—Saben chicos, cuando yo tenía su edad, no hace tanto tiempo tampoco, no se me cruzaba ni por casualidad por la cabeza, que iba a quedar ciega. Ni en lo más profundo de mi mente, me lo hubiese imaginado. Pero hace un tiempo, me encontré con esta realidad. Y, aunque intento enfrentarlo y sobrellevarlo de la mejor forma posible, entiendo que no todo depende de mí, como les dije el primer día. Las personas con discapacidad, somos capaces de hacer muchísimas cosas. Pero entendemos también, que para muchas otras, necesitamos ayuda. Esa ayuda, no precisamente tiene que venir de ustedes, claro que no. Pero si hubiesen facilitado un poco las cosas, este viaje, no habría sido en vano. Porque tienen que aprender a reconocer dos cosas. Primero, es el sacrificio que, tanto sus padres como la propia escuela, hacen para que ustedes puedan viajar, y conocer lugares y obtener conocimientos y experiencias que, de otra forma no podrían. Y segundo, que, discriminar y burlarse de alguien, ya sea por su discapacidad, o por cualquier otra razón, no está bueno. Porque así como se burlan de mí, tal vez, el día de mañana, aunque espero que no, puede que alguien más se burle de ustedes. El respeto, la comprensión, el entendimiento hacia el otro, es lo que va a hacer un mundo un poco más justo para todos, incluso para ustedes. No sé si voy a poder seguir dándoles clases. Pero espero, que esto que les digo, les sirva de algo. Espero que aprendan a respetar a los demás, pero también, y más importante todavía, a respetarse a sí mismos. Que entiendan que, cada pequeña acción, cada palabra, tiene valor, y que tiene consecuencias en las personas. Y que estas consecuencias, pueden ser tanto positivas, como negativas. Y el decidir como nos comportamos frente a los demás, y a las distintas situaciones que nos tocan vivir, depende exclusivamente de cada uno de nosotros. Muchas gracias.

La búsqueda

Esta entrada, es la tercera parte de una trilogía. Si no leíste la primera (El encuentro) y la segunda (La Parca) te recomiendo que las leas. Podés acceder a ellas a través de la etiqueta La Muerte.

Es tarde. No sé que tanto, pero más de la 1 de la mañana seguro. No puedo dormir. Como tantas otras veces, no puedo dormir. A la noche, cuando estoy sola, cuando solo mi propia mente me habla y me escucha, es cuando mis miedos y preocupaciones afloran. Es cuando comienzo a hacerme preguntas, para las que no tengo respuestas. Empiezo a dar vueltas en la cama. Muchas veces intento ver una película, leer un libro, empezar una serie que me interese, escuchar música relajante, o algo que me tranquilice, como alguno de mis discos favoritos. The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, El mal querer de Rosalía (sí, así de complicada soy) o algún otro que me distraiga, que me haga pensar en otras cosas. Entre todo eso y meditar o practicar reiki, casi siempre me termino durmiendo.

Esta vez, nada funciona. Y no es que haya intentado todo eso. No tengo ganas de intentar nada siquiera. Es como si, de un momento a otro, las ganas de hacer algo, se me hubiesen apagado por completo. Me siento una extraña en mi propio cuerpo, en mi cama, en mi casa, en el mundo. Siento como si no tuviese que estar aquí. ¿Y si yo no estaba tan equivocada? ¿Y si en realidad, antes no era mi hora, pero ahora sí? ¿Y si ella viene finalmente a buscarme?

Intento relajarme. Estoy boca arriba y con la cara destapada. Pongo mis brazos al costado del cuerpo, y trato de cerrar los ojos, y de a poco, no pensar en nada. Me imagino a mí. Imagino que me voy haciendo pequeña. Cada vez mi tamaño disminuye más y más. Si alguien quisiera verme, no podría. Soy ya tan pequeña, que ni yo misma puedo distinguir cuan diminuto es mi propio cuerpo. Soy como un punto en una pared. Como un granito de tierra. Como un pedacito minúsculo de piel que se despide del cuerpo. Como un microbio. Puedo moverme. puedo salir, puedo volar. Me dirijo hacia el pequeño espacio que queda entre las 2 ventanas corredizas de mi habitación. Salgo por ahí, paso por entre uno de los agujeros de la reja, y comienzo a volar. Empiezo a recuperar mi tamaño, hasta que vuelvo a ser como siempre. Continúo volando. La mayoría de las ventanas de los edificios y casas cercanos se encuentran cerradas, y con las luces apagadas. Solo alguna que otra persona no podrá dormir todavía. Desciendo a la calle. Las que hasta hace un poco más de un mes, se encontraban repletas de vida, hoy parecen postales tristes de una casa abandonada, cuyos propietarios siguen manteniéndola limpia, por si algún día la vida regresa a como era antes. Aquellas, en las que pasaban muchos autos por día, ahora solo tienen un colectivo esporádicamente, y un auto cada tanto. Incluso en las avenidas que antes estaban tan concurridas, hay momentos en los que no pasa nadie. Algunos sí viajan, claro. Los que tienen que ir o volver de trabajar. Pero incluso para ellos, cuyas rutinas laborales prácticamente no cambiaron, observar esta ciudad tan distinta les genera una sensación que no pueden explicar. Floto a centímetros del asfalto. Continúo recorriendo la ciudad. Cada vez me alejo más. No sé donde voy, no sé qué estoy buscando, no sé por qué estoy haciendo esto. ¿Y si alguien me ve? ¿Puede decirse que estoy violando la cuarentena?

