Los caramelos de mi frasco

Yo confiaba mucho en la gente. Muchísimo. Repartía mi confianza a troche y moche sin ser consciente del valor que esta tenía. La repartía como caramelos. Caramelos que iban saliendo de un frasco que al parecer, no era ilimitado.

Repartía mis caramelos casi que en cualquier parte. Eventos, plazas, calles, completos desconocidos, o gente a la que apenas si conocía. Y no me importaba. O bueno, en realidad sí. Pero no me daba cuenta de cuánto hasta que no era demasiado tarde. Mi gran problema fue que no logré dimensionar que esos caramelos, esa confianza, no solo eran limitados, sino que era una edición especial. Que podía salir 1, 2 o hasta 3 veces. Pero que mientras más ediciones salían, y sobre todo si eran para una misma persona, más se iba gastando, destruyendo, transformando.

Además, había otro gran problema. Y era lo que pasa siempre. Mientras más das de vos, más habla el resto. Y con mis caramelos no fue la excepción. Todo lo contrario: que si era muy dulce, que si muy amargo, que si muy ácido, que si la textura del caramelo, del envoltorio, que si el color, que si muy grande, que si muy pequeño. Hasta se llegó a cuestionar el olor. Sí. El olor de un caramelo. Ah, y ni hablar de si venía con chicle, que si no, que si venía muy pegoteado, que si no, que si era muy duro o muy blando. Al final, la gente solo aceptaba mis caramelos para poder hablar de ellos sin importarles lo que a mí me sucediera con tales comentarios. Imagínense que hasta revisaban el envoltorio de pies a cabeza para ver si eran libres de gluten, bajos en sodio, sin lactosa, sin exceso en azúcares. En realidad, nada de eso les importaba. Solo querían tener una razón más para hablar y opinar libremente. Como si mantener un frasco de caramelos funcional fuese tan fácil.

Cuando la gente empezó a utilizar mis propios caramelos en mi contra no solo criticándolos, sino además repartiéndolos aún más de lo que yo lo hacía, dando la posibilidad de que gente que yo ni conocía hable de ellos, fue cuando empecé a darme cuenta de que quizás, haber repartido tantos caramelos no había sido una buena idea después de todo. Y es que, si das demasiado, sos vos la que luego se queda sin nada.

Muchos vendieron mis caramelos cuando yo los daba gratis. Me robaron caramelos del frasco sin pedirme permiso, por favor, perdón ni gracias. Simplemente los tomaban y se iban. Los repartían, los vendían, los revendían y hasta creaban suscripciones cual plataformas digitales para tener de primera mano mi más reciente sabor de caramelo y en exclusiva para sus propios clientes. Pero hubieron algunas personas que robaron enormes cantidades. Fueron pocas. Pero el robo fue tan grande que ni el seguro que había contratado para mantener el frasco sirvió para cubrir los daños. Y es que como ya sabemos, los seguros suelen ser más una trampa que una ayuda real. Es más. A seguro se lo llevaron preso. Sin embargo, varios de esos ladrones siguen libres, y estoy casi segura que siguen robándoles caramelos a alguien más.

Claro que fue también responsabilidad mía en cierta forma. Debí haberme dado cuenta de que no todos iban a valorar el tesoro tan grande que les estaba obsequiando. Y es lógico. Al final de cuentas, era un caramelo. Y no necesito ser experta en economía para entender cómo funciona la oferta y demanda de un producto. La gran diferencia era que en este caso, el precio no se lo ponía el mercado, porque no lo tenía. Se podría decir que tuve que convertirme en una fría empresaria capitalista con poquísimos escrúpulos y aún más poquito corazón para hacer que mi producto tuviera el valor que se merecía.

Poco a poco fui repartiendo cada vez menos. A medida que sufría un pequeño robo u otro más grande, no solo me quedaban menos, sino que empezaban a ser tan escasos que tuve que ponerles un precio y el impuesto al valor agregado para que el gobierno de las emociones me deje seguir manteniendo el negocio abierto. Y aún así, llegó la crisis. Mi «2001.» El corralito mental retuvo todos mis ahorros y el negocio quebró.

Hoy en día es poca la gente que me da el préstamo en caramelos que puede para que yo pueda a su vez retribuirla. Y es que ahora se transformó en una moneda de intercambio cuyo valor ya no depende de la oferta y la demanda. Sino del que yo decida darle. Es más. En ocasiones ni siquiera puedo ya dar caramelos enteros. Un cuarto, una mitad, o más chico incluso. Pero esa gente a la que le doy ese caramelo debería valorarlo como un tesoro. Porque si me lo roban, me están traicionando. Y es muy difícil que yo quiera volver a darte caramelos de nuevo una vez me traicionaste. De hecho, hay gente a la que no se los voy a volver a dar nunca. Sin embargo, hay quienes aún tienen la posibilidad de volver a recibirlos. Pero es como todo en la vida. Nada es gratis. Todo se paga. Y tanto con los caramelos como con la confianza, se ganan.

Ya no confío en cualquiera. Es tan poca la gente en la que confío que me cuesta muchísimo que gente nueva entre en mi vida. En tantas personas tuve que dejar de confiar que me pasó lo peor que podía pasarme. Dejar de confiar incluso en mí misma. Y hasta que no pueda recuperar esa confianza, que es la esencial para cualquier persona, pensar siquiera recuperar la de alguien más, me resulta cuanto menos, muy difícil.

No siento tanto apego hacia las personas como antes. Quienes están hoy se pueden ir y quienes se fueron podrían volver. No todos, claro. Hubo una sola persona en estos últimos 2 años que se ganó mi confianza total y absoluta. Una persona a la que le debo gran parte de lo que intento ser. Pero fue la última. Quizás el día de mañana pueda volver a creer en mí, y por ende en el resto de la gente. Por ahora este es un proceso que apenas está iniciando, y que requiere de un gran trabajo. Pero bueno. Supongo que ponerlo en palabras improvisadas es un primer paso, aunque sea chiquito.

Hacía muchísimo que no escribía nada sobre mí específicamente y no sé cuándo volveré a hacerlo. Eso sí. Antes este era un sitio en el que compartía muchas de mis vivencias y experiencias. Pero ya no. Y es que entendí que no tengo porqué, ni debo contar cada detalle de mi vida privada a todo el mundo. A veces las cosas tanto buenas como malas están mejor ahí, siendo privadas. Porque no vale la pena contar todo para que luego, se aprovechen de mí, robándome los caramelos de mi frasco.

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