Unas semanas atrás, una amiga mía publicó en su blog un artículo que removió muchas cosas en las personas que lo leyeron. El artículo en cuestión pueden encontrarlo acá, y habla de, si los hombres ciegos son o no, realmente angelitos como los considera la sociedad. De si, por el hecho de ser ciegos, tienen derecho a tocar a una mujer, ya sea discapacitada o no. En mi caso, quise aportar mi mirada, tomando como punto de partida, el hecho de que antes, estuve de aquel lado del mostrador. Recomiendo que, si no lo leyeron, entren al artículo primero, y luego continúen con esta publicación.
Desde chica, pero aún más en la secundaria, tenía la convicción de que, por ser hombre, tenía que actuar bajo ciertas reglas, bajo ciertas costumbres. Nunca me cuestioné si esto estaba bien o no. Solo lo hice, porque, en muchos casos, era divertido, y, para qué negarlo, tenía su grado de satisfacción. Reírse de chistes machistas y homófobos, hacer chistes degradando a las mujeres, entre otros. Recuerdo que, hace poco, cuando volví a hablar con una amiga de aquella época, ella me dijo. ¿Vos? ¿Trans? ¡Si no hubiese sido porque sentaste cabeza con una familia, yo pensaba que ibas a ser el “gallo ponedor” de la clase! Y no es casualidad, que ella me haya considerado así. En la secundaria, creamos un personaje con mi bastón blanco, llamado el “bastón-Tito”, o el “Bas-tontito”. Este personaje, por supuesto en la mayoría de los casos direccionado por mis compañeros varones, atacaba a las compañeras por detrás. Claro que, ellas en ocasiones, podían obtener su venganza, pagándoles con la misma moneda. También, mis compañeros tomaban mi mano y la dirigían hacia los pechos de una compañera. Y yo, no me negaba. ¿Por qué hacerlo? ¿Qué tenía de malo? El decir que una compañera parecía “fácil”, o tenía “más carrera” que otra, era moneda corriente. El acosar a mujeres en las fiestas, o boliches, las pocas veces que fui, también era algo común. La excusa del “disculpame, no te vi”, era algo habitual en mí. Las clasificábamos como quien va al super a comprarse un paquete de fideos, una caja de leche, y elige la marca que le gusta. Por supuesto, esto continuó siendo así durante gran parte de mi vida. Siempre los chistes machistas, las comparaciones entre unas y otras, la caracterización de como se vestían, se comportaban, lo que decían o lo que hacían. La crítica, la burla, el menosprecio solo, por ser mujeres. Es lo que la sociedad nos enseñó que teníamos que hacer, lo que me enseñó que tenía que hacer. ¿Por qué habría de cuestionarlo?
Por otro lado, y en contraposición a lo expresado anteriormente, en muchas otras ocasiones, estas charlas con los varones sobre las mujeres, me aburrían. Siempre tuve muchas más amigas mujeres que amigos varones. Y, aunque en ocasiones fue porque; sí, quería tener algo con ellas, en muchas otras no. Siempre se me hizo más fácil hablar de temas que me interesaban, como música o literatura, con ellas que con ellos. Muchos de los temas que ellos hablaban, como deportes, a mí no me interesaban. Jamás me gustó el fútbol, más allá de la sensación que causan los mundiales. No me interesan ni el boxeo, ni los autos… Me gusta leer, escribir, el arte, y escuchar música. Es por eso que los temas de conversación de los que quería hablar, siempre tuvieron una asociación más hacia las mujeres.
Recuerdo en noveno grado, cuando me cambié de escuela por circunstancias personales, que un chico me dijo: “mirá, vos para mí sos puto, porque te pasás mucho hablando con las chicas”. Y hoy le diría, bueno, no necesariamente amigo, pero algo parecido. Recuerdo también, en aquel momento, que tratando de encontrarle un sentido al hecho de tener una discapacidad, y tener que enfrentarme a un mundo pura y exclusivamente visual, me acercaba a las chicas con las que no hablaba nadie. ¿Por qué nadie les hablaba? No es tan difícil. Porque no cumplían con lo que se requiere para ser lindas, para ser aceptadas en un mundo dominado por hombres, un mundo dominado por como te ves, más allá de como sos. Fue así, que me puse a charlar con la chica más fea del curso. Supuestamente claro, porque yo jamás la vi. Todos me preguntaban, tanto chicas como chicos, por qué me acercaba a ella, si era fea, y nadie la quería. No supe más nada de ella después. Ni de ella, ni de otra chica a la que le decían “mona”, y la discriminaban por sus lentes mucho antes, en séptimo grado. Me parecía, y me parece hoy en día incluso, una estupidez que se discrimine a personas por esto. Pero eso es un enorme debate que, si lo amplío, no termino más… En fin, a lo que quiero llegar, es a que siempre me pregunté, que significaba ser lindo o feo. ¿Yo qué soy? ¿Qué era? ¿Qué seré? ¿Acaso importa? En base a esto, reflexionaba. ¿Realmente me importa como es una chica por fuera? ¿Para qué necesito saberlo?