Una ambulancia pasa cerca mío a toda velocidad. Un patrullero pasa a los pocos minutos. Un chico en una moto de una empresa de delivery pasa después. Un camión se para en una estación de servicio a cargar combustible. Muchas cosas continúan pasando como antes, pero a un ritmo más lento. Es como sí, además de ponerle pausa a ciertas cosas, a otras, las hubiésemos puesto a una velocidad menor. Voy hacia los lugares más transitados usualmente. Los subtes, los mercados, las plazas. El alumbrado público permanece expectante hasta que tenga a alguien a quien iluminar. Tal vez estoy desvariando. Tal vez me volví loca. Tal vez estoy soñando. Tal vez estoy despierta. Tal vez, todas esas cosas al mismo tiempo. ¿Qué buscamos cuando salimos? ¿Qué buscamos cuando tratamos de escapar de la realidad? ¿O, por el contrario, qué buscamos cuando no estamos conformes con ella, cuando queremos cambiarla, modificarla, adaptarla a lo que queremos? ¿Qué hacemos con eso que teníamos tan por seguro, pero que ahora no nos deja dormir?

Sigo avanzando. Me encuentro en la plaza de mayo. Sí, en uno de los lugares más icónicos de todo el país. Miles de luchas, miles de reclamos, miles de voces aparecen impregnados como una marca distintiva en este humilde y pequeño espacio. Más de 200 años de historia, que hoy se encuentran acallados, pero jamás enmudecidos. Gritos de júbilo, de bronca, de desesperación, de ira, enojo, alegría, tristeza, llanto. Todas las emociones que podemos tener, se sentían como propias, pero a la vez reflejadas en multitudes, que estaban acá por lo mismo que vos, que yo, que todos. ¿Te imaginás? ¿Cientos de miles de personas marchando para exigir barbijos, alcohol en gel, comida, agua, luz, un celular o una compu para estudiar? Pero no, no se puede, eso no se puede, no se debe, está mal. La libertad, se convirtió en un síntoma de una enfermedad que no todos tenemos, pero que cualquiera puede tener. Y eso, es lo que la hace diferente, especial, hasta podría decir que, temible y terrorífica. Tanto así, que hasta salir de nuestras casas con todas las precauciones que podemos tomar, nos da miedo. ¿De qué manera podemos proteger a los demás, si se nos hace tan difícil protegernos a nosotros mismos?

Decido volver. No encontré respuestas, solo más preguntas. ¿Qué busco? ?Dónde? ¿Por qué? Siempre extrañamos lo que no podemos tener. Lo que antes nos parecía tan cercano y familiar, hoy es un lujo que nadie puede darse. Es un arma, un puñal por la espalda. Y no es que no quieras confiar en nadie, solo que no podés hacerlo. Porque, ni siquiera podés confiar en vos. Ni siquiera podés tener la certeza de que estás haciendo lo correcto, de que no tenés, y no podés contagiar la enfermedad. ¿Entonces, como podrías hacer lo mismo con los demás?

Voy por las calles mirando, escuchando, tratando de sentir. Me paro en las esquinas un rato, esperando que algo pase, que alguien llegue, que alguien pase. Miro a través de las ventanas cerradas tratando de encontrar aquello que ando buscando. ¿Pero, qué es? ¿Quién es? ¿Dónde está el Príncipe Salvador que rescata a las princesas en peligro en los cuentos de hadas? ¿Dónde están aquellas que no necesitan ayuda, y a las que solo les bastan sus propios poderes, habilidades y fortalezas para salvarse? ¿Dónde están los héroes y las heroínas que rescatan a la humanidad de las fuerzas malignas? No, lo sé, no estoy tan loca como para no saber que todo eso no existe. No soy tan infantil como para no entender que los cuentos de hadas, son solo eso, cuentos. Es solo que tal vez, tener una visión más superficial de todo, sería más fácil. Tal vez, creer que va a llegar el milagro, la solución de algún lado, sería mucho mejor que enfrentarse a la realidad. Porque sí, hay héroes. Son los médicos, enfermeros, personal de limpieza, cocineros, que salen todos los días para ir a los hospitales. Es el pibe del delivery que te trae la compra a tu casa para que no tengas que salir. Son los que se quedaron sin ingresos, y tienen que salir de todos modos a darles de comer a sus familias. Sí, son héroes. Pero también son humanos. Como vos, como yo. Y no tenemos que olvidarnos de eso. Y recordar que, a pesar de que son héroes, también tienen que cuidarse para no contagiarse, también tienen miedo de enfermarse, de infectar a sus seres queridos, y de morir, al igual que nosotros.

Ya está amaneciendo. Las veredas se encuentran repletas de las hojas secas que, en el otoño se caen, para dar lugar a otras que florecerán en primavera. Tal vez, somos como las hojas de estos árboles. Caímos, pero pronto volveremos a florecer. Mientras tanto, sigamos buscando eso que nos mantiene vivos, para que ella, no tenga que venir a buscarnos. El día sigue su curso. La gente comienza a despertarse, a salir. Los tapabocas como distintivos de una especie que, por primera vez, en su totalidad, tiene al menos una noción de lo que es estar enjaulados, y usar un bozal. Tal vez, esto sirva, no para encontrar algo afuera, si no, para encontrar algo más en nosotros mismos. Tal vez, y solo tal vez, esto sirva para que, al menos algunos, nos demos cuenta del daño que le hacemos al planeta, a las otras especies, a la propia humanidad. Espero que sea así. Porque si no, el pensamiento de que todo va a volver a ser exactamente como era antes, no es muy alentador.

Regreso a mi cama. Poco a poco vuelvo a recuperar mi cuerpo, y la sensación de todo lo que me rodea. Antes de ser totalmente consciente de mi misma nuevamente, escribo lo siguiente:

Hasta luego, señora muerte. Perdón por tanto divague, supongo que, parafraseándome a mí misma con lo de los árboles, me fui por las ramas. Pero bueno, que le voy a hacer, a veces soy así. Le dejo muchos saludos, y de verdad espero no volver a verla en mucho tiempo.

El encuentro

Esta publicación, es la primera parte de la trilogía “La Muerte”. Podés acceder a la trilogía completa acá.

Camino por un oscuro pasillo. Se supone que está iluminado por luces tenues y espaciadas, pero debido a que soy ciega, no las puedo ver. Mi grado de ceguera, solo me permite distinguir la luz de la oscuridad, y cuando está soleado o nublado.

Jamás pensé que iba a venir hasta aquí. Tantas veces estuve cerca, que siento que, a pesar de nunca haber recorrido este camino, se me hace familiar. Es como sí; ya hubiese pasado por acá, o como si hubiese soñado con él en algún momento. Aunque este viaje fue muy inesperado, decidí vestirme para la ocasión, espero sea de su agrado. Tengo un vestido negro largo hasta los pies, y unos zapatos también negros, cuyos tacos, resuenan en el eco de este largo pasillo. El vestido es abrigado, ya que sabía que a medida que me fuese adentrando en este lugar, la temperatura ambiente iba a ir descendiendo considerablemente. Continúo caminando. Como siempre, mi cabeza no se queda quieta ni en las situaciones más límites y desesperantes. Trato de imaginar su voz, su forma de hablarme, de expresarse… ¿Se habrá enojado conmigo? Digo, sé que no le hice nada realmente; pero… qué se yo, jamás tuve la posibilidad de estar tan cerca. Pienso en mi vida, en mis cosas, mi casa, mi familia, todo aquello que, de un momento a otro tenemos, y luego…

Me choco de frente con la puerta. Siempre me pasa lo mismo. Puedo tener el bastón, llevar las manos adelante, y aún así, si voy distraída, me voy a chocar cualquier cosa que tenga en frente. Creo que muchas veces habrán pensado que soy una tarada. ¿Pero, tenía que pasarme justo ahora? ¿Justo cuando voy a uno de los encuentros más importantes de toda mi vida? ¿Esperen… Vida? ¿Está bien decirlo así? ¡Ay, estas cosas me confunden!

Toc, toc, toc.
Sí, sé quien sos, dale, pasá, te estaba esperando.
Muchas gracias le respondo.

Abro la puerta, y entro a una habitación extremadamente oscura. Es tanta la diferencia, que puedo distinguir por la puerta todavía abierta detrás de mí, la claridad que iluminaba el pasillo. Y eso, considerando que en los últimos tramos, las luces, según sabía yo, eran casi inexistentes. Cierro la puerta, y me quedo parada, esperando…
Adelante tuyo, a apenas unos pasos, tenés una silla. Sentate. Estoy revisando algunas cosas. Termino y enseguida estoy con vos.