Todas estas cosas, estos cuestionamientos, estas dudas, continuaron durante muchísimo tiempo en mi mente. Fueron parte de mí, formaron parte de mi vida. Y es muy difícil sobrellevar lo que pensás, lo que sentís, con lo que se supone que tenéss que hacer. Tratando de buscarle una analogía, es como si, durante mucho tiempo, mi lado femenino, hubiese estado prisionero en una celda, y el guardiacárcel, fuese mi lado masculino. Y, como si este, hubiese pugnado por salir muchas veces, pero solo en ocasiones particulares, lo hubiese logrado. Hasta que un día, todo esto, comenzó a cambiar…
Cuando comencé a descubrirme como trans, encontré en el feminismo y la militancia, una comprensión y una aceptación que no había encontrado en ningún lado. Asimismo, encontré que muchas de las conductas y actitudes que yo daba por ciertas, y tenía naturalizadas, estaban mal. No es para nada fácil comprender esto. Es muy difícil ir tomando consciencia del rol que cumplimos en la sociedad, y de lo mucho que podemos perjudicar a alguien. Más difícil aún, es cambiar esas actitudes, esas conductas, esa forma de pensar, de decir y hacer las cosas. No quiero decir con esto que esté totalmente deconstruida, no, para nada. Todo esto es un crecimiento constante. Pero sí saber que, si bien no podía deshacer mi pasado, podía reflexionar, y ser mejor persona en el futuro. Y eso fue lo que hice. Pero, deconstruir años y años de actitudes y conductas machistas, requiere un gran esfuerzo, que no todos están dispuestos a hacer. ¿Por qué? Porque vivimos en una sociedad machista y heteropatriarcal. Porque, ir en contra de los mandatos sociales, es extremadamente difícil. Pude lograrlo, como digo, trabajando mucho conmigo misma, y con la compañía de quienes ya son parte del movimiento, pero que, además, son víctimas de estas conductas, todos los días de sus vidas.
Por supuesto, esto no se dio de la noche a la mañana. Fue un arduo trabajo de cuestionarme todo, de dudar de todo, de no dar por cierto nada. Cuando llegué a la conclusión del daño que todo esto provoca, tuve 2 opciones. O dejar las cosas como estaban, o mirarme en el espejo de mi conciencia y preguntarme. ¿Esto es lo que yo quiero para mi vida? La respuesta fue no, ya no más, nunca más.
Hubieron infinidad de momentos en los que tuve cuestionamientos sobre mis conductas, y sobre las de los hombres que me rodeaban. Un chiste machista, el contarme una supuesta “hazaña” con una mujer, o el intentar compararlas con autos y computadoras, como si, para ser la mujer perfecta, debieran tener una buena delantera, o la última versión del sistema operativo o alguna aplicación. Cuando eso empezó a resultarme incómodo, me di cuenta que estaban ocurriendo en mí, cambios profundos, que iban más allá de mi identidad de género. Más allá de lo que en mí, estaba logrando como mujer. Pero asimismo, también entendí que estaba relacionado a una empatía que ahora tenía, y que antes, no había podido comprender. Esta empatía primero, viene del conocer como en el día a día son muchísimo, y en muchos aspectos, más vulnerables que los hombres. Y después, fue algo mucho más interno. Fue, el entender que, así como a ellas las violentaban, las insultaban, las acosaban, y las cosificaban por ser mujeres, a mí podría pasarme lo mismo por autopercibirme como mujer trans.
Cuando estaba investigando sobre el ser trans, el ser mujer, leí a una antropóloga uruguaya que, si bien no puedo citarla textualmente porque no recuerdo las palabras exactas, decía algo así como que, para la sociedad, había una especie de escalera de sometimiento, dominación y discriminación. El hombre, está por encima de todo. Luego sigue la mujer. Y por último, las mujeres trans. Con esto no quiero victimizarme, solo quiero contar una realidad que, es innegable para todas las mujeres, y que en el caso de las mujeres trans, se hace evidente también, al ser violentadas por otras mujeres cis, aunque es cierto, hay muchas otras que no, que nos respetan, nos acompañan, nos entienden. Ni quiero justificarme, porque sé que en el pasado tuve actitudes machistas, y como dije anteriormente, el pasado es imposible de borrar. Pero sí quiero dejar en claro que hoy, ya no soy la misma persona. Que no tengo ni voy a tener las mismas actitudes. Que si en alguna ocasión, alguna mujer se sintió violentada de alguna forma por mí, que estoy arrepentida de esos actos, a los cuales, hoy considero deplorables. Y que, si quieren luchar contra todo tipo de acoso, y de violencia machista, estoy con ustedes, estamos todas juntas, todas en este sentido, tenemos que ser compañeras, hermanas. Porque hoy, por medio de la empatía, del entendimiento, de la comprensión, del saber y conocer, de una forma más profunda experiencias de vida, y por medio de una confianza que fui logrando, puedo decir con orgullo, que soy una persona totalmente diferente.
Con todo esto, no pretendo que se me lancen flores y aplausos por quien soy, ni piedras y abucheos por quien fui. Si hago esta publicación, es para que, entre todos, tomemos conciencia de la realidad, y de, como afecta a quienes ni siquiera tienen la posibilidad de ser tomadas en cuenta. Quiero que entendamos, que existe la violencia de género, el acoso, el ciberacoso o acoso digital, el abuso sexual, la violación, y que todavía están muy naturalizadas y en el caso de las personas con discapacidad, hasta infantilizadas. No es necesario que seas trans, o que seas feminista. Aunque sí sería genial, que escuches los reclamos del movimiento, y que te los tomes enserio. Sí es necesario que entiendas, que te informes. Nadie te dice quien y como tenés que ser. Solo vos, solo yo, solo cada uno, puede ver las cosas, desde un punto de vista diferente. Hemos recorrido como sociedad, un camino muy grande. Pero nos falta mucho por recorrer todavía. Tomemos conciencia, por todas las víctimas de este sistema machista y patriarcal.
Para finalizar, les dejo un cuentito de Hernán Casciari, un cuentista y escritor argentino, que hace una bonita reflexión sobre el machismo.