Es una voz grave, sí; y de una persona mayor, pero nunca pensé que pudiera ser así. La imaginaba tétrica, poderosa, hasta terrorífica. Por el contrario, es cálida, suave, e inspira confianza.
Bueno, ya estoy. ¿Contame, porqué estás acá?
Em, no sé, creí que tal vez… no sé…
—¿Había llegado tu hora? No, lo siento, pero todavía no.
—¿Lo siente? ¿Enserio?
Sí, enserio. ¿Sabés? Te me venís escapando de chiquito… Ay, perdón, chiquita. No me acostumbro a estas cosas todavía.
Sin embargo, usted se llevó a muchas de nosotras.
Es mi trabajo, es lo que me toca hacer. Pasándolo a términos tuyos, soy una trabajadora más. Acá, no mando yo. Igual, no es llevar precisamente lo que hago. Digamos que los acompaño, los ayudo a pasar al otro lado.
—¿Me va a ayudar a mí también?
Sí, cuando te llegue la hora, claro. Pero todavía no es. Igual, convengamos que esta vez estuviste bastante cerca. Si te hubieras caído un poco más para el costado, estaríamos hablando en otros términos.
No sé exactamente qué me pasó, todavía no me desperté, así que no puedo decir nada. ¿Cómo sé que no me está mintiendo? ¿Cómo sé que puedo confiar en usted?
Mirá, en primer lugar, si estuvieras muerta yo te hubiese ido a buscar a vos, y no vos a mí. ¿En segundo lugar, es enserio? ¿Qué ganaría yo con mentirle a la gente? No, no soy yo la que gana algo con eso, creo que te estás confundiendo.
Está bien, no se me enoje, entienda que no es fácil hablar con usted. Estoy un poco nerviosa en realidad.
—No pasa nada, te entiendo. Sigamos.
—¿Me imagino que no va a responder todas mis preguntas, no?
No, claro que no. Pero vos hacelas, y voy a responder las que pueda, como hasta ahora. Igual, no tengo mucho tiempo, así que te voy a pedir que seas lo más breve posible.
—¿Por qué? O sea, disculpe la intromisión. ¿pero, tiene más trabajo que antes?
—No, realmente no, la gente fallece todos los días. Esta situación con la pandemia, solo me da a mí una perspectiva diferente, una forma distinta de trabajar. Pero hay miles de personas muriendo por otras miles de razones. Es más, siendo sincera, las muertes por esta enfermedad, no son tantas a comparación de las que mueren por otros motivos. Claro que no lo estoy minimizando, no. Solo es una comparación numérica, en cantidad de personas. Para mí, se sumó una razón más a la de la lista por las que muere la gente, y eso lo hace interesante. Pero en sí, el problema lo tienen ustedes, no yo. ¿Pero decime, por qué estás acá? ¿No es para hablar de la Covid19, no?

—No. O bueno, sí. Pero tal vez no de esta manera. Lo que pasa, es que, pienso que es tan injusto todo esto. Tal vez nos cuidamos de esta enfermedad, tomamos todas las precauciones, y tratamos de proteger a quienes son factores de riesgo. ¿Pero, quienes protegen a los que mueren por otras razones? ¿Quienes protegen a los que pueden morir de hambre, víctimas de femicidios, quienes mueren por crímenes de odio?

—Esas preguntas, no son para mí. Son los propios seres humanos los que no se protegen a sí mismos. La diferencia con el virus, es que no hay forma alguna de evitarlo. Que es muy contagioso. Que puede agarrarle a cualquiera, incluso a ellos. Ese es el miedo realmente. El miedo a algo sobre lo que no tienen control. Los crímenes de odio, los femicidios, es algo que no se contagia, y que no afecta a toda la gente. Pero me estás haciendo perder el tiempo, porque estas cosas, ya las sabés. Estás buscando a alguien que te de explicaciones, que ya están en tu cabeza.

—Sí, lo sé. Es cierto. Es que tratar de explicar lo que siento, se me hace difícil. Tengo miedo. Tengo un miedo terrible. Es el miedo que tenemos todos, que se yo. Pienso que, no sé… ¿Y si me equivoco en algo? ¿Y si no desinfecto bien alguna cosa, la ropa, la comida, a mí misma? ¿Es como si cada vez que saliera, estuviese jugando a la lotería, pero al revés. ¿Hoy no me tocó, pero y si mañana sí? ¿Qué hago si por alguna cosa que haga mal, pongo en riesgo a la gente que quiero?

—Son muchos supuestos. ¿A qué le tenés miedo realmente? ¿A mí? Es normal tenerme miedo. Todos me temen. No directamente, claro. Pero todos tienen miedo de salir y ser chocados, asaltados y asesinados, de enfermarse de algo que no tenga cura, de morir por alguna razón que no pueden controlar. Tratás de tomar la mayor cantidad de precauciones posibles. Todos lo hacen, o al menos la mayoría. Si te equivocás en algo, si algo está contaminado y no lo desinfectás bien, no podés culparte por eso. Hacer todo lo que se puede, es mucho mejor que no hacer nada.

—Lo entiendo, muchas gracias. ¿Y las razones que sí podemos controlar? Son una forma de evitarlo, de retrasarlo, o eso creo.

—Sí, inevitablemente, tarde o temprano todos van a morir. Todos excepto yo, claro. Pero incluso vos, y no tenés forma de evitar eso. Solo podés hacer cosas para que ese momento, no llegue pronto. O, mejor dicho, para que no llegue, si no querés que llegue. Cuidarte de esta enfermedad, es una forma de que no llegue por algo que es evitable. Pero también, te podés cuidar de otras formas, y me parece a mí que es por eso por lo que estás acá.

—Sí, es por eso. ¿Pero a la vez me pregunto, no es que en realidad, la estoy buscando?

—¿Vos a mí? ¿Estás segura de lo que estás diciendo? No, no, no creo que sea así. Me parece que estás siendo un poquito irresponsable, nada más. Hay cosas que no te las estás tomando con la seriedad que requieren, y eso es lo que te viene llevando desde hace rato, a estas situaciones. Es como cuando les dicen a los niños, portate bien. Lo hacen un tiempo, pero después vuelven a portarse mal de nuevo. Por ahí, deberías tratar de dejar de actuar como una niña, y tomarte tu vida más enserio. El fumador, el alcohólico, tienen una dependencia, es una enfermedad. ¿Lo tuyo, qué es?

—De todas las personas que pensé que me iban a retar, no se me cruzó ni por casualidad, que usted fuese una de ellas. Es difícil. Por el contexto, porque es todo nuevo, porque siempre se me presentan dificultades que me complican las cosas.

—¿Enserio? Mirá vos. Dale, seguí buscando excusas. Sos la única que puede cambiar su ritmo de vida. Solo tenés que proponértelo, y hacerlo. No hay nada más que nadie pueda hacer. ¿Cómo? Eso, ya es cosa tuya. Volviendo a lo de antes, no me estás respondiendo algunas preguntas vos a mí. Creo que me estás ignorando, y como te dije, no estoy para perder el tiempo. ¿Podés ir al grano?

—Como le dije, se me hace difícil explicarme. Es que hay tantas cosas que quisiera saber, que no sé muy bien como seguir. Usted me dijo que, yo no la estoy buscando. ¿Cómo diferencia a los que sí?

—Hay gente que se acerca al peligro, que se arriesgan, que cometen actos que para la mayoría pueden resultar irresponsables, solo para acercarse a mí, y demostrar que pueden “vencerme”, entre comillas, claro. Porque nadie puede vencerme. Son miles las razones por las que lo hacen. Pero no son ellos a quienes me refiero. Si no, a aquellos que no pueden más. A los que no encuentran otra solución, más que buscarme. Porque el resto de las opciones se les agotaron, o no fueron suficientes para ellos. Les es muy difícil continuar en su mundo, cuando las cosas dejan de tener sentido.

—¿También, hay otros que no se resignan, verdad?

—Sí. Es tu caso. Estuviste cerca mío varias veces. Sin embargo, seguís allá, no tenés ganas de venir. Se ve que hay mucho que querés hacer todavía, y eso es lo que te hace seguir adelante, y enfrentarme.

—No voy a hablar de eso todavía, prefiero dejarme para el final. Es la razón por la que no respondí a sus preguntas. ¿Qué pasa con aquellos a los que usted les llega de repente? ¿Qué sienten? ¿Cómo se lo toman?

—Algunos ni siquiera se dan cuenta al principio. Solo llegan, y los acompaño. Se los trato de explicar, pero no logran comprenderlo. Otros, no pueden venir. Debido a situaciones pendientes en sus vidas, quedan dando vueltas en su mundo. Es difícil llevarlos, y a veces necesito ayuda para hacerlos cruzar al otro lado. Pero, por otro lado, hay quienes sí saben que voy a ir a buscarlos. Son los enfermos terminales, por ejemplo. Ellos saben que estoy cerca, que en cualquier momento llego. Algunos se resignan, mientras que otros resisten, y no quieren venir conmigo.

—Cuando un ser querido se nos va y no lo esperamos, es difícil sobrellevarlo. Es difícil seguir acá, con proyectos y sueños, sabiendo que esta persona ya no va a poder concretar los suyos. ¿Usted, qué opina de esa sensación?

—Creo que en muchos casos es un acto reflejo. ¿Si a él le pasó, por qué no podría pasarme a mí? Al fin y al cabo, es lo que te decía antes. Todos me temen. Todos temen que de algún momento a otro los vaya a buscar. Y está bien que sea así, es normal. Lo único en la vida que no tiene solución, soy precisamente yo.

—Pero yo no le temo, o al menos no así.

—Al fin algo que me interesa escuchar.

—Sí tengo proyectos, sueños, cosas que quisiera hacer. Y sí tengo miedo de no poder concretarlas si me muero. Pero, me molesta el hecho de ya no poder estar con mi familia. Pensar en todo lo que me perdería en el futuro si yo me fuera, pensar en qué o cómo podrían hacer ellos para seguir, es lo que realmente me da miedo.

—¿Y si te digo que te mentí? ¿Y si te digo que esta es tu hora, y que todo esto es una preparación para cruzar la puerta? Al fin y al cabo, ya estás acá, y nunca antes estuviste. Es más, estás vestida para la ocasión. ¿Qué más faltaría? Es la hora, tenés que venir conmigo.

Me levanto de la silla y me paro frente a ella.

—Bueno, está bien, vamos. Yo se lo dije, no tengo miedo, no es esa la cuestión. Si usted me dice que nos vamos, no tengo forma de evitarlo. Ya lo dijo usted misma. Es inevitable, y no tiene solución. Entonces, vamos, estoy lista. Y si es mentira, no importa. El día que llegue mi hora realmente, también voy a estarlo, sea en el momento que sea. Esto no quiere decir que me quiera morir. Quiero vivir, y poder concretar todo lo que anhelo. Y poder estar y disfrutar la vida con la gente que quiero y que me quiere. Pero también la respeto, y entiendo que si me viene a buscar, ya no hay nada que pueda hacer. No le podría insistir para que me deje hasta que las cosas estén como yo deseo.

—Deberías entender que en su mundo, nadie es imprescindible. Que por mucho o poco que hagas, siempre te va a quedar algo por hacer, por conocer, por buscar, por realizar, por soñar, sentir, pensar… Sus vidas están llenas de incertidumbres. De idas y vueltas. De subidas y bajadas. De momentos buenos y malos. No tenés que pensar en lo que no podés hacer, si no en lo que sí hiciste, y lo que estás haciendo. No importa lo que sea. Para cada persona, los logros son diferentes, y tienen distinta importancia. Están tan preocupados por lo que no pueden, o no van a poder hacer, que no se ocupan de lo que sí hicieron, o pueden seguir haciendo. Encontrar una razón más para vivir está bien, pero no si esa razón te lleva más cerca mío. Encontrar cosas que hacer, que aprender, tiene que servir para darte cuenta, que hoy sos una persona mejor que la que eras ayer. Lo que sucede, es que vos, y tantos otros, no se lo llegan a creer. Cada vez que hagas algo nuevo, algo bueno, recordá que estás haciendo algo mejor para vos, y para seguir buscando un nuevo motivo para vivir. Así, cuando yo llegue a buscarte, vas a hacer un balance positivo de lo que tenés y lo que dejás, en lugar de uno negativo. No, no es tu hora. Es más, ya tendrías que ir volviendo. Yo también tengo mucho que hacer. Adiós, hasta algún día.

El suceso

Hace poco, me dolía mucho el estómago. Fui al baño porque tenía náuseas. Ahí empecé a marearme. Intenté sostenerme de la puerta y el lavamanos, pero no resultó, y me desmayé. Caí dentro de la bañera, con la cabeza y la espalda contra la pared del costado de la misma, y las piernas colgando hacia afuera. A mi izquierda, aunque un poquito lejos, estaba la canilla de abajo de la ducha. Estuve un minuto inconsciente hasta que recuperé el conocimiento, y pude pedir ayuda a mi familia. Cuando llegaron, ya estaba levantándome sola. Estoy bien. Tengo que cuidarme de no comer mucho ciertos tipos de harinas, parece que eso es lo que me inflama cada tanto.

Por supuesto, este diálogo nunca ocurrió, es totalmente ficticio… ¿O no? No lo sé, no recuerdo nada de ese minuto. Tal vez, cuando estamos cerca del otro lado, todo lo que ocurre sea atemporal, al menos para nosotros, no para ella. ¿Nunca les pasó de tener un sueño muy largo, y cuando se despiertan pasaron solo 5 minutos desde que se durmieron? O al revés. ¿Tener sueños extremadamente cortos, y resulta que durmieron toda la noche?

Para Kathy

Para mi cumpleaños número 28, en noviembre de 2016, una gran amiga mía me regaló un hermoso cuentito. Este cuento, es uno de los regalos más lindos que recibí. No sólo porque no es un regalo material, si no porque además, supo expresar tan bien mucho de lo que ambas sentíamos, de lo que pensábamos, de lo que nos preocupaba, de lo que nos emocionaba; que decidí compartirlo con el simple objetivo de que cierren sus ojos, abran sus mentes, y se dejen transportar al mundo de la fantasía, o… Al de la realidad, quien sabe…

Mariposa

Me siento en uno de los sillones redondos y sostengo el zapato media indecisa. Estoy demasiado pensativa y por un momento siento que no es correcto que yo esté allí.

Me descalzo, apoyo los pies sobre el suelo helado intentando reflexionar sobre algo que no termino de entender y no lo consigo. El ruido de la puerta de cristal hace que me quede quieta con el zapato entre los dedos y los labios entreabiertos. Una señora ha entrado; la veo dirijirse a uno de los sillones, sentarse tranquilamente y hacerle una seña a una de las muchachas del lugar.

-Ay… ¿no te animás a alcanzarme esos? -Pregunta con una voz demasiado sonora que no parece agradarle a mis tímpanos-. Los rojos… esos de ahí -agrega señalando unos tacones del estante más bajo. La muchacha sonríe (o al menos lo intenta), y procede a tomar unos idénticos que se encuentran cinco estantss más arriba.

-¡No! -exclama con intencionada fuerza la mujer, y en un segundo todas las miradas de la zapatería se posan sobre la delgada vendedora. Creo que tiene las mejillas sonrojadas, pero el cabello que cubre su cara cansada no me deja asegurarlo con certeza-. Te dije que quería esos -continúa en un tono más bajo, pero lo suficientemente alto como para que todos escuchemos.

Seguramente conteniendo un suspiro, la muchacha se agacha. De repente la señora, que antes me había parecido bonita, se vuelve un alcón, y la joven muchacha, cuyas rodillas ahora tocan el suelo y cuya espalda se inclina para que sus frágiles dedos puedan sujetar esos zapatos, que seguramente cuesten la mitad de lo que ella gana en un mes, se transforma en una pequeña perdiz, sometida al pájaro más grande, al más desagradable.

Cuando la muchacha le entrega los zapatos, la señora disimula una sonrisa bajo un pañuelo con el que finje secarse el sudor.

-Necesito que me ayudes -casi que ordena-, es que siempre me costó ponérmelos…

-¿No quiere llevárselos y probárselos en su casa, que puede estar más tranquila? -Pregunta la joven en un intento desesperado por ebadir esa desagradable tarea. No le corresponde hacerlo, tampoco, pero seguro sabe que se juega el trabajo. Andá a saber cuánto le costó conseguirlo, cuánto la explotan y lo mucho que necesitará la miseria de sueldo que seguro gana. No le corresponde, pero ese peso que lleva sobre los hombros, el mismo que la obligó a inclinar la espalda pudiendo limitarse a extender el brazo, el mismo que la obliga ahora a hablar bajito para esconder la umillación que seguro siente, el mismo que la obliga a permanecer parada en una zapatería durante ocho horas o más, es el que hace que llegue al punto de tener que calzar a una señora que seguro tiene sus capacidades motrices en perfecto estado.

-No nooo… ¡mirá si le voy a pedir a mi marido que me ayude con los zapatos! Que ocurrencias las tuyas, ¡muchacha! Te falta mucho por aprender a vos. ¿Tanto te cuesta ayudar? Si es así me voy…

Me muerdo la lengua para no decirle que sí, yo la ayudo con los zapatos. El problema es que si yo la ayudo no creo que los mismos terminen en sus pies. Me sonrojo de furia al verla agacharse (por no decir arrodillarse) otra vez frente a la señora, e intentar colocarle el zapato ocultando su cara de asco. Seguro es algo que ha hecho muchas otras veces, (de hecho fue ella quien me ofreció ayuda al ver que tenía problemas con unas sandalias demasiado ajustadas) pero muy en el fondo debe presentir lo que implica en este momento.

-¡Despacio! -Exclama la señora demasiado cerca del oído de la joven, quien ya no intenta disimular que cubre su rostro con su cabello. Mi enojo aumenta al ver que la vendedora ni siquiera ha rozado sus dedos aún. Ella no dice nada. Clavo mi vista en las dos (al igual que todos allí) hasta que la señora desagradable se va (sin comprar nada, por cierto). La vendedora se acerca a mí, pero mi cara de enojo debe ser un tanto impresionante porque lo hace con mucha cautela. Consciente de ello, intento sonreír, sobra decir que sin mucho éxito. Se acerca a mí y cuando está apunto de agacharse para tomar el zapato, me inclino y se lo alcanzo. Con la otra mano sujeto la que ella tiene libre y la siento temblar.

Mientras percibo sus dedos temblorosos intentando y no queriendo, a la vez, salirse de entre los míos hasta desistir y apretar con fuerza, la miro a los ojos y me acuerdo de vos. Ahora sí, puedo dar forma al pensamiento que rondaba por mi cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué esto? ¿Por qué así? ¿Por qué ella, que tiene de buena persona lo que yo de rubia, puede venir acá, tratar pésimo a las empleadas e irse como si nada? ¿Por qué ella puede entrar a una tienda de ropa como si se llevara el mundo por delante y nadie le dice nada? ¿Por qué yo puedo entrar a una tienda de ropa de lo más tranquila sin preocuparme por que no me atiendan, me miren mal o me esperen afuera para darme una paliza, en el mejor de los casos? ¿Por qué alguien como vos tiene que cargar con tanto sola? ¿Por qué tenés que sentir miedo para decir algo tan simple como que querés ponerte un vestido, cuando a mí me basta con abrir el ropero y sacar uno de una percha? Por qué vos (y tantas otras u otros) se tienen que esconder? Por qué… por qué? Sí, ya sé la respuesta, vos también. Pero me paro a pensarlo y es tan frustrante… y me dan tantas ganas de poder cambiarlo todo con el simple hecho de chasquear los dedos…

Y después lo pienso bien y sonrío, porque te veo a vos tan libiana, tan libre, con tantas ganas de volar y empezar a cambiar las cosas, y pensás que podés, y después que no podés, y te frustrás, y cientos de lágrimas resbalan atrebidas por tus mejillas como cientos de veces tus labios se curvan en esa hermosa sonrisa. Y sonrío y te abrazo fuerte, porque yo sé que vos podés. Que vas a poder con todo lo que te pongan delante y que si caés, acá voy a estar, y acá vamos a estar todos para sostenerte, para que un día, al fin, hermosa mariposa, puedas desplegar esas preciosas alas y acompañar al viento que se llevará lejos, no sin esfuerzo, todo aquello que te oprime, que te tira, todo aquello que día a día intenta aplastarnos y undirnos. Sonrío porque sé que un día vas a volar, y todos vamos a estar contigo, y vamos a sentir esa alegría tan única de verte lograr eso que tanto querés, mariposa.

Este es el blog de la autora de este cuentito, para que también puedan leerla:

Océano…

La plaza del barrio

Muchos de los cuentos e historias que van a ver en este blog, están basados en sueños. Son sueños vívidos, cosas que me acontecieron en lo más profundo de mi imaginación, y que se hicieron parte de mí. Parte de lo que hoy en día, estoy construyendo en mi vida. Tal vez, y solo tal vez, algo de esto sirva para comprender un poco, como es que somos tan diferentes los unos de los otros como seres humanos.

Basada en un sueño

Nos sentamos sobre las ramas de los árboles de una calle que daba directamente a la avenida principal. Era pasando el mediodía, el sol estaba radiante en la calle, pero en los árboles el viento se hacía sentir. Desde ahí, teníamos una muy buena vista de que pasaba en dicha avenida. Estábamos impresionados. Desde la mañana venía llegando gente con autos re copados. Estaban brillantes, ni una sola pisca de mugre. Nunca habíamos visto algo así por acá. Estaban por inaugurar la plaza del barrio. Había nenes, claro. Pero no eran como nosotros, eran todos nenitos bien vestidos, con uniforme de escuela y todo. Pero lo más importante, tenían comida, y era mucha. Facturas, galletitas, y estaban preparando ollas con leche chocolatada, o al menos eso parecía. El estómago de uno de mis amigos hizo ruido y yo me asusté, aunque me di cuenta que no iba a pasar nada, están tan ocupados con el acto, que ni siquiera miraban para acá. Pensé en que parecía otro mundo distinto, como si fuese un planeta a parte o algo así. Estuvimos mirando todo el acto. La parte más aburrida fue la del discurso, ya ni recuerdo que decían. Cuando terminó, los chicos se fueron, pero los adultos se quedaron un poco más para levantar todo lo que habían armado. Bajamos de los árboles, cruzamos la calle y nos sentamos del lado del frente, en ronda, sin decir una sola palabra, no hacía falta. Nos miramos entre nosotros, y luego volvimos a mirar otra vez hacia la avenida, esta vez sin escondernos, porque ya habíamos entendido que nadie se iba a fijar en 6 nenitos flacos y mugrientos. La cantidad de comida que les había sobrado era impresionante, se podía ver bien, se ve que habían esperado que vaya más gente, aunque supongo que los adultos de por acá no quieren mucho a los políticos. ¿Cómo los iban a querer en un pueblito en donde apenas si tenían electricidad en algunas casas?
—¿Y si… vamos a pedirles algo? —Preguntó uno de los chicos.
—¿Y quién va? —Añadió otro.
Todos nos quedamos mirándonos por unos momentos interminables.
—Voy yo —les dije.
Me miraron claramente sorprendidos e impresionados. Sin siquiera meditarlo, me paré. Ellos se pararon justo después de mí. Fui por primera vez consciente de mi apariencia. Soy la única nena del grupo, y soy más bajita que los chicos. Tengo un vestido bastante manchado y lleno de tierra que me queda más grande de lo que debería, y tengo el pelo muy largo y sucio. Trato de sacudirme lo más posible la tierra, me doy vuelta, y empiezo a caminar hacia la avenida.
Al llegar, observo un poco la situación, y me doy cuenta que, al parecer, es una señora la que está a cargo porque se la pasa dando órdenes de un lado para el otro. Bajo a la calle, y me acerco a ella despacio, pero procurando llamar su atención.
—Disculpe…
—¿sí? ¿Qué querés?
—Bueno… Yo quería saber si no nos puede dar, para mí y para mis amigos, un poco de la comida que les sobró. De todos modos ustedes la iban a tirar, y algunos de nosotros no comemos desde ayer. Se lo agradeceríamos mucho.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¿Por qué habría yo de darte comida? ¿Qué me viste cara de beneficencia a mí? Tomatelá mocosita antes de que te dé una paliza.
—Disculpe señora, pero yo no le falté al respeto, yo solo quería algo para comer, nada más, no tiene por qué tratarme así.
—Ah, ahora vos me vas a decir como tengo que tratar a una mocosa insolente, y encima mugrienta. ¿A ver, y que manos usarías para comer? ¿Esas que tenés todas sucias?
—Le dije que yo solo quería algo para comer, no tiene que tratarme así, a ustedes eso les sobra. Pero sabe que, muchas gracias. Váyase a la mierda.
—¿Qué dijiste?
Me di vuelta y me estaba yendo, cuando me agarró por la espalda, me levantó, me puso acostada sobre uno de sus brazos, y con la otra mano me empezó a dar chirlos en la cola. Me dolió, sí, pero ni ahí le iba a dar el gusto de ponerme a llorar al frente de ella. Al final, me bajó al piso, y me dio vuelta para que la mire.
—Espero que con esto te alcance para entender que las personas como yo no tenemos que darle explicaciones a mocositas insolentes como vos, y que no tenés por qué faltarme el respeto.
El respeto primero me lo había faltado ella, pero no le dije nada. Me soltó, me di vuelta y me fui. Cuando estaba a unos 20 metros, me di vuelta, la miré con cara de odio y le saqué la lengua. Me vio, porque se había quedado mirándome cuando me estaba yendo. Seguí mi camino hasta llegar a la calle donde estábamos al principio. Los chicos estaban ahí esperándome, justo en la esquina. Yo me puse a llorar, y seguía llorando cuando nos tomamos de las manos, y empezamos a caminar hacia adentro, hacia ese submundo al que llamamos pobreza